“¿Qué carajos hice?”: la historia de la película de ESP en México

Un reportaje reciente acusa al líder de la organización NXIVM de actos criminales en contra de algunas de sus seguidoras. Hace unos años, con el apoyo de ESP (Executive Success Program), una división de este grupo, un equipo de producción filmó un documental sobre la violencia en nuestro país. Esta es su historia.
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En 2008, el documentalista sudafricano Mark Vicente llegó a México para filmar una serie de discusiones sobre la violencia en el país organizadas por el programa de superación personal conocido como ESP (Executive Success Program), parte del grupo NXIVM, del que Vicente era miembro desde el 2005. Lo que escuchó en México lo impresionó: “me pareció conmovedor y devastador y me remitió a las experiencias que viví en Sudáfrica”, me dijo el martes pasado, sentado junto a su esposa, la actriz Bonnie Piesse, en Los Ángeles.

Al poco tiempo de aquel primer viaje a México, comenzó a filmar un documental cuyo objetivo original, dice, era despertar al país de su “apatía” frente a la criminalidad. El resultado fue la cinta Encender el corazón, dirigida por Vicente, producida por dos antiguos miembros de ESP interesados en el tema y respaldada por un grupo de dirigentes del grupo, que encabeza en México Emiliano Salinas, identificado en la página de internet de la organización como miembro de su Consejo Ejecutivo y “copropietario” del centro del grupo en México.

El documental está abiertamente inspirado en las ideas de Keith Raniere, fundador del grupo NXIVM, con sede en Albany, Nueva York. Vicente y su equipo organizaron 120 presentaciones de la película, vista durante el verano por al menos 20 mil personas.

Hace un año tuve la oportunidad de ver la película en Los Ángeles, invitado por uno de los productores. Me topé con algo muy distinto al proyecto virtuoso que pretendía Mark Vicente. Por encima de una suerte de regaño colectivo que me resultó pretencioso y una crónica efectiva y conmovedora de la tragedia, narrada a través de la notable historia de la familia LeBarón de Chihuahua, encontré un video de proselitismo descarado para el movimiento de Keith Raniere. En pantalla, Raniere como mesías del individualismo radical randiano, ofrece la solución al dolor mexicano: él mismo y solo él, su sistema, sus “valores”, su filosofía a través de NXIVM y ESP. Salí asqueado: algo, pensé, andaba mal.

Ahora sabemos cuál era el misterio: lo que andaba mal era el protagonista de la cinta. Raniere ha sido identificado, en un estupendo reportaje del New York Times firmado por el experimentado periodista Barry Meier, como cabecilla de una secta dentro de su secta, un grupúsculo que manipula, esclaviza y abusa de mujeres jóvenes, incluso marcándolas como ganado para el servicio personal de Raniere. El gurú, pues, ha resultado un monstruo.

Hoy, menos de tres meses después de su entusiasta recorrido por México, Mark Vicente y su equipo de producción, “devastados” tras las revelaciones sobre Raniere, buscan deslindarse de la cinta. Después de doce años como parte de NXIVM, el grupo ha roto relación con Raniere y su entorno en Estados Unidos y México. “Creo que fui parte de una agrupación severamente controlada que algunas personas describirían como un culto”, me dijo Vicente cuando conversamos junto a su esposa. Lo que escuché de ambos –y de varias personas más desde ese primer encuentro– es una historia de horror.

En marzo del 2017, Mark Vicente comenzó a recibir información sobre DOS (Dominant Over Submissive: dominante sobre sumiso), el sistema de reclutamiento, lavado de cerebro y esclavitud de mujeres para Raniere que reveló el New York Times. Para mayo, me dijo, estaba plenamente convencido de la existencia de una serie de medidas “terribles”: votos de obediencia, dietas extremas, humillaciones diversas y el creciente rumor de relaciones sexuales entre Raniere y su muy particular harén, en un vínculo que se establecía a través de acciones coercitivas y chantajes y culminaba con el marcado a fuego en la zona púbica de las víctimas con lo que parecen ser las iniciales de Raniere.

Vicente dice haber recabado evidencia y testimonios suficientes como para confrontar a Raniere, quien descartó cualquier relación impropia. Acto seguido, Vicente asumió que el hombre al que había seguido por años le había mentido y decidió abandonar el grupo. Como otros que han denunciado las aparentes atrocidades de Raniere, Vicente y su esposa temen por su seguridad (la madre de una de las mujeres esclavizadas, desesperada por recuperar a su hija, me dijo que había sido amedrentada por abogados mexicanos, supuestos representantes jurídicos de miembros de la jerarquía de ESP en México, acusándola de extorsión). “Pensé que Raniere era un ejemplo de valores encomiables”, me dijo Vicente. “Después de lo que he visto, aprendido y entendido me preocupa profundamente que carezca por completo de valores”.

Hoy, Vicente reconoce que el documental que produjo con conceptos de Raniere y el apoyo de varias personas de ESP en México, no es otra cosa que “hagiografía”. De acuerdo con Vicente, cabezas de la organización le indicaron que debía alterar la película para mostrar a Raniere como el creador único de una solución holística y absoluta para los problemas de violencia en México. “Recibí varias advertencias por no adularlo lo suficiente”, dice Vicente. El resultado, admite, es menos un documental sobre la violencia en México que un video para promover la filosofía de NXIVM y ESP, movimientos ligados íntimamente a su fundador Raniere, hoy bajo sospecha de esclavitud sexual y abusos indecibles. “No puedo decir que la película es la respuesta para México porque quizá la hicimos para vender otra cosa”, dice Vicente. “Hoy me pregunto: ‘¿qué carajos hice?’”. Le pregunto qué le diría a la gente que vio la cinta y después buscó sumarse al movimiento de Raniere a través de sus filiales mexicanas. “No sé qué les diría. Me siento avergonzado”, dijo.

El hombre cuya historia ocupa el corazón narrativo del documental tiene una opinión similar. Mark Vicente conoció a Julián LeBarón a través de su hermano Benjamín, asesinado apenas unas semanas después de comenzada la filmación. Tras el crimen de Benjamín, Julián asumió el papel central. Como Vicente, LeBarón se reunió decenas de veces con los directivos de ESP en México, encabezados por Emiliano Salinas, y con el propio Raniere, en Nueva York. Cuando lo entrevisté el jueves por la tarde, lo encontré tan elocuente como de costumbre, pero también indignado. Julián aceptó participar en el documental de Mark Vicente porque le pareció, me dijo, una buena manera de promover la participación ciudadana como respuesta a la violencia (como desde hace ocho años, Julián desconfía de los políticos, cuyo oficio llama una “ocupación”, no una profesión). Dice estar orgulloso de su papel en la cinta, pero lamenta que el documental se haya convertido en un mero instrumento para promover la organización de Raniere. “Nunca consentí ni estuve de acuerdo en que fuera una herramienta de reclutamiento para ninguna otra cosa más que para que la gente piense con su propia cabeza”, me dijo. Aunque LeBarón dice desconocer “las circunstancias reales” de las acusaciones contra Raniere, admite que le ha molestado “que personas que salgan de la organización porque reclaman haber sido agredidas sean tachadas como criminales. Hay muchas personas que han salido a decir que fueron lastimadas y me parece que criminalizar a las víctimas es la agresión más corriente que puede hacer una persona” (la respuesta de NXVIM al reportaje del New York Times tacha a los denunciantes de ser “mentes criminales”). LeBarón también dijo lamentar que la obsesión por promover a Raniere y el escándalo reciente del líder de NXIVM haya opacado la intención original de la cinta de Mark Vicente: “me parte el alma pensar que detrás de tanto esfuerzo y tanta honradez y tanta virtud y detrás de las intenciones que se tuvieron exista este tipo de malicia; este tipo, pues, de odio. No sé explicarlo de otra manera”.

En los días que han seguido al escándalo, miembros de NXIVM y ESP en Estados Unidos y México han tratado de distanciarse de Raniere. El caso me ha remitido a la reacción desesperada de los Legionarios de Cristo una vez que quedó al descubierto la verdad sobre esa otra bestia de nuestro tiempo llamada Marcial Maciel. Pretendían, lo recuerdo bien, “pasar la página”. Como con Maciel, los miembros y directivos de ESP no pueden dar vuelta a la página, cambiar el tema o escudarse detrás de supuestas buenas obras. Maciel era “nuestro Padre” para los Legionarios, mientras Raniere es el “fundador conceptual y filosófico”, el alfa y omega de la forma de vida que promueve ESP. Los seguidores de Maciel también buscaron descalificar, aislar y criminalizar a las víctimas de su psicópata, además de chantajear y amedrentar brutalmente a sus detractores, públicos y privados. Hacerlo es, como también me dijo Julián LeBarón, profundamente “inmoral”. El escrutinio de la relación de los miembros mexicanos con Raniere y con los hechos reportados por el New York Times es inevitable y necesario, lo mismo que el examen moral del vínculo de cada uno de ellos, discípulos, maestros y promotores, con la organización a la que le han entregado la vida (no exagero). No se puede pasar la página cuando el hombre que esclaviza seres humanos para su satisfacción sexual – el hombre que humilla, degrada y abusa de mujeres inocentes– es el libro entero.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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