Lo malo de lo bueno

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Abundan las personas que están bien, pero se sienten mal. Abundan las que mejoran, pero se quejan. En parte porque siempre se quejan, pero también con razones. No hay bien que por mal no venga.

Toda mejora es un cambio, y todo cambio es un trastorno, menor o mayor. Hay medicinas efectivas que pueden tener efectos secundarios detestables. Hay remedios que parecen peores que la enfermedad. Hay sistemas avanzados que, por lo pronto, ponen todo de cabeza; y, una vez que funcionan, no son tan maravillosos. Los millones de personas que prefirieron no cambiar del Windows XP al Windows Vista se ahorraron muchos problemas. La resistencia al cambio es razonable cuando los trastornos y costos son excesivos para los beneficios esperados. Y contra la manía de cambiar por cambiar.

Durante milenios, hubo prejuicios contra el cambio. Hoy prevalece el prejuicio contrario. Pero lo razonable es el buen juicio: evaluar los costos y las consecuencias, optar por lo mejor y aceptar que lo bueno de cambiar tiene su lado malo y lo bueno de no cambiar también.

La longevidad, que es una bendición, tiene consecuencias personales, familiares y sociales que pueden ser un trastorno. Pero es absurdo llorar porque la esperanza de vida al nacer ha subido tanto. Lo que hay que hacer es celebrarlo y ajustar los planes personales, familiares y sociales para que la vida larga sea fructífera y disfrutable.

Las toneladas de alimentos consumidos en México han subido a cifras nunca vistas. Es imperdonable que haya todavía mexicanos que pasen hambres. Pero la oportunidad que llega con la abundancia se pierde de vista ante lo malo: la alarmante obesidad. Y en ese problema está centrada la atención, no en la oportunidad de acabar con el hambre.

Cuando la prensa mexicana se hacía con los boletines oficiales y el télex internacional, México era un remanso de paz y prosperidad en un planeta desgarrado por la guerra y el escándalo. El negocio de la prensa no estaba en lo que publicaba, sino en lo que no publicaba: la corrupción y la violencia.

Ha sido un avance que la prensa se independice del gobierno hasta ser de hecho un cuarto poder, y que las leyes de transparencia aumenten sus recursos de investigación. Lo malo es que el destape de las cloacas es tan fétido y deprimente que muchos se desaniman. Lo malo es que el negocio de publicar depende ahora del mercado, y que lo más vendible no es lo gris sino lo amarillo.

México está lleno de gente valiosa que asume sus tareas cotidianas con responsabilidad, creatividad y eficacia. En México se han hecho y se siguen haciendo cosas muy notables. Pero no son noticia. Alguna vez le pregunté al jefe de la oficina local del New York Times por qué sacaban tan pocas buenas noticias sobre México. Me respondió tranquilamente: porque no tienen mercado.

No se sabe quiénes promovieron la Ley de Transparencia y le metieron un gol asombroso a la clase política: una reforma radical del Estado aprobada por todos los partidos, que no se dieron cuenta de lo que legislaron hasta que, en la práctica, vieron lo malo para ellos de lo bueno para el país (por eso, hoy quieren dar marcha atrás). Ahí está un ejemplo de las cosas notables logradas por mexicanos valiosos que no necesitan salir en los periódicos para lograr que vivamos mejor. Lo bueno de la transparencia supera ampliamente el triste espectáculo que revela y los abusos a los cuales se presta.

Acabar con la presidencia absoluta ha sido un avance histórico. Lo malo es que al desaparecer el capo di tutti capi, la mafia se desmembró en capos que andan sueltos y luchan ferozmente entre sí. Lo malo es que los poderes constitucionales, también divididos, son los que tienen que imponer el Estado de derecho, con una concertación democrática para la cual no estaban preparados.

Ningún candidato a la presidencia relativa gobernará con las prerrogativas que tuvo la presidencia absoluta, aunque intente restaurarlas. Lo malo es que la sociedad le exigirá como si las tuviera. Lo malo es que somos novatos en el arte de construir la democracia desde abajo.

Afortunadamente, se han venido multiplicando los liderazgos poco lucidores que van logrando esto y aquello. Hacen falta muchos avances de esos, aunque parezcan limitados. Por ejemplo: organizar externamente la denuncia de autoridades cómplices de secuestros. Por ejemplo: lograr el pleno Estado de derecho en esa millonésima parte del territorio nacional que son las cárceles.

Las denuncias individuales ante las autoridades son arriesgadas, y no se ha visto que funcione la depuración desde adentro. Un órgano externo, capaz de recibir anónimos, evaluarlos, verificarlos, canalizarlos y enfrentarse al chantaje de las autoridades corruptas, sería más eficaz. Hay que meter a la cárcel a las autoridades corruptas, empezando por los carceleros.

 

(Reforma, 30 enero  2011)

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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