De tal padre, tal hijo de Hirokazu Koreeda

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La primera escena de De tal padre, tal hijo muestra a un matrimonio y al hijo pequeño de ambos en la entrevista que decidirá si el pequeño es aceptado en una escuela primaria privada. La imagen es simétrica: con un pizarrón de fondo, el niño aparece sentado en un punto equidistante entre las sillas de papá y mamá. La apariencia de la familia es impecable: los tres llevan trajes negros de corte perfecto y mantienen la misma postura a lo largo de la entrevista. Ryota, el padre, apoya las manos sobre los muslos y tiene las piernas en ángulo abierto; en cambio, el cuerpo de la madre traza una línea fluida. Son la copia de la fotografía que han mandado con anterioridad a la escuela: en su forma de presentarse al mundo no hay lugar para la improvisación. A la pregunta del director sobre cuáles son las cualidades y defectos del pequeño Keita, Ryota responde que se reducen a lo mismo: el niño heredó de su madre un carácter tranquilo y generoso. Por lo mismo, no le importa perder.

La sola secuencia basta para imaginarse la vida práctica y afectiva de la familia Nonomiya: Ryota es un hombre trabajador y competitivo que opina que “en estos tiempos, la amabilidad es un defecto” y su esposa vive entregada a la crianza de Keita: lo cuida, juega con él e intenta aligerar la carga de estudio, lecciones de piano y demás disciplinas que le impone el padre. Keita es obediente y callado: acepta sin protestar los métodos que usa Ryota para volverlo un hombre independiente. La secuencia también identifica a De tal padre, tal hijo como una película del japonés Hirokazu Koreeda: uno de los directores asiáticos más premiados alrededor del mundo (esta película recién ganó el Premio del Jurado en Cannes), pero menos popular en Occidente que el chino Wong Kar-wai o el también japonés Takeshi Kitano. Una razón es que el estilo visual de Koreeda es mucho menos llamativo que el de aquellos directores; otra, que sus tramas no contienen resoluciones definidas ni el golpe emocional que se da junto con ellas. Las catarsis que generan las películas de este director ocurren en los momentos menos esperados. Cuando en 2011 escribí aquí sobre sus películas Caminando y Milagro lo llamé el “efecto Koreeda”: la impresión de haber visto una película sencilla, seguida de una explosión de emociones sembradas por esa película. Entre una cosa y otra pueden transcurrir días.

En la prodigiosa Caminando, de 2008, Koreeda trató los temas centrales de su cine –los vínculos familiares, la huella de esos vínculos y los momentos que dejamos pasar– en un estilo narrativo que hacía homenaje a su influencia más directa: los relatos costumbristas del director Yasujirō Ozu. Narraba la visita de un hombre, su esposa y el hijo de esta última a casa de sus padres ancianos, y con solo mostrar sus rituales cotidianos y los diálogos que se desprendían de ellos sugería resentimientos y amarguras heredadas. Como en el cine de Ozu, los personajes de Caminando no discutían temas profundos ni enfrentaban un conflicto. Más que un cataclismo, describía un proceso de erosión corrosiva.

En este sentido, De tal padre, tal hijo parece lo opuesto a Caminando. Aunque su arranque ya sugiere tensiones domésticas, es solo la antesala de un drama singular. Unas secuencias después, Ryoto y Midori se enteran de que Keita no es su hijo biológico y que este ha sido criado por otra pareja (a su vez, los padres de Keita). El hospital donde ocurrió el intercambio de bebés ha admitido su responsabilidad y les propone reunirlos con la otra familia afectada. Desde el primer encuentro saltan las diferencias: a la sofisticación de la familia Nonomiya se oponen el “desorden” y las ropas de colores del tendero Yudai, su esposa y sus hijos. El pequeño Ryusei, el hijo biológico de Ryoto y Midori, es el tipo de niño que pregunta un “¿por qué?” tras otro, corretea a los adultos con armas de juguete y juega videojuegos sin límite de horario. Yudai ve en el error del hospital una oportunidad para pedir una compensación económica –y nada más que eso–. Ryota, en cambio, dice que ahora entiende por qué Keita no heredó su vocación de triunfo y propone que cada familia recupere a su hijo biológico.

Este dramatismo se aleja del tono cotidiano de la filmografía de Koreeda y propone un esquema más convencional. Pero no hay que dejarse engañar. Si en sus películas anteriores usó tramas sin clímax para tomar al espectador con la guardia baja, aquí recurre al vericueto con la misma intención: distraerlo. Por ejemplo, podría creerse que el comportamiento de Ryota se explica desde la tradición patriarcal japonesa, o desde aspectos muy específicos de su sociedad actual. Ni una cosa ni la otra. Con dos o tres líneas de diálogo, Koreeda deja claro que si el padre de su película contempla la posibilidad de deshacerse del niño al que ha criado como su hijo no es por imposición cultural. “¿Tu sangre? Esa es una idea antigua”, le dice un compañero de trabajo cuando intenta explicar su vínculo con el niño de otra familia. La primera reacción del otro padre a la propuesta de un intercambio de niños es decir que no son mascotas (“Yo tampoco cambiaría a una mascota”, remata indignada su esposa).

Koreeda también desactiva la interpretación sociológica que apuntaría el dedo acusador a la cultura corporativa japonesa y a la dificultad de sus miembros para aceptar el fracaso. Aunque se trate de un problema real al que se atribuyen depresiones severas y una tasa de suicidios a la alza, Ryota no parece estar al final de ninguna cuerda. Para disipar cualquier duda, Koreeda elige como consejero empático y bienintencionado nada menos que a su jefe. “Debe ser una tragedia horrible”, le dice a la mitad de una junta. Ryota solo le responde que lo único que espera es que no afecte su trabajo.

Poco a poco en la película se irá revelando el origen de la grieta emocional que impide a Ryota comprender el significado de “paternidad”. En medio de secuencias donde se discute la mejor manera de educar a un hijo, qué define al parentesco y qué es mejor para el futuro de cada niño, Koreeda inserta escenas donde el padre, sin preverlo, reúne piezas de un rompecabezas. El día que lo completa se da cuenta del error que ha venido cometiendo cada día durante los seis años de vida del pequeño Keita. El espectador habrá de reconocer esas piezas y deberá de tener cuidado de no confundirlas con trivialidades. Ese fue el error de Ryota y es el tema de la historia: quien no observa el momento, deja pasar la lección.

Si se ve más allá de la fachada, De tal padre, tal hijo puede entenderse como una revisita de Koreeda al cine de Yasujirō Ozu. En concreto a Cuentos de Tokio, donde una pareja de ancianos viaja a esa ciudad para visitar a sus hijos y los encuentra demasiado ocupados como para atenderlos. Cuentos de Tokio anima el espíritu de Caminando, aunque de una manera mucho más personal. Su película, explicó Koreeda, nació del arrepentimiento que sintió cuando murió su madre, por no haber pasado suficiente tiempo con ella. En la célebre película de Ozu, la anciana muere a los pocos días de volver de su viaje a Tokio. De tal padre, tal hijo vuelve a mostrar el daño que causa la vida moderna en los vínculos familiares. Esta vez, sin embargo, Koreeda invierte los roles: un hombre que, por edad, podría ser el nieto de los viejos abandonados de Cuentos de Tokio está a punto de sacrificar a su hijo en el altar de la vida ocupada y las obligaciones de todos los días.

En De tal padre, tal hijo Koreeda da a sus personajes la posibilidad de redimirse, lo cual no significa que les ahorre arrepentimientos o el atisbo a un pasado que pudo ser mejor. Ni a ellos ni a su público –todos padres o hijos de alguien–. Unos verán su presente, otros recordarán su infancia. Todos evocarán un instante pasajero que guarda la clave de lo que son hoy. ~

 

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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