Dibujos animados: Blancanieves

En la cuarta entrada de nuestra serie de dibujos animados analizamos la primera gran cinta de animación de Disney: Blancanieves y los siete enanos.
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Walt Disney era un tipo atrevido. Pocas cosas lo demuestran tanto como el salto al vacío que dio al realizar Snow white and the seven dwarfs en 1937. En una época en la que casi nadie creía en los dibujos animados como una forma válida de expresión artística, Disney se empeñó en narrar historias más adultas, complejas en el sentido técnico y artístico, a través de una forma que se creía exclusiva del cine con actores reales. Pocos creían en las posibilidades de un largometraje de dibujos animados: un estilo que se percibía como mero entretenimiento banal; caricaturas infantiles con nulo desarrollo; estímulos para la carcajada fácil. Cuando Walt Disney anunció el desarrollo de una historia clásica de los hermanos Grimm como el primer largo de su estudio, la mayoría se mostró escéptica. ¿Un filme de más de una hora con dibujos como protagonistas? Si la idea, aún en la actualidad, se encuentra con ciertos detractores que no creen en la capacidad de la animación para transmitir emociones, resulta sencillo imaginar el rechazo casi generalizado con el que se topó hace más de setenta años.

Snow white and the seven dwarfs parte de una historia del folclor alemán y está supuestamente basada en la historia real de una condesa o princesa de la misma nacionalidad que sufre los embates de una madrastra malvada. La reina, presa de los celos, decide en un desplante de ira asesinar a la joven princesa. La historia original no es explícita acerca de la edad de Blancanieves (se menciona tan sólo que el pasar del tiempo aumenta su belleza a tal grado que su madrastra siente amenazada su posición en el reino) y la cinta de Disney tampoco aclara mucho: la bella princesa es físicamente madura, pero ciertas actitudes y ademanes nos obligan a concluir que es una especie de adolescente aniñada.

La malvada reina es quizá el mejor y más estilizado villano de la colección Disney. Una hermosa  monarca de piel pálida que se convierte, vía las artes de la magia negra, en una anciana decrépita y macabra. Un cazador al servicio del rey (quien, por otra parte, nunca se deja ver, lo que convierte a Blancanieves en una obra eminentemente femenina, anclada en la confrontación entre dos mujeres, los dos extremos de un mismo rostro: el de la belleza) es comisionado para asesinar a la princesa. Esta, quien canta alegremente en el bosque mientras recoge flores (rasgo parodiado hasta por la propia Disney en su entretenida Enchanted), inspira la ternura del asesino a sueldo, quien le permite huir de la reina corriendo hacia el fondo del bosque.

Allí es donde sucede la primera gran secuencia de Blancanieves. Corriendo y presa del pánico, la princesa experimenta toda clase de visiones que la atemorizan: árboles que cobran vida, figuras indefinidas en la oscuridad que la miran y la acechan como parte de una pesadilla surreal que no le pide nada a Lynch. Blancanieves cae desmayada en un claro del bosque, donde despierta poco después, rodeada de animalitos que le sugieren caminar hacia una casa en el interior del bosque. La historia es de sobra conocida: la princesa conocerá a siete enanitos, cada uno representando a un espectro de la personalidad humana, y vivirá con ellos por algún tiempo, enseñándoles las buenas costumbres del aseo personal y de la casa (y ejecutando unos números musicales que a la distancia se sienten bastante ingenuos). La reina se enterará de la traición del cazador (quien, según el espejo mágico, le entregó el corazón de un cerdo en lugar del de la princesa) y recurrirá a métodos radicales: transformar su aspecto físico, envenenar una manzana y viajar hasta donde está Blancanieves para asegurarse personalmente de su muerte. Engañando a la princesa con un discurso bien estructurado sobre la satisfacción del deseo, Blancanieves cae tras morder la manzana envenenada (Eva volviendo a cometer el mismo “pecado”), aparentemente muerta.

Perseguida por los siete enanos que comandan un ejército de animales del bosque, la reina huye, lo que da como resultado la segunda secuencia memorable de la cinta. Los enanos cabalgan furiosos sobre venados y son seguidos por una multitud de animales iracundos. Su intención es, claramente, asesinar a  la reina, vengando así la muerte de su princesa.

Mucho se ha acusado a la casa Disney de edulcorar los cuentos originales, quitándoles los elementos más subversivos y oscuros. En algunos casos así ha sido: La Sirenita es uno de los mejores ejemplos de ello. Sin embargo, la historia de Blancanieves no tiene este “defecto”. La madrastra del cuento original moría bailando sobre unos zapatos de hierro candente hasta morir. Brutal, sin duda. Pero no menos brutal que despeñarse al vacío mientras un par de buitres hambrientos y malignos bajan hacia el lugar donde cayó el cuerpo de la malvada reina.

Disney se apropió (no plagió, como se ha argumentado en algunas ocasiones) e interpretó las historias originales de los hermanos Grimm (quienes, a su vez, se apropiaron e interpretaron los cuentos de la tradición oral europea) para las generaciones de su tiempo, y los riesgos que corrió fueron muchos. Pero, finalmente, la recompensa fue clara. Con el estreno de Blancanieves, Walt Disney y compañía se ganaron un lugar que, a décadas de distancia, nadie ha podido arrebatarles totalmente (aunque Pixar está realmente cerca): el de los cuentacuentos contemporáneos más innovadores, inteligentes y destacados en el mundo de la animación.

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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