Rafael Cadenas

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Para quienes sólo la conocíamos en y por partes, la Obra entera de Rafael Cadenas (traída a México por el Fondo de Cultura Económica, en especial por Adolfo Castañón) es un verdadero regalo. No se me escapa la singularidad de la suma que se cifra en el adjetivo "entera": antes que unas obras "completas" que por lo demás nunca deberían llegar a serlo, el título convoca la condición del animal que no ha sido castrado. Así, una "obra entera" es una obra intacta, libre, viva. "Sólo he conocido la libertad por instantes, cuando me volvía de repente cuerpo", asegura el venezolano.
     Del hombre, Rafael Cadenas, sé poco, prácticamente nada. Pese a los premios y la consecuente publicidad, su nombre recorre América Latina como la contraseña de una estrecha cofradía. Una leyenda lo envuelve a modo de sombra, poniendo a veces en tela de juicio hasta su misma existencia. No obstante, al leerlo, la sombra se abre y un verdadero acercamiento se produce, no sé si con la persona, pero sin duda con una voz, con la "voz incesable" de Rafael Cadenas. Ahora que escribo estas líneas, desconozco los rasgos de su rostro, el timbre de su voz, si es alto o bajo, flaco o gordo, pero lo puedo imaginar en una forma no figurativa como el pintor crea un paisaje a partir de puros colores. La voz incesable de Rafael Cadenas no es exactamente un canto; su poesía no aspira a la espectacularidad de los sonidos, sino más bien a una actitud, una manera de ver y de estar en el mundo. Quizá la fisonomía que descubre la voz sea la del alma.
     De la Obra entera me deslumbró la lectura de los "Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística". Sentí que por excepción leía unas reflexiones sobre la mística que eran, a un tiempo, agudas, pertinentes y accesibles. La pertinencia se agiganta bajo el lente egoísta de mis intereses: allí Rafael Cadenas hila sus comentarios a partir de las mismas preguntas que nunca pude contestarme a través de otras lecturas, quizá por la simple razón de que nunca supe formularlas como él lo hace. Al frecuentar a los místicos, uno puede sentirse sobrecogido y admirado, pero también, inevitablemente, ajeno, quiero decir, distante, abrumado o embrutecido, y sin duda poco dotado para la gracia y la inteligencia. En cambio, si bien Rafael Cadenas atestigua un íntimo conocimiento de los asuntos místicos, permanece a nuestro lado, hablándonos al oído de los caminos que podrían conducir a la iluminación. Rafael Cadenas se sitúa a sí mismo fuera de "la ínfima minoría de los liberados", escribe desde "la normalidad con sentido del asombro", pero su autoexclusión del exiguo círculo mágico hace ingresar al otro que está en todas partes, en todas las cosas, y donde estamos todos, brillantes y miserables: "Solemos hablar del misterio del universo sin incluirnos, como cosa ajena, como si no formáramos parte de él, como si no le perteneciéramos." Gracias a este "situacionismo" sostenido en prosa y poesía, percibimos a Rafael Cadenas tan accesible, como si nos mostrara nuestra común derrota y nuestros torpes aleteos, pese a que compartamos el anhelo del vuelo y unas escasas intuiciones del "sentimiento del misterio".
     Me sorprenden los ensayistas que discurren sobre la mística. A veces, hasta me dan envidia. Parecen estar seguros de lo que afirman, siempre más seguros que uno. ¿De dónde sacan su seguridad? ¿Han conocido la iluminación? ¿Por qué no intentan narrarla como experiencia propia? Rafael Cadenas escribe sobre lo místico como muchos de nosotros pensamos que lo haríamos si tuviéramos su talento: titubeando o, mejor dicho, tropezando con los escollos de lo numinoso, siguiendo el "lento hacerse de Rilke, paso a paso, desde la escasez". "For us, there is only the trying", dice Eliot recordado por Cadenas.
     La conclusión de los "Apuntes…": "Decidí no escribir sobre San Juan. Espero que él y mi amigo me perdonen, que para eso son los santos y los amigos (aunque detesto el amiguismo). Yo también trataré de perdonarme por lo que he hecho", es una perfecta y graciosa expresión de la paradoja sobre la que descansa el ensayo. La renuncia llega después de más de treinta páginas que concentran lo esencial, en un tono aparentemente llano, errabundo, casi diría: improvisado. "Apuntes…" es un ensayo que no se limita a ser una parodia de las paradojas entre las que se mueven los místicos, o una exposición por la vía de la negatividad tan necesaria a la expresión mística, sino una prueba por la escritura misma de una honda comprensión de lo que es y no es la mística. Además, la prueba se enuncia por omisión: "no escribiré sobre San Juan…" y quizá sea la más acertada y elocuente para hablar de lo místico. Por supuesto, la prueba es sutil y casi inadvertida para quienes leen con premura.
     La primera paradoja se tensa entre la afirmación de Cadenas de ser un lector, un no-escritor, y la existencia misma de su ensayo que puede calificarse como una pieza maestra de escritura. El no-escritor "espera seguramente lo que los libros no pueden dar: una revelación que lo mude, que lo ponga en el camino del mayor descubrimiento", afirma Cadenas incluyéndose en esta legión esperanzada, pero creando para sus lectores la misma expectativa que advierte como un riesgo para sí. Con los "Apuntes…" y con la poesía, nos sentimos inmersos en la inminencia, como realizando sin saberlo un ejercicio de preparación para el "mayor descubrimiento". El lector Cadenas nos pone en guardia ante la ilusión y el poeta Cadenas nos prepara para quizá merecer lo inesperable. Rafael Cadenas es un hacedor de caminos.
     "En el camino hay imágenes, palabras, visiones: en la unión ya no hay nada", repite Cadenas con algunos místicos. Esto deja a la poesía en un estado desamparado frente a la expresión de la unión mística. En rigor, no existiría una poesía mística propiamente dicha, sino una poesía de preparación, de incitación, de sugestión. La llamada "poesía del instante", que tan fácilmente calificamos de epifánica como si fuera efectivamente el suceder de la iluminación, no es sino el instante de atención recrudecida en que percibimos la cercanía del misterio. Llámese Dios, nirvana, vacío o silencio, el blanco con el que quiere dar el arpón de la palabra está fuera de la poesía o bien este blanco la contiene sin que ya tenga necesidad de manifestarse.
     A la imposibilidad de ser de la analogía en la poesía mística (lo semejante sólo puede ser conocido por lo semejante), se suma la prohibición de la polisemia, al menos según San Juan de la Cruz. La prohibición dictada por San Juan de la Cruz iría en contra de la tesis cada vez más en boga según la cual el carmelita habría sido un sufí. En efecto, nada más importante para los poetas sufíes como la polisemia del sentido. Pero, tal vez, esto sería lo de menos. La prohibición de San Juan de la Cruz me parece una soberbia o una ingenuidad. ¿Cómo podría pretender  controlar las palabras? ¿De qué manera podría mutilarlas para desaparecer otro o varios sentidos soterrados bajo el autorizado en el comentario? ¿Qué clase de poder se necesita para desterrar la polisemia de las palabras? Podrá San Juan ambicionar el control sobre sus lectores, pero no entiendo cómo lo conseguiría sobre el lenguaje. Rafael Cadenas advierte que el lector "debería someterse a lo que San Juan ordena, pero no lo hace, desatiende sus prescripciones, saborea los versos, siente que le pertenecen, les da el sentido que quiera, transgrediendo las indicaciones, ¿qué digo?, los mandatos del autor". Y añade: "Pero ¿no sería revelador seguir al pie de la letra lo que San Juan prescribe?" Sospecho que, sobre este punto, Rafael Cadenas tiene en mente otra cosa que la obediencia a San Juan. ¿Qué sucedería si las palabras se volviesen transparentes, unívocas, redondos receptáculos de realidad, cabales moradas del ser? Sucedería lo que persigue Cadenas en su poesía: un contacto directo entre la palabra y la realidad. También se cumpliría uno de sus poemas que más admiro y me turba. Sólo tiene dos versos, que a lo mejor ni siquiera son versos: "El dueño tiene miedo. / Los ojos sólo tienen realidad." ¡Cuántos volúmenes están contenidos en estas dos líneas! Pero me temo que esto difícilmente sucederá y quizá no sea tan lamentable, porque así la polisemia seguirá descubriendo nuevas aproximaciones a lo mismo.
     "Vivir / de amanuense asombrado" es lo que pide Rafael Cadenas para alcanzar lo que no sucederá en la poesía. El problema de la atención, que es también una poética en Cadenas, trae a cuento otra paradoja que el poeta toca en su ensayo y parece resolver en su poesía. ¿Hay caminos que lleven a la unión mística? ¿Hay ejercicios de preparación para el descubrimiento mayor? Por un lado, dice Cadenas, "San Juan y casi todos los místicos señalan una sola vía hacia Dios".  Por el otro, Rafael Cadenas comienza a socavar la ortodoxia reprobando el ascetismo extremo de San Juan, aunque admite no estar capacitado para juzgarlo o ponerle reparos. Sin embargo, se los pone por la vía de la negatividad disfrazada de impericia. El segundo reparo es más contundente: ¿Cómo puede San Juan rechazar a las criaturas de Dios si éstas son hechuras divinas? "La virtud se realiza en la flaqueza", responde San Pablo. "Las virtudes verdaderas son de poco peso y se llaman abandono, desapego, confianza, entrega, desnudez", escribe Octavio Paz a propósito de Henri Michaux y de sus visiones. Entonces, ¿de qué servirían el ascetismo, la rectitud en el camino, la preparación, los ejercicios espirituales si no hay mérito alguno en estos asuntos? "Cada uno tiene el infinito que se merece. Pero ese mérito no se mide con nuestras medidas" —concluye Octavio Paz acerca de Henri Michaux. Por su parte, Rafael Cadenas propone: "[los místicos] no les dejan alternativa a los que creen que hay muchos caminos hacia él, algunos hasta insospechados. Tal vez no haya ninguno, tal vez cuando se prescinde de la idea de camino y recobra su intensidad el presente, puede sentirse la cercanía del misterio". A lo largo de los "Apuntes…", Cadenas nos hace sentir la rigidez de ciertos cánones occidentales; cuando el razonamiento se asfixia, él inyecta el oxígeno del budismo zen que parece convenirle mejor, no como credo, sino como concepción y representación del mundo y de la condición humana. Además, lo nombrado y lo sobrenombrado en Occidente pueden ser un obstáculo para la comprensión de algunos fenómenos. Por ejemplo, mientras lo sagrado siga nombrándose exclusivamente como Dios, está difícil que el hombre entienda lo que Cadenas no se cansa de decir en todos los tonos de su prosa y su poesía: el más allá está de este lado, la maravilla está al alcance de la mano, la iluminación puede encontrar caminos insospechados si no le tememos a la libertad.
     En efecto, ¿cómo conciliar la atención extrema que pide y practica Rafael Cadenas en su poesía, y muy precisamente en su forma poética de "la sequedad insobornable", con el desapego, la despreocupación, el sagrado ocio que es la actitud interior que conducirá a la iluminación? Y si, hagamos lo que hagamos, no estamos predestinados a conocer la unión con lo divino, ¿de qué nos servirá apurar gota a gota "el vino de los atentos" o, al contrario, abandonarnos al ocio? La incomprensión de esta injusticia mayor quizá encuentre una explicación en uno de los Dichos de Cadenas: "No buscamos ser sino sentirnos en algún estado 'superior'. Estamos adiestrados para perseguir siempre una ganancia, tal es nuestra barrera. La agonía de no querer ser lo que somos."
     Rafael Cadenas preconiza un regreso a la sencillez, muy distinta y ajena a la falta de dificultad. Quizá haya que rechazar la tentación mística, el desvelo por estas cuestiones, la sed de una luz absoluta, para esperar, como lo indica el poeta, "el milagro, lo máximo, que acaso sea lo más corriente, pero visto de manera inhabitual, a otra luz, no usada". Curiosamente, me vuelven a la mente las preguntas de André Breton al final de Nadja: "¿Quién vive? ¿Es usted Nadja? ¿Es verdad que el más allá, todo el más allá está en esta vida? No la oigo. ¿Quién vive? ¿Acaso sea yo solo? ¿Acaso sea yo mismo?" "¿Fue ése el pacto, / vivir contigo / a cambio de no verlo?", pregunta por su parte Rafael Cadenas en un poema, sugiriendo así que hay que pagar prenda, que el sacrificio es "palabra clave de todo laberinto humano descifrado", para decirlo con María Zambrano.
     Para terminar o, mejor dicho, porque no sé cómo terminar con estas cuestiones que no aceptan una última palabra o una palabra última, porque así lo ha dicho Goethe: "lo importante es no llegar nunca a ningún término", suspendo estas cuartillas dándole las gracias a Rafael Cadenas por ponernos a veces a la intemperie de sus versos. ~

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