La vida sexual de Catherine M., de Catherine Millet

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LA LISTA DE CATHERINECatherine Millet, La vida sexual de Catherine M., traducción de Jaime Zulaika, Anagrama, Barcelona, 2001. Mientras escribo estas líneas sobre Catherine Millet, ella estará entregando su cuerpo a alguien, ya lo habrá hecho o lo irá a hacer. Su entrega no ha de ser necesariamente a una sola persona. Hasta treinta hombres la han poseído en una hora. El escenario puede ser cualquier lugar: parque, club, cuarto de las escobas, museo, cabina de camión, la revista donde trabaja… Cualquier lugar, excepto su lecho matrimonial. A no ser que, en ese momento, esté precisamente con su marido. Cuando haya terminado, Millet sumará el acto a una larga lista con celo profesional. No es una estrella porno ni aspira a figurar en el Libro Guinness de los Récords. Pero quizá dentro de un tiempo su detallada contabilidad sea materia de la segunda parte de La vida sexual de Catherine M., la autobiografía que la ha catapultado a la fama.
     El libro ha suscitado encendidos elogios de la crítica francesa: "precisión clínica", "osadía"… La propia autora ha defendido su carácter vanguardista: ninguna mujer antes había escrito de su sexualidad con esa crudeza. La expectación generada es tanta que se han vendido más de trescientos mil ejemplares y el libro ha sido traducido a más de veinte lenguas. Francia, en cuestiones de amor y sexo, inventa la rueda cada día.
     ¿Cómo es la vida sexual de Catherine Millet? Una proeza. Desde los 18 años practica el sexo en grupo sin importarle ni el número de sus compañeros, ni el sexo (aunque la mayoría son varones), ni sus cualidades físicas y morales. Pero no se trata sólo de una proeza física; es también una hazaña vital. No es fácil ser, al mismo tiempo, una libertina concienzuda y una respetada intelectual: Millet, de 53 años, dirige una de las revistas de arte más prestigiosas de Francia y ha sido comisaria de la sección francesa de la Bienal de Sao Paulo y de la de Venecia.
     Su faceta pública es parte fundamental del éxito de su autobiografía. Su profesión ha determinado además su ensalzado estilo narrativo. Millet se propuso relatar su vida sexual con la frialdad y objetividad con que escribe sus ensayos sobre arte contemporáneo. "Mi referencia es el formalismo: analizar el objeto al margen de lo que le rodea." Eso, cuando el objeto es el sexo, significa separar el cuerpo y la mente, una dualidad que Descartes ya patentó en el siglo XVII. La vanguardia siempre tiene viejos padrinos.
     La cartesiana Millet recoge su sexualidad en cuatro capítulos: "El número", "El espacio", "El espacio replegado" y "Detalles". Es decir, cuánto, dónde y algunas reflexiones. La dualidad cuerpo-mente establece una dualidad paralela: lo público-lo privado. La vida sexual de Catherine M. pertenece a la primera esfera: el libro podrá ser crudo, pero nunca íntimo. El ámbito de lo privado —sensaciones, sentimientos, deseos…— no tiene aquí cabida. La autora está desnuda, pero oculta. Esa extraña sensación de asimetría la refuerza el lenguaje, un híbrido donde conviven lo aséptico, lo pedante, lo almibarado y lo vulgar.
     El gusto, el tacto, el olfato y el oído están supeditados en el relato a la vista, el sentido objetivador por antonomasia. Es importante también el punto de vista: la mirada de Millet es la de un realizador de películas pornográficas. El foco ilumina su cuerpo y confunde en una gigantesca hidra anónima de múltiples vergas a los hombres que lo rodean. Sus palabras tienen un referente concreto: es posible visualizar el sexo, las nalgas, las tetas o la boca de la autora gracias al libro de fotografías, realizadas por su marido, que salió a la venta en Francia al mismo tiempo que La vida sexual de Catherine M.
     Sólo en el último capítulo, "Detalles", Millet entreabre tímidamente el espacio privado. ¡Ah, por fin! ¡Hechas las cuentas, hablemos de placer y de dolor! ¡Del abismo de la carne! ¡Del cuerpo habitado! Empiezan las confesiones de la mujer que nunca dice no. Acérquense y escuchen: "Tener relaciones sexuales y experimentar deseo eran casi dos actividades separadas." "No me preocupaba tampoco la calidad de las relaciones sexuales. Aunque no me procurasen mucho placer, o incluso si me desagradaban, o cuando el hombre me arrastraba a prácticas que no casaban demasiado con mis gustos, no por eso las cuestionaba […] Que en la relación hallase o no la satisfacción inmediata de los sentidos era secundario. También eso lo apuntaba en el libro de ganancias y pérdidas. No exagero si digo que hasta alrededor de los 35 años no consideré que mi propio placer pudiera ser la finalidad de una relación sexual."
     Tras ese paréntesis desconcertante de "pérdidas", Millet vuelve a las "ganancias". Su libro finaliza describiendo un video sexual del que ella es protagonista. Desprovisto de afecciones, el cuerpo que ve puede ser el cuerpo de cualquiera. El cuerpo de nadie. Parece uno de esos performances en los que el artista se encierra en un habitáculo de cristal, situado en un espacio público, y durante un tiempo come, defeca, se lava los dientes… ante los demás. La mediación del cristal o de la página transforma lo obsceno en mera rutina.
     Lo malo de los récords es que, tan pronto pasa el asombro, aburren. –

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