Melancolía democrática

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Si Tocqueville hubiese conocido a Abraham Lincoln seguramente habría pensado que era el ejemplo perfecto de esa melancolía que, según explicó en La democracia en América, caracterizaba a las naciones democráticas, debido a que en ellas las personas nunca alcanzan la igualdad que desean, aunque les parece que está al alcance de su mano. Un amigo muy cercano a Lincoln comentó que “la melancolía gotea de él cuando camina”.

Es muy probable que la imagen de un presidente melancólico haya influido en una caricatura de Lincoln que publicó en 1864 el dibujante reaccionario y secesionista Adalbert Volck. En ella Lincoln aparece en la típica pose melancólica, con el puño izquierdo en la mejilla, escribiendo la proclamación de la emancipación que decretaba la libertad de los esclavos. El presidente aparece con un pie sobre la Biblia, frente a un tintero en forma de demonio y rodeado de alegorías del mal. Podemos ver la cabeza de un buitre en la cortina; el cuadro de una rebelión de esclavos en Santo Domingo donde se ve cómo son masacrados niños y mujeres; figuras diabólicas labradas en la mesa y la silla; y otro cuadro que se burla de John Brown, el gran abolicionista, que lo representa como “Saint Ossawotamie”. Esta última es una referencia a la lucha de Brown en la famosa batalla de Osawatomie, en Kansas. La misma pose melancólica de Lincoln posiblemente sugiere una relación con el demonio y acaso fue una referencia a su conocida disposición de ánimo.

En el siglo XIX y a comienzos del XX la melancolía de Lincoln era un lugar común tanto entre los estudiosos como a nivel popular. Pero con el tiempo Lincoln fue transformado en un héroe de mármol, frío, estoico y duro. La película de Steven Spielberg (2012) ha contribuido a cambiar esta imagen rígida. En la época de Lincoln, la melancolía seguía siendo, como lo había sido durante siglos, una enfermedad mental y también un modelo positivo de comportamiento que denotaba genio y sensibilidad. Lincoln sin duda sufrió depresiones e inclinaciones suicidas, pero ello no excluye que haya cultivado una imagen melancólica que lo motivase en su actuar político.

Lincoln sufrió una depresión cuando murió la joven que amaba, Ann Rutledge, en 1835. Después, en el invierno de 1840-41, cayó en una melancolía tan fuerte que llegó a considerarse a sí mismo “el más desdichado de los hombres”. La caída fue provocada por varias causas: la ruptura con Mary Todd, sus fracasos políticos, el amor por una mujer que no le hizo caso y un invierno crudísimo. Al año siguiente se resignó a casarse con Mary Todd, una mujer inteligente, atormentada e inestable. El matrimonio sufrió mucho a consecuencia de los ataques de nervios de ella y del retraimiento de él.

Lincoln leía mucha poesía y cuando se publicó “El cuervo”, el gran poema de la melancolía moderna escrito por Poe, lo compró enseguida y lo llevó consigo durante todos sus recorridos para releerlo constantemente. Su lectura seguramente no lo alejaba de la tristeza, pero posiblemente lo encaminaba a fortalecer su genio político. Esta es la idea de uno de sus biógrafos, Joshua Wolf Shenk, quien lo compara con Melville, otro melancólico de la época (véase Lincoln’s melancholy, 2005). El autor de Moby Dick no creía que la luz de la razón o de la revelación podía iluminar las verdades más profundas; estas solo podían revelarse gracias a su propia oscuridad: “La más absoluta oscuridad es entonces su luz y, como un gato, distingue los objetos de una forma que para la visión común sería mera ceguera” (Pierre; or, The ambiguities, 1852).

Así, el antiguo mito de la melancolía como fuerza que alienta al genio, encarna en uno de los más grandes políticos modernos. Este hecho paradójico nos ayuda a entender la modernidad democrática: la melancolía aparece como una de sus bases. ~

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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