¿Alguien quiere otro Tlatelolco?

La represión puede ser un acto legitimador de los movimientos sociales y hace ya bastante tiempo que los gobiernos de todos los niveles no están dispuestos a otorgar esa legitimación gratuitamente. 
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El pasado 14 de septiembre, la periodista Lydia Cacho (@lydiacachosi), entre muchos otros usuarios, reenvió vía Twitter una nota del portal de noticias Sin Embargo con el encabezado: “Prensa internacional compara desalojo de maestros de la CNTE con otros enfrentamientos como Atenco y el 68”. Sin embargo (valga la redundancia), si uno se toma la molestia de leer la nota en cuestión, se encuentra con un apabullante número de falacias y manipulaciones burdas. La nota inicia con una inserción de la cobertura del hecho en The Guardian, el compañero inglés de causa de nuestros aguerridos medios de izquierda. Lamentablemente, The Guardian no proporciona mucho material para sustentar la hipótesis de la comparación internacional de las represiones mexicanas, pero ello no impide la primera metida de pata. Dicen los redactores de Sin Embargo que “el birtánico (sic) The Guardian minimiza el enfrentamiento, publica que la trifulca no fue menos grave de lo que se esperaba.” O sea, como “no fue menos grave de lo que se esperaba” entonces fue tan grave como se esperaba, pero aun así el diario de marras “minimiza el enfrentamiento”. Seguramente el periodismo inglés ha caído presa del doble pensar que George Orwell anticipaba.

El breve repaso por la cobertura del New York Times y Los Angeles Times tampoco revela la obvia comparación entre el desalojo del Zócalo y Tlatelolco, pero ello no desanima a los tesoneros editores de Sin Embargo, quienes finalmente se alzan con la evidencia anhelada. Dice el diario El País:

“la Administración (de Enrique Peña Nieto)… sienta un nuevo precedente al usar la fuerza policial en contra de una protesta, una medida que en México resucita los temores surgidos de las represiones contra estudiantes en 1968 y 1971, y la de 2006 contra pobladores de Atenco, en el Estado de México, cuando el hoy presidente… era gobernador de la entidad.”

Voilà: ¡El Zócalo y 1968 en el mismo párrafo!

Discúlpenme por insistir en lo obvio. ¿El hecho de que un medio español señale la asociación que hacen los propios los mexicanos, cada vez que la policía sale a las calles, con los eventos represivos de 1968, 1971 y 2006, justifica un encabezado que afirme que la “prensa internacional compara” el desalojo en el Zócalo con la masacre de Tlatelolco? ¿Por qué esta necesidad de apresurar la comparación y ponerla en voz de la prensa internacional que en realidad nunca dijo esta boca es mía? Apurándome un poco hasta pensaría que esta es una manifestación de malinchismo periodístico; la validación de una opinión propia a partir de su confirmación –cierta o falsa- en una fuente internacional.

Las referencias a Tlatelolco, el Halconazo de 1971 y Atenco estuvieron sobrevolando las redes sociales, como los helicópteros sobre el Zócalo, el pasado 14 de septiembre. Si uno se toma el tiempo de buscar las referencias en internet, se encontrará con imágenes como la de un grupo de civiles marchando en formación aparentemente hacia el centro, con la referencia a un posible Halconazo, o composiciones como la que introduce este texto. Lo curioso del caso, desde mi punto de vista, es que las múltiples referencias a Tlatelolco, el Jueves de Corpus y Atenco cada vez que la policía sale a la calle nunca vienen acompañadas de una clara alerta a las posibles víctimas de esta eventual reedición de la violencia gubernamental, ni contienen sugerencias de acciones para contrarrestar dicha violencia o al menos tratar de poner a la gente a salvo. Es decir, dichas alusiones a eventos de represión en el pasado no están pensabas para anticipar posibles situaciones de peligro y proteger a los involucrados, sino que solo señalan el supuesto símil y parecen querer adelantar una narrativa de represión gubernamental sin matices.

¿Quién querría otro Tlatelolco? Ciertamente no la CNTE, de la cual, por mucho que estemos en desacuerdo con sus tácticas de protesta, debemos reconocer su capacidad para desvincularse de los provocadores (“anarquistas” tirapiedras o “infiltrados”, según se prefiera llamarlos) en cada una de las movilizaciones en las que ambos grupos se encontraron; así como su negativa a incurrir en martirios legitimadores, replegándose pacíficamente cuando era obvio que la policía iba a retomar el Zócalo.

Tampoco el gobierno busca una reedición de Tlatelolco. Esta afirmación, que es tabú en la izquierda, no le atribuye una mayor calidad moral a los gobernantes actuales de México, sino que reconoce una posición diferente de la sociedad civil mexicana frente al gobierno. No solo hemos construido un entramado civil de defensa de los derechos humanos, mucho más efectivo bajo el reflector de las grandes ciudades y muy precario fuera de ellas, sino que en muchos casos hemos invertido la relación entre el Gran Hermano y sus súbditos, ejerciendo una constante vigilancia sobre los funcionarios de gobierno y los aparatos represivos del Estado.

La represión puede ser un acto legitimador de los movimientos sociales y hace ya bastante tiempo que los gobiernos de todos los niveles no están dispuestos a otorgar gratuitamente esa legitimación. En febrero de 2000, con la toma de las instalaciones de la UNAM por parte de la Policía Federal Preventiva, el gobierno federal implementó un nuevo modelo de represión basado en la previa construcción de apoyo social a la medida de fuerza, minimizar el grado de violencia empleado y coordinación entre entidades y niveles de gobierno para desconcentrar los costos políticos. La operación, desde el punto de vista de la planeación y objetivos, fue un éxito mayor y más duradero que la represión de Atenco, por ejemplo. El resultado fue la completa derrota del CGH y una década de virtual irrelevancia del movimiento estudiantil.

¿Reprimirán los gobiernos? Por supuesto que sí, reprimirán sin tocarse el corazón cada vez que tengan a la mano un precepto legal en su favor, cada vez que crean que pueden barrer los excesos o brutalidades de las fuerzas policiacas bajo la alfombra, y cada vez que estén seguros de que el acto de autoridad no le dará vida artificial a un movimiento en declive. Como respuesta, del lado de la movilización social debe realizarse un análisis dinámico de las condiciones para la represión y las posibles respuestas a ello. Si de verdad se creía que se venía otro Tlatelolco el 14 de septiembre fue irresponsable no alertar claramente a los maestros de la CNTE y urgirlos a retirarse y protegerse inmediatamente. Lo que no se puede hacer es seguir esperando que la represión (siempre contra los otros, contra los más desprotegidos) otorgue la legitimidad que el sectarismo y la miopía política no nos permiten alcanzar.

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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