Unos cuantos piquetitos, Frida Kahlo, 1935. Tomado de www.fridakahlo.org

El feminicidio detrás de “Unos cuantos piquetitos”

Unos cuantos piquetitos no es un previsible autorretrato de Frida Kahlo, sino el registro crudo de un feminicidio. Por fortuna, las obras no se agotan en la intención de sus autores, mucho menos en lo que se sabe de oídas.
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Unos cuantos piquetitos no es un previsible autorretrato de Frida Kahlo, sino el registro crudo de un feminicidio. Nada de esto importa porque la interpretación común quiere que el cuadro sea apenas una proyección del despecho que Frida sintió cuando supo que Diego la engañaba con su hermana. Ni la pintora más famosa del país escapa a los prejuicios de género.

Sabemos que Frida leyó en el periódico la noticia del asesinato brutal de una mujer a manos de su pareja –¿su marido, su novio?–. Pero nos creemos íntimos de Kahlo. Nos sentimos confidentes de sus secretos. Dicen que le confió a un amigo que pintó la escena porque en esa muerte vio su propio dolor. Entonces, no es el feminicidio lo que aquí se representa, sino una alegoría personal para que la esposa de Diego exprese que la infidelidad la hizo sentir acuchillada, muerta en vida. Así, Frida no es artista, sino una mujer dolida.

Por fortuna, las obras no se agotan en la intención de sus autores, mucho menos en lo que se sabe de oídas. Al menos por un momento quiero sugerir que no importa por qué lo pintó, sino que lo hizo y cómo fue que lo hizo: hay que suspender lo que sabemos de su biografía amorosa y volver a mirar.

Sobre todo porque parece que las feministas de ahora no fuimos las primeras en escuchar en la cultura popular algunas claves de la peculiar violencia que vivimos. El tema de Unos cuantos piquetitos salió de ahí, de la nota roja –lejos de la pintura académica, lejísimos de Bellas Artes.

Parece que tampoco fuimos las primeras en responder a los prejuicios de la cultura popular desde la cultura popular. Si Unos cuantos piquetitos salió del periódico, terminó en el exvoto. Tengo para mí que Kahlo no pudo haber elegido un mejor medio para representar el feminicidio: este tipo de pintura ha sido, desde el virreinato y pasando por el siglo XIX, un registro popular de la violencia cotidiana.

Los hay de accidentes de tránsito, del tren que se descarrila y arroja de sus vagones un numeroso saldo de muertos y algunos sobrevivientes; uno de estos afortunados encarga que se pinte la tragedia de la que salió bien librado y diligente lleva la obra a una capilla para dar las gracias a la intervención milagrosa de un santo o una advocación de la Virgen. Los hay de enfermedades que se quieren incurables, como el cáncer, y hasta de asaltos, porque también esos terminan en desgracias. El exvoto no puede ser más apropiado para el feminicidio.

Salvo porque de esa uno no se libra. Kahlo parece saberlo y por eso no pinta santos ni vírgenes al rescate. Queda entonces una representación popular de la violencia, pero irredenta, en una imagen que no se censura.

Los manchones de sangre en el piso apenas igualan el número de chuchillazos. Un hombre asesinó a una mujer. Todavía tiene el arma en la mano (cuando miro este detalle me parece estar leyendo la descripción de la nota roja: “la atacó con un arma punzocortante”, me imagino la redacción). Con heridas a la altura del corazón y arriba de un seno, varias más en el vientre y hasta en la pierna, el desnudo de la mujer no es erótico sino fatal. Este no es un homicidio expedito. No hacen falta tantas cuchilladas para matar a alguien: el exceso es una de las características del feminicidio. La misma imagen parece incapaz de contener esta violencia desmedida, que se desborda y salpica el marco que por todas partes gotea sangre.

Gracias a Dina Comisarenco sabemos que una contemporánea de Kahlo también se percató de la manera en que el feminicidio se expresa en la cultura popular. “Isabel Villaseñor coleccionó corridos”

((Dina Comisarenco Mirkin, “To Paint the Unspeakable: Mexican Female Artists’ Iconography of the 1930s and Early 1940s”, Woman’s Art Journal, Vol. 29, No. 1 (Spring-Summer, 2008), p. 28. No puedo dejar de recomendar este artículo, pues propone que las artistas de la primera mitad del siglo XX tocaron preocupaciones de género (como la maternidad y la violencia) y estudia a Frida Kahlo en el contexto de sus contemporáneas. ))

como Kahlo exvotos. La canción tiene diferentes versiones –algunas con mejores rimas que otras–, pero La güera Chabela siempre cuenta la historia de Jesús Cadena que le “da de balazos” a una mujer –¿su novia, su esposa?– cuando la descubre bailando en los brazos de otro. Como lo hizo Kahlo, Villaseñor tomó esta referencia y respondió desde la cultura popular: el corrido se volvió grabado, esa forma baratísima de producir y reproducir imágenes.

 

Habría que ver el ridículo que pasaría un historiador del arte o un crítico que se atreviera a afirmar que Villaseñor eligió el corrido porque compartía el nombre con su protagonista, que Isabel se proyectó en Chabela: eso es lo que no deja de ocurrile a Frida Kahlo.

Más bien pasa que estas obras entendieron al feminicidio como la consecuencia de una virilidad “que no se deja de nadie”, que interpreta la libertad sexual como promiscuidad y exije la monogamia de ellas –nunca la de ellos. Una virilidad que se imagina que los actos y las decisiones de las mujeres son una afrenta dolorosísima y personalísima que debe castigarse para recobrar la autoridad y el honor.

Pero Unos cuantos piquetitos y La güera chabela no celebran el coraje de Jesús Cadena. Al contrario. Kahlo se concentra en el feminicidio como masacre. El título del cuadro, que se lee en la filacteria y supuestamente es una cita textual del acusado frente al juez –¡pero si sólo fueron unos cuantos piquetitos!– se desmiente, se rechaza y se ridiculiza en la brutalidad de la escena. Y como advierte Comisarenco, Villaseñor se atiene al cadáver de la mujer y al duelo de su familia. Los hombres son los culpables, pero no los protagonistas del feminicidio.

No puedo decir que estas respuestas a lo popular desde lo popular hayan sido una tendencia en el arte de la primera mitad del siglo pasado. Sin embargo, no deja de interesarme, como a Comisarenco, que en esa atención que los artistas le pusieron a lo popular después de la Revolución ellas escucharon y pintaron algo de lo que ellos ni siquiera se percataron.

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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