Fotografías: Marcel Ventura

Protestas en Venezuela: Cuando los presidentes hablan solos

La marcha de la oposición quedó en concentración estática y acalorada. La marcha del oficialismo quedó en una incongruencia matemática.
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Una revolución fracasa cuando no destruye la superestructura de la sociedad oficial y solo logra perpetuarse en la prolongación del conflicto. Por quince años, por cincuenta años, por el tiempo que permitan los medios de producción y la hegemonía de la narrativa oficial. Nicolás Maduro lo aprendió en sus años sindicales, lo ejerció como canciller venezolano y estos días está por verse hasta dónde llega su habilidad para maniobrar los conflictos adecuados: esos que dan tiempo y dan espacio sin fracturar el discurso revolucionario.

Manifestaciones pacíficas y masivas como la de ayer por la mañana en Caracas, protagonizada por clase media en un barrio de clase media alta, son parte del cálculo oficialista. Menos alentador es lo que ocurrió a los pies del Palacio de Miraflores (sede del Ejecutivo) mientras en la Plaza Brion de Chacaíto Leopoldo López se entregaba a las fuerzas del Estado con un mensaje de maratón: “El que se cansa pierde”. El líder opositor protagonizó un acto que no pocos consideran heroico, de ahí que el presidente Maduro promoviera horas después la versión de que todo fue negociado. Lo dijo en un discurso en el corazón urbano del chavismo, pero he aquí un problema revolucionario: no lo escuchó casi nadie. Ni mil personas.

Hacia el final del lunes el país ya sabía el plan de López. Marcha desde Chacaíto hasta el Ministerio de Interior y Justicia, donde dejaría atrás a la multitud para entregarse en solitario. La respuesta del gobierno fue una convocatoria masiva dentro de Petróleos de Venezuela para que todos los empleados se apersonaran en Plaza Venezuela y de ahí marcharan hacia el Palacio de Miraflores. La ruta significaba un choque en las calles entre oposición y oficialismo, por eso el punto de partida marcado por López amaneció acordonado por la Policía Nacional Bolivariana ayer. La marcha de la oposición quedó en concentración estática y acalorada. La marcha del oficialismo quedó en una incongruencia matemática.

Petróleos de Venezuela (PDVSA) es la principal empresa estatal venezolana. Su nómina de 111,342 trabajadoresaumenta aceleradamente desde 2006, cuando contaba con 52,816. En el pasado, el gobierno ha demostrado con creces su capacidad para movilizar desde todo el país hacia la capital no solo a la nómina de PDVSA sino a buena parte de los empleados públicos y ayer, día cargado en el bando de la oposición, era de suponer un acto simbólico en el oficialismo. La industria de hidrocarburos representa 95% de las exportaciones del país y 25% del PIB, todo bajo control estatal, así que un discurso del presidente a los empleados del sector es un discurso de fuerza ante el motor económico nacional y un vade retro a los fantasmas del paro petrolero de 2002.

La avenida Libertador es una importante arteria vial que suma cuatro canales en cada sentido. En una extensión de tres kilómetros se contaban por sus calles 120 autobuses estacionados, provenientes de varias regiones del país. Hacia la avenida Baralt, otro espacio clave en el centro de Caracas, había varias decenas y en el punto de partida, en Plaza Venezuela, una tarima con música y un despliegue para regalar comida y bebidas servían como aliento para la caminata de cinco kilómetros hasta el Palacio de Miraflores. Cuando dos estaciones de metro hacia el este Leopoldo López estaba ya custodiado por fuerzas militares, la marcha oficialista se acercaba a su punto final y alrededor de la tarima apenas quedaban algunos motorizados y jóvenes haciendo graffitis en las calles: “Leopoldo mentiroso: no quieres a tu patria”, se leía en uno.

–¿Mentiroso por qué?

–Por fascista, güevón, ¿por qué va a ser? –responde una chica.

–¿Fascista por qué?

–Porque no quiere al país.

Un fuerte olor a orina y alcohol contrasta con el ambiente familiar de la concentración del sábado. Son las 12:45 de la tarde, los más madrugadores llevan unas seis horas en la ciudad y aún faltan dos horas para que hable el presidente. En otros tiempos habría sido imposible acercarse en coche a tres cuadras del Palacio de Miraflores que tanto fervor popular convocó en los días señalados del chavismo, pero hoy la sensación es diferente. Otra vez. Las calles circundantes están llenas de bares y restaurantes que registran movimiento de personas con camisetas rojas y el tráfico tiene flujo bastante normal en uno de los sentidos de la avenida. Dos tarimas con grandes parlantes advierten que el espacio debería estar lleno de gente. Solo en la sede principal de PDVSA, en Caracas, trabajan muchas más personas de las que ahora patean botellas de agua vacías, vasos plásticos y bandejas de poliuretano sin comida. Los autobuses están; los pasajeros se perdieron antes incluso de escuchar las primeras palabras de Nicolás Maduro.

A las 3:20 de la tarde el presidente está hablando. Dice “patria”, dice “revolución”, dice “imperialismo”. Por primera vez en el chavismo, el intercambio petrolero con Estados Unidos ha descendido hasta niveles históricos, al tiempo que aumentan los negocios con China. Es cierto que la industria petrolera ha diversificado su cartera de clientes, el problema es que a los trabajadores de esa industria petrolera parece no importarles mucho. Ni eso ni lo que dice Nicolás Maduro.

El presidente sigue hablando y, entre militares relajados, más y más personas le dan la espalda a la tarima, a la pantalla que retransmite la imagen que nadie ve, al eco de los parlantes en la fachada vacía de Miraflores. No debe haber 800 oficialistas en el lugar, aunque la toma cerrada de la televisión estatal engañe. En las próximas horas, mucha más gente tocará cacerolas en el este y el oeste de Caracas para reprobar el conflicto revolucionario como cortina de humo. Cortina de un estado de derecho fallido que hasta ahora no captura al homicida del pasado 12 de febrero. Cortina que suma dos muertos más. Cortina de una economía fracturada de la que no se habla durante estos días.

Maduro gana tiempo aunque hable solo.

 

 

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Periodista. Coordinador Editorial de la revista El Librero Colombia y colaborador de medios como El País, El Malpensante y El Nacional.


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