Imagen: Slate

La pesadilla fiscal estadounidense

Después de la crisis vivida tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos enfrenta hoy día una de las peores crisis fiscales de su historia. Cuando se dice que nunca había habido una crisis así en tiempos de paz, se reduce la importancia fiscal de las dos y media guerras –Irak, Afganistán y Libia- que el ejército estadounidense libra en este momento. 
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Dentro de un año y medio, el pueblo estadounidense votará para elegir presidente (el martes seis de noviembre de 2012). El candidato del Partido Demócrata será Barack Obama, quien ya lanzó su primer discurso electoral, disfrazado de propuesta económica y fiscal, el pasado trece de abril.

Después de la crisis vivida tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos enfrenta hoy día una de las peores crisis fiscales de su historia. Cuando se dice que nunca había habido una crisis así en tiempos de paz, se reduce la importancia fiscal de las dos y media guerras –Irak, Afganistán y Libia- que el ejército estadounidense libra en este momento. Los mismos medios de información compararon el ataque terrorista del 11 de septiembre con el ataque japonés a Pearl Harbor ahora ven esas intervenciones militares como si fueran eventos económicamente marginales, pero no lo son. En términos reales, el costo de las intervenciones en Irak y Afganistán ha sido mayor al de la participación estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.

Para Irak y AfganistánGeorge W. Bush no solo decidió no pedir ningún impuesto temporal para financiar las guerras, sino que incrementó el gasto público de su administración, al impulsar el subsidio de medicamentos recetados a ancianos elegibles para el plan de Medicare. Este subsidio comenzó en 2006 y ha costado cerca de 500 mil millones de dólares. Adicionalmente, el Sr. Bush decidió reducir “temporalmente” la tasa federal para quienes ganan más de 250 mil dólares de 39.6% a 35%, lo cual reduce la recaudación en alrededor de 400 mil millones de dólares al año.

Haciendo un cálculo superficial, las guerras iniciadas en la administración de Bush han costado más de un billón (un millón de millones) de dólares en los últimos diez años –digamos 100 mil millones en promedio por año-; el subsidio de medicamentos cuesta alrededor de cien mil millones más por año; y se ha recaudado 400 mil millones menos cada año. Solamente estos números implican alrededor de 600 mil millones de dólares anuales de déficit adicional (4% del PIB). Si a esto le sumamos las decisiones del presidente Obama sobre los rescates bancarios, el rescate de empresas de automóviles (no le crea cuando dicen que no costaron) y los “estímulos” – algunos razonables y otros francamente absurdos- llegamos a un dato atemorizante, pero real: En 2009, 2010  y  2011  el gobierno estadounidense habrá tenido déficit fiscales por alrededor de 10% del PIB cada año. Evidentemente, la crisis también ha llevado a que la recaudación fiscal se desplome por muchos motivos, entre los que destaca el alto desempleo y el colapso del mercado inmobiliario.

Considerando la magnitud del problema, la discusión sobre cómo enfrentarlo ha sido el epítome de la retórica barata y de la irresponsabilidad política. Tanto demócratas como republicanos se han enfrascado en un nauseabundo debate ideológico en el que ambos bandos solo apuntan la culpa hacia sus rivales. Los demócratas le echan la culpa de todo a Bush y defienden que el último presupuesto balanceado fue en la administración de Clinton en el año 2000. Los republicanos se defienden diciendo que nunca había habido un deterioro fiscal como el de la actual administración de Obama, quien abrió la llave del gasto público.

En mi opinión, es difícil echarle la culpa a Obama por haber tratado de estimular a la economía en medio de la peor crisis desde la Gran Depresión y, sin duda, es una desfachatez solo señalar a Obama después del desastre fiscal provocado por la dupla Bush-Cheney. Sin embargo, sí creo que el gasto de la administración de Obama ha sido colosal y que es difícil entender a ciencia cierta a dónde fueron a parar esos millones de millones de dólares gastados quién sabe en qué.

Es importante no perder de vista que el “balance” de la era Clinton al que se aferran los demócratas tiene una buena dosis de ficción. La realidad es que todos los presupuestos han masajeado los números de tal forma que si un empresario privado los copiara, acabaría en prisión. Por ejemplo, todas las obligaciones contratadas por el gobierno en áreas de pensiones del seguro social, programas para veteranos de guerra y seguros de salud, como Medicare y Medicaid, están “fuera del presupuesto”. Estos programas generan faltantes exorbitantes. Según David Brooks, columnista del diario New York Times, la aportación de cada estadounidense a Medicare suma 145 mil dólares durante su vida laboral, y éste le generará 450 mil dólares de gasto promedio al programa. Multiplique usted los 300 mil dólares faltantes por cada persona que llega a 65 años de edad (o más joven, si tiene alguna discapacidad). Considere, además, que por razones demográficas, el crecimiento de esa población será el mayor en la historia durante los próximos veinte años. Esta es la magnitud del dilema. Por ello, las obligaciones contraídas por Medicare y seguro social ascienden a 106.4 billones (millones de millones) de dólares y los recursos reservados para hacerles frente valen 51.5 billones (de acuerdo a cálculos de Bruce Bartlett, ex economista del departamento del tesoro, columnista en la revista Forbes y autor de Reaganomics: Supply –Side Economics In Action and Impostor: How George W. Bush Bankrupted America and Betrayed the Reagan Legacy). ¿No le parece usted una partida un poco grande para tenerla “fuera del balance oficial”?

En mis próximos escritos trataré de analizar las absurdas propuestas de ambos partidos, la colosal importancia que este tema tendrá sobre el ambiente político previo a las elecciones del año próximo, la pésima influencia que los medios de información han tenido al polarizar el discurso y, más importante, le diré por qué esto le va a afectar a usted aunque no tenga ni el más mínimo interés por lo que ocurre en Estados Unidos.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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