Marqués de Sade. El encierro como liberación del imaginario perverso

La introducción a nuestro número 30 (junio de 2001), que abordó las relaciones entre cárcel y escritura, terminaba con un aserto esperanzador: “no hay cárcel para la imaginación”. En este número, dedicado a repensar las instituciones y los procesos de justicia criminal, elegimos apegarnos a ese dicho, a fin de explorar las distintas maneras en que el encierro ha puesto de manifiesto el poder liberador de la escritura. De Sade a Wilde, de Gramsci a Dostoievski, la literatura que surge del cautiverio no se ha limitado al testimonio de una circunstancia, sino que ha enriquecido distintas tradiciones, lo mismo de la poesía y la novela que del pensamiento político. Esta breve galería de retratos de escritores en reclusión busca evidenciar lo irrefrenable del ingenio y la inteligencia, al tiempo que confirma la derrota de los muros frente a la vitalidad creadora.
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En su introducción de la antología L’œuvre du marquis de Sade, de 1909, Guillaume Apollinaire escribió que el Divino Marqués había sido el espíritu más libre que jamás existió. Donatien Alphonse François de Sade (1740-1814) fue un espíritu libre que pasó buena parte de su vida encerrado en cárceles y murió en un manicomio. Asimismo fue un pornógrafo exquisito, un filósofo libertino, uno de los padres de la modernidad y un transgresor irredimible al que le tocó vivir el ocaso de la nobleza en Francia, la Revolución y el Primer Imperio, periodos turbulentos que su obra retrata con crudeza, humor e inteligencia. Su necesidad explosiva de expresar su ateísmo, su apetito sexual desenfrenado y su irreverencia ante la artificialidad del orden social eran reflejo de una pasión casi suicida por la libertad.

En la cultura popular se confunde a De Sade con los villanos libertinos de su creación, como un degenerado compulsivo entregado a los placeres de la carne, en particular del gozo del sufrimiento ajeno, una parafilia sexual que,  en el siglo XIX, el doctor Richard Freiherr von Krafft-Ebing bautizó en su honor como sadismo. De Sade gustaba de los juegos de dominio y sometimiento, de la sodomía, de los actos sexuales sacrílegos, de la parafernalia erótica, de la escatología y de la flagelación ritualizada, prácticas consideradas criminales por la monarquía, por los tribunales revolucionarios y los napoleónicos. Pero el marqués era un humanista que ante la barbarie caótica y revanchista de la Revolución se jugó la vida, no solo permaneciendo en Francia cuando la nobleza había escapado sino oponiéndose a la pena de muerte y los abusos de los sans culottes.

En 1763, cuando De Sade tenía veintitrés años, una prostituta lo denunció a las autoridades por eyacular en un cáliz, masturbarse con un crucifijo, introducirle hostias en la vagina y forzarla a blasfemar. Gracias a su posición social De Sade estuvo tan solo dos semanas en prisión por crímenes religiosos que pudieron costarle la vida. En 1772 fue condenado a muerte por primera vez por el delito de sodomía y supuestamente haber intentado envenenar a una prostituta, a la que aparentemente dio un afrodisíaco. De Sade y su sirviente fueron quemados en efigie en Aix-en-Provence. Tras ese incidente volvió a ocupar muchas mazmorras, algunas veces logró escapar y otras fue liberado, hasta ser recluido en el manicomio de Charenton donde pasó los últimos once años de su vida.

De Sade aborda con lucidez y gracia temas políticos, religiosos, intelectuales y estéticos pero entre sus obras de teatro, novelas, ensayos, cuentos y epístolas, destacarán por siempre cuatro novelas libertinas y obscenas:Juliette, Justine, La filosofía en el tocador y Los 120 días de Sodoma, obras cargadas de sexualidad explícita y violenta que en pleno siglo XXI siguen siendo provocadoras. En su grotesca disección de las normas y los tabús sociales estas novelas representan el fin de una era y una ruptura cultural sin precedentes. Su trabajo más radical es sin duda Los 120 días de Sodoma, de 1785, una novela inacabada que describe cuatro meses en que cuatro libertinos experimentan los extremos de la depravación sexual: violaciones, bestialismo, incesto, tortura, pedofilia, así como ingeniosos asesinatos e infanticidios. De Sade escribió esta novela durante su encierro en la Bastilla, en pequeñas hojas de papel que juntó en un rollo de casi trece metros y que mantenía escondido en su celda. Días antes de la toma de la Bastilla fue trasladado a otra cárcel y no pudo recuperar su texto. Años después escribió la proverbial afirmación de haber llorado sangre cuando lo dio por perdido. De Sade murió sin saber que décadas después la novela sería encontrada y convertida en objeto de controversia y tesoro de la literatura mundial tan abominado como admirado.

Los vicios sexuales que hicieron del marqués un enemigo público no eran exóticos en la Europa del siglo XVIII. Sin embargo el hecho de hacer públicos sus deseos y utilizar la obscenidad para desmantelar un sistema de creencias morales, éticas y religiosas resultaba intolerable para las autoridades. El encierro lo volvió paranoico pero a la vez lo empujó a escribir una prodigiosa cantidad de cartas feroces, irónicas, cómicas, sublimes y apasionadas que están entre lo más fascinante de su vasta obra. Podemos asumir que la restricción de su libertad y acceso a los placeres le permitió a un autor caótico y desordenado enfocarse en desarrollar su narrativa. Quizá de no ser por el encierro el Divino Marqués nunca habría sentido la necesidad de explorar en sus escritos los caminos más oscuros del libertinaje y la perversión. Tal vez debemos a los muros carcelarios el privilegio de haber forjado al espíritu más libre que jamás hubo existido. ~

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(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).


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