Teoría del bullshit

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GURROLA

Conocí a Juan José Gurrola cuando yo tenía 15 años y él tenía 30. Gurrola estaba metido en la alberca de mi casa, casi vestido, discutiendo teología con mi mamá.

Había llegado en gira teatral a Monterrey con una pieza titulada La noche de los asesinos. Los actores eran mi tía Beatriz Sheridan, Susana Alexander y Roberto Dumont. Y como mi tía se hospedó en casa, invitó al grupo y como hacía un calor inhumano Gurrola se metió a la alberca y no salió ni siquiera para ir a las funciones; y como Monterrey era muy aburrido, decidió espantar a mi mamá con unos ateísmos de estrépito que le hacían mucha gracia (a él, a mi mamá menos).

Y luego y luego… charlas intensas… billar intenso… y luego y luego…

El suyo era el único teatro que fui a ver con entusiasmo en México (y vi mucho, pues Fernando Benítez y Huberto Batis me contrataron para escribir crítica teatral en el sábado del diario unomásuno). Lo de Gurrola lo iba a ver anticipando la ensoñación y el deseo que sólo promete el teatro deveras. Rara vez fallaba, Gurrola, y cuando fallaba lo hacía sin atenuantes, como un general empeñado en el error hasta el último hombre. Era el suyo un genio en libertad, instintivo, majadero, ocurrente y –para usar el lugar común- capaz de romper todas las reglas porque las conocía a la perfección.

Cuando estrenó Miscast de Salvador Elizondo, para mí la pieza más interesante del teatro mexicano, fui tan feliz que regresé cuatro veces: magia pura. Una vez llegó al billar con la noticia de que iban a traer una exposición de Picasso al Tamayo y lo habían contratado para hacer un espectáculo y nos contrató a todos: Nico Echevarría haría la música, Arnaldo Coen la escenografía y yo sería su asistente y coadaptador de las dos piezas dizque teatrales que escribió Picasso: El deseo atrapado por la cola y Las cuatro niñas. Fue de lo más divertido. Antes de cada función, una actriz que salía en breves calzones en la pieza y que se llamaba Fuensanta, se acostaba boca abajo en el suelo para que un señor le maquillara las enormes nalgas.

Me asombra, mientras escribo, percatarme de la gran cantidad de escenas del teatro de Gurrola que guardo en la memoria con absoluta nitidez. Una muy preferida: en su montaje de La prueba de las promesas de Juan Ruiz de Alarcón hay una escena típica del teatro del siglo de oro: una pareja de enamorados se lanza octosílabos de amor entre el balcón y la calle. Una escena enfadosa y prolongada. Gurrola colocó en el escenario a una marchanta echando quesadillas en un comal lleno de aceite. El aroma del maíz hirviendo, y la pequeña sinfonía de la fritura, llenaban la sala. Y entre un octosílabo y otro, el galán se interrumpía para pedirle en voz baja a la señora (rompiendo el metro, el ritmo y todo lo rompible; con ostentoso acento de Peralvillo) “otra de papa” o “una de rajas”.

¿Y su teoría del bullshit ? Alguna editorial debería hacer un tiraje multitudinario y regalarlo por las calles de México, este país de mentiras: ¡¡¡bullshit, bullshit, bullshit…!!!

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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