Diccionario mínimo de Pitol

Una sucesión de pasajes y retratos escritos por Sergio Pitol con la idea de componer un diccionario capaz de organizar y de desordenar una de las lecciones de amor más naturales y profundas, suscitado entre nosotros por la literatura moderna.
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En su 80 aniversario, quisiera ofrecer a Sergio Pitol, ruso y adicto a los ingleses, esta sucesión de pasajes y retratos escritos por él mismo, a la espera de la composición, en su día, de ese diccionario capaz de organizar y de desordenar una de las lecciones de amor, la suya, más naturales y profundas, suscitado entre nosotros por la literatura moderna. De los Ensayos sobre literatura (FCE, 2008), el último tomo de las Obras reunidas, de Pitol, subrayo y copio lo que sigue.

Chéjov (1860-1904). “La personalidad de Chéjov se afirma en todas partes, diluye y borra la atmósfera museográfica, parece excusarse de su amplitud, de su natural elegancia, del hecho de atraer tantos visitantes cada día. Se excusa, sí, pero sin que haya nada de dulzón, de falsamente delicado ni gazmoño; sin esos sentimientos blandos que le suelen atribuir algunos de sus biógrafos”.

Compton-Burnett (1884-1969). “Ya las fotos delatan su excentricidad. Esa anciana espigada, vestida de luto severo, peinada a la moda de un siglo atrás, de mirada desafiante, lejana y desconfiada, la boca de labios apretados, una mera línea horizontal bordeada de innumerables pequeñas estrías que la cierran aun más; una apariencia que apenas varió en los últimos cuarenta años de su vida. Esos ojos que fijan con desdén sobre el paño oscuro de un vestido obsoleto, y el aspecto de ventosa que reviste la boca nos hacen prever una literatura cerrada, anacrónica, parca de efectos; anal, es más lo que retiene que lo que concede”.

Gogol (1809-1852). “La fuerza de Nikolai Gogol deriva de su decisión de eliminar todo signo patético que podría facilitar, pero, a la vez, debilitar su intento. Desde el momento en que entra un carruaje —¡uno de esos benditos carruajes de las novelas rusas!— y conduce a Chíchikov a la posada de una ciudad provinciana, el autor inicia su labor desacralizadora, fijando la atención en lo más trivial, entreteniéndose en hacer descripciones anómalas de situaciones igualmente anómalas”.

Goncharov (1812-1891). “Ya al final, cuando durante temporadas enteras apenas pronunciaba uno que otro monosílabo, volvía a hablar y a hacerlo con brío, ante sus visitantes, sobre la bisexualidad de Turgueniev, un rumor común en los círculos en que se movía el escritor, y declaraba que él estaba seguro, se lo había confiado una institutriz francesa muchos años atrás, que el modelo que usó Flaubert para crear Emma Bovary era Turgueniev; que tenía pruebas contundentes, que presentaría algún día. Todo era grotesco y patético. Iván Goncharov murió sin saber que su Oblómov llegaría a ser uno de los grandes clásicos de la literatura rusa”.

James (1843-1916). “Con Henry James, la escena internacional se enriquece visiblemente. Prósperos americanos, personajes casi de invernadero con una conciencia moral rígidamente establecida y una curiosidad intelectual muy despierta, dedicados al desarrollo y a la observación de su sensibilidad (entre los cuales se cuela a veces alguna figura poco escrupulosa, o falsamente patética, que por su tontería o desmesura emocional proporciona el toque de comedia necesario para que el panorama humano quede debidamente integrado) intentan “el sitio de Londres” y a veces logran la victoria, se instalan en París, donde su educación recibe un último retoque, o en Ginebra si se trata de hacerla más estricta, y se entrecruzan en Roma, en Florencia y Venecia, donde las nupcias con el sol se transforman en nupcias con el arte, en especial el de la antigüedad, y viven zozobras y conflictos de una complejidad atroz debido a la lucha entablada entre su formación puritana (con el implícito sentimiento de renunciación para el que parecen haber nacido) y el relajamiento de los hombres y de las mujeres de esas tierras soleadas, quienes parecerían haber sido creadas por el pleno disfrute del placer, a pesar de que en apariencia se encuentran apresados por formas y usos más rígidos que los de los puros e incontaminados ciudadanos del otro lado de Occidente”.

Monsiváis (1938-2010). “Es un polígrafo en perpetua expansión, un sindicato de escritores, una legión de heterónimos que por excentricidad firman con el mismo nombre”.

O’Brien (1911-1966). “Fue una personalidad trifronte, un funcionario público, un novelista de vanguardia conocido solo por un minúsculo puñado de entusiastas, y el autor de una columna popular en el más importante periódico de Dublín. El periodismo acabó por invadir sus facultades creadoras, por hacerlo famoso e infeliz, por convertirlo en una creación de sus pseudónimos”.

Pilniak (1894-1938). “Pilniak concibe la Revolución no como un conflicto entre proletariado y burguesía, sino entre Rusia y Occidente. Considera, igual que Tolstói, que un puñado insignificante de banqueros, industriales, proletarios, funcionarios e intelectuales representa lo ajeno, la ponzoña introducida en la Santa Tierra rusa, que es necesario extinguir”.

Vila-Matas (1948). “Su actividad es la de los artesanos, pero también la de los alquimistas”.

Las líneas que siguen, finalmente, las escribió Pitol a propósito del carácter literario de su admirado amigo Tabucchi.

Pero encuentro que lo autorretratan muy bien cuando al hablar de los escritores florecidos en los mundos multilingües, dibuja a ese escritor “quien por vocación íntima se convierte en una unidad que asimila lenguas y ecos de lenguas diferentes. Su obra es puente y sitio de encuentro. Acto nupcial de dos o más culturas. Antena que percibe lo que de realmente importante sucede alrededor de casa y más allá del horizonte.

“El resultado: otra escritura también marcada por su especificidad radical. Se me ocurre señalar a Borges, a Pessoa, a Larbaud. Y añadir ahora a Antonio Tabucchi”.

Añado a esa lista, y conmigo concordará el resto de sus lectores, a Sergio Pitol.

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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