Ted

Reseña de la exitosa comedia de Seth MacFarlane sobre un hombre adulto y su irreverente oso de peluche.
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Así como Walter Black (Mel Gibson) en The Beaver (2011) literalmente echó mano de un castor para encarar los conflictos que tenía con su familia y su trabajo, John Bennett (Mark Wahlberg) en Ted (2012) de Seth MacFarlane, encuentra en el oso epónimo la posibilidad de crecer acompañado; el cobijo de un “mejor amigo”. Las diferencias entre ambos son muchas –su edad, su circunstancia– pero tal vez la mayor sea el tono en que se presenta su historia. Porque si bien no falta humor a la entrega de Foster, MacFarlane apuesta por la comedia y avanza entre carcajadas gracias a las apreciables dosis de irreverencia que el oso imprime.

Algo de esto cabía esperar por el tráiler, pero sobre todo por el pasado de MacFarlane, quien colaboró en los guiones de las series televisivas American Dad! y Family Guy. Ted es su ópera prima y es más irreverente, pero como en aquéllas, predomina la perspectiva masculina, el interés por las cotidianas miserias familiares y el hecho de que la mascota se convierta en un protagonista. Ted cobra vida cuando John, un niño solitario que es rechazado hasta por las víctimas del bullying, pide y se le concede que su oso de peluche hable de verdad y sea su mejor amigo. Ambos crecen juntos, fumando mariguana y perdiendo el tiempo en juegos más o menos infantiles. Pero Ted es malhablado, le gusta dejarse apapachar por prostitutas y sólo respeta la amistad que lo une a John. Las cosas se complican, sin embargo, cuando las circunstancias hacen que John piense en formalizar su relación de pareja con Lori (Mila Kinis). Entonces debe decidir qué hacer con su “osito”.

Ted es un personaje memorable entre otras cosas por la hilarante contradicción que surge entre su tierna apariencia y su ruda conducta, pero también por la agudeza de sus comentarios, su desfachatez y la ligereza con la que encara la existencia. Encarna (si bien está relleno de algodón) la irresponsabilidad, la perenne adolescencia; también la lucidez para saber vivir. El tono que él impone es pertinente para hacer ver sin mayores dramas las intenciones de Lori (que con todo y su disposición para comprender a su novio, no está dispuesta a compartirlo, le exige exclusividad y lo moldea), el crecimiento aparente de John (que se mueve entre los deseos de Ted y los de su chica, que es manipulado por ambos y debe aprender a hacer lo que él verdaderamente quiere).

Pero la irreverencia llega hasta aquí, porque luego se imponen las etapas convencionales de la vida según Hollywood, y la excepcionalidad que es posible endosarle al oso no aplica para John: porque los humanos, de acuerdo las mencionadas convenciones, deben abandonar las mieles de la vida sin compromisos para crecer y reproducirse: tarde o temprano el cine norteamericano se vuelve aleccionador, por lo que es inevitable llegar a una encrucijada en la que es preciso abandonar lo que ha hecho posible la vida para hacer más vidas, ser maduro y asumir las responsabilidades de un adulto.

MacFarlane no escapa de este esquema. Emula hasta cierto punto la ruta de Shrek (2001), que se burla de los cuentos de hadas para terminar siendo uno. Ted se mofa de las películas que dan cuenta de forma convencional del crecimiento y termina siendo una (por una ruta no tan afortunada como la que sigue el ogro verde, además). Tampoco consigue alejarse de las comedias al estilo televisivo, que hacen del diálogo su principal herramienta humorística y encadenan una serie de situaciones graciosas que funcionan “en cortito”. Bajo este esquema se proponen y resultan divertidos algunos cameos (como el de Norah Jones) o guiños (como la aparición de un personaje interpretado por Ryan Reynolds, que cobra gracia cuando se hace un comentario sobre Linterna verde, al que dio vida en pantalla). No obstante, las casi dos horas de duración de Ted resultan largas para la progresión que finalmente presentan historia y personajes: la gracia del oso, como la del castor de The Beaver, no alcanza para tanto. 

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