Ilustración: Hugo Alejandro González

Entrevista a Arcadi Espada. “La verdad es un bien común y debe ser protegida”

Arcadi Espada (Barcelona, 1957) es una referencia del análisis periodístico: ha escrito con brillantez, valentía y perspicacia sobre los mecanismos de la prensa y sobre las tentaciones y trampas del lenguaje. Sus reflexiones se pueden leer en obras como Diarios, Diarios 2004, y Periodismo práctico, así como en sus columnas en El Mundo y en su página web (arcadiespada.es).
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Algunos de los acontecimientos de los últimos meses han hecho que se hable más de la verdad, de las noticias falsas, de la objetividad.

Desde que escribí Diarios, en 2001, llevo este tema entre las manos. Me decían: ¿Dónde va usted con esa cosa tan antigua, positivista, de realista ingenuo? Esos frívolos, tanto políticos como intelectuales y literatos, han recibido su merecido. El periodismo ha sido muy responsable de todo esto. Ha dado alas a la idea de que la verdad era un asunto que no tenía sentido: se hablaba de la pluralidad, la libertad, los poliedros. Igual hago un recopilatorio de lo que han dicho los otros: frivolidades posmodernistas, puramente aventureras desde el punto de vista intelectual.

 

¿Qué papel han tenido el relativismo y el posmodernismo en ese descrédito?

Ese es el suelo pedante, lo que estos pedantorros defendían, con esa especie de basura filosófica e ideológica, pero ha habido muchos otros factores. Hay una cosa fundamental que es la política de la identidad. Es interesante vincular el fracaso de la verdad a finales del siglo XX, a partir de los años sesenta, con la aparición de las políticas de identidad. Según estas, lo que importa no es lo que uno dice sino quién es uno. Eso ha socavado de manera brutal el concepto de la objetividad. Cuando daba clase en la universidad el primer día les decía a mis alumnos: Lo primero que quiero decirles es que la verdad existe y es una. Siempre salía alguno que decía: Oiga, pero esta mañana nos han dicho en otra asignatura que la verdad no existe. Y yo respondía: Sepan ustedes lo que se van a encontrar en esta clase. Empecé a dar clases en el año 93, estuve diecisiete años, el 90% de los profesores decían que la verdad no existía, que era un desiderátum: hablaban del punto de vista, de la desaparición del canon, de la discriminación positiva, y luego estaban los jueguecitos posmodernos de baratillo de los literatos.

Se han popularizado el término posverdad y la idea de la democracia posfactual. ¿Posverdad es una categoría útil?

Hay gente que dice que es un eufemismo más. Pero no me parece mal que hayan surgido esos términos. De alguna manera, el lenguaje es eso: se renueva, pone la luz. Las palabras se gastan. Yo lo entiendo, aunque lo critique: en realidad, creo que la crítica termina de hacer bien la operación. Me parece muy bien que se hable de posverdad. Quiere decir lo mismo, pero también me gusta el prefijo “pos”, que vincula. La posmodernidad es el reino de lo posfactual.

¿Qué es lo que ha cambiado?

Las cosas nunca son iguales. En la época analógica, cuando grababas un disco con un casete hacías una operación. Igual que internet ha multiplicado de manera exponencial la réplica y ha convertido en un problema cultural gravísimo la reproducción, la capacidad multiplicadora de las mentiras en la era digital se convierte en un problema mucho mayor. Y esto ocurre cuando el periodismo ha perdido el monopolio de la información y del debate, y coincide con empresas periodísticas débiles a las cuales, no nos engañemos, el poder siempre ha querido someter. Esa pretensión del poder, por otra parte, me parece bien. En esa dialéctica están las claves de la libertad. El periodismo es una institución de la gente, antes de que vinieran a ensuciar esta palabra, una institución de los ciudadanos. En nuestra decadencia, se ha convertido muchas veces en una institución del poder contra los ciudadanos. En cierta manera, Trump está haciendo un gran favor al periodismo. Si no salimos de esta no saldremos nunca. Es interesante ver en qué va a acabar este combate. Porque este es el combate final. Para decirlo con palabras propagandísticas y altisonantes, la sociedad tiene un enorme reto: comprobar que la verdad pública es importante.

Periódicos como el New York Times son empresas menos poderosas que antes pero saneadas, con una audiencia global. Las empresas españolas podrían tener más problemas a la hora de plantar cara.

Sin duda. Pero a lo mejor necesitaríamos un Trump para estar a la altura. La operación más clamorosa de posverdad que se ha practicado en Europa es la del gobierno de Cataluña. No creo que haya una operación de ingeniería social y mediática de consecuencias tan alarmantes como la que ha practicado el gobierno con el apoyo de la inmensa mayoría de los periodistas. Trump tiene la ventaja de que es el feo y el malo, y estos son los simpáticos. Hacen las mismas abyecciones que los otros, pero han tenido la habilidad de mostrarse como gente encantadora: son la xenofobia simpática. Pero la operación de desinformación, de mentiras groseras, como “España nos roba”, es una forma de fake news.

O las cuentas de los que defendían el Brexit.

Lo mismo que ha llevado a Gran Bretaña a la salida de la Unión Europea es lo que intenta vulnerar los derechos de los ciudadanos españoles mediante una operación infame desde el punto de vista democrático y moral.

Tras la victoria del Leave o de Trump se ha extendido la preocupación de que la prensa digamos mainstream no llega al otro lado.

Nunca ha llegado. El periodismo siempre se ha dirigido a la sociedad alfabetizada. Cuando ha penetrado en alguna capa popular ha sido a través de diarios que sometían la verdad a sus regateos o a través de la amenidad, que era algo que también gestionaban los periódicos y ahora prácticamente ya no. Había gente que compraba los periódicos por el crucigrama. Y esto es algo que los periodistas no hemos entendido todavía, y deberíamos aprenderlo. Todas nuestras audiencias tenían que ver con el crucigrama, la gestión de la amenidad, los servicios, todo eso que funcionaba en la época analógica. Hay una sociedad en la sombra que está fuera de los periódicos. No ha estado fuera de la televisión. Ha estado más o menos fuera de la radio. Pero sí fuera de los periódicos de referencia (no el Sun o el Bild). Estos periódicos de referencia trazaban antes el guion del mundo, y a este se acogían las radios, la televisión. El guion se popularizaba a través de otros medios. Ya no pasa. Ese guion del mundo compite con la ruidosa turbamulta de eso que llaman las redes sociales, que generan su propio guion, a veces pervirtiéndolo: a veces no es el guion de los periódicos sino su reverso. Dependen todavía de los periódicos. No para exhibirlos sino al revés. Los periódicos de referencia dicen unas cosas sobre la inmigración, y el apogeo del vocerío las convierte en otra cosa.

Ha hablado del momento en que en los periódicos se empezó a ver el informativo de las 9 para diseñar la portada.

Es un momento básico en nuestra historia. Ahora, todo esto hay que mirarlo de una manera fría, nada apocalíptica si puede ser, pero teniendo conciencia de que estamos viviendo una situación decisiva porque es muy difícil asumir que una sociedad puede vivir sin verdades. Es un experimento social interesante. Decían antes: el Trump presidencial será una cosa distinta. Pero el problema no es lo que sea. El problema es que este señor sea presidente de Estados Unidos. O que madame Le Pen no va a ser, parece, presidenta de Francia, solamente gracias a un sistema electoral maravilloso que parece diseñado para hacer frente a alguien como ella. Las soluciones que propone el populismo no son soluciones. No es que sean malvados, que lo son, sino que son necios. Trump impulsará la economía estadounidense durante los próximos dos años, si continúa con el proteccionismo acabará cayendo. Sobre el consenso de lo que tenemos establecido, Trump ha llegado al poder mintiendo de manera infame y Gran Bretaña, país ejemplar siempre citado como modelo de liberalismo, respeto a las reglas, sentido común, ha caído en un montón de mentiras. Y ahí entramos en otro asunto: una zona de sombra de la sociedad. En Estados Unidos la mitad de la gente no vota. Yo tenía miedo de que Trump ganara porque integrara en el sistema a gente que nunca había estado en el sistema. Pero no parece que haya sido eso. Conozco a muy poca gente que esté al margen del sistema. Y de ellos, los que no votan son personas que lo hacen de manera razonada. Imagina que se moviliza esa gente de la que no sabemos nada.

Richard Rorty decía: cuida de la libertad y la verdad ya se cuidará sola. Usted, sin embargo, ha escrito: el derecho a la verdad debe convertirse en uno de los derechos fundamentales de los ciudadanos.

Soy favorable al ministerio de la verdad. Orwell es uno de mis escritores más queridos y estaría de acuerdo conmigo, dispuesto a rectificarse… Yo creo que la verdad es como la sanidad y las cosas que pertenecen al dominio de lo público. No me parece mal que se vendan Mein Kampf o las mentiras de David Irving siempre que se diga: Este señor fue condenado… La circulación de las mentiras no me preocupa. Mark Zuckerberg es un personaje interesante y ahora tiene mala conciencia de haber servido al triunfo del mal. Defiende que hay que señalar las fake news, las mentiras. Pero creo que ese es el camino equivocado. Facebook, su deontología, por decirlo así, está construido para que la gente diga mentiras, verdades, lo que sea. Lo que hay que construir, en el sistema analógico y en el digital, es la protección de la verdad. Facebook no debe señalar las mentiras, sino construir un ISO [organismo internacional para la estandarización] moral, como los que se dan a las empresas, que identifique aquellas organizaciones de noticias que cumplen una serie de parámetros. Es una candidez impresionante decir que la verdad se defiende sola. ¡Que venga Rorty y lo vea! La verdad es un bien común y debe ser protegida con los instrumentos de que disponen los ciudadanos. ¿Qué es esto de que el Estado tenga que cuidarse de nuestra salud, del gas y de la electricidad y de internet y de los servicios básicos, pero no de la verdad? La verdad es un servicio básico. ¿Qué es eso de que como es opinable no hay que protegerla? Perdone, la verdad no es opinable. Lees Verdad y mentira en la política de Hannah Arendt y ves cosas que son extremadamente modernas, contemporáneas. Ese párrafo sobre el nacimiento de la objetividad: cuando te preguntas no por tus muertos sino por los muertos de los otros. Es una candidez casi fourierista pensar que el bien y la belleza no deben ser defendidos.

Pero ¿cómo se lleva eso a la práctica? ¿Cómo funciona ese ministerio?

Se puede descender al ejemplo si se traza el perímetro. El ministerio de la verdad es una metáfora. En todo caso, tendría que ser un ministerio transversal. Es evidente, por ejemplo, que si los medios que tienen la verdad como asunto principal no pueden sobrevivir económicamente, alguien los tiene que proteger. ¿Cómo organizamos eso? No lo sé. Desgraciadamente no puedo decirte cómo, porque eso requeriría un estudio técnico, jurídico, pluridisciplinar. Cuando lo dices enseguida surge la objeción: ¿Usted piensa en medios pagados? Pero no digo medios pagados por el PP ni por el PSOE ni el Partido Republicano: digo por el Estado. Y me dicen: Pero es que el Estado… Bueno, la respuesta es: ¿Conoce usted algo mejor? La verdad debe defenderse y es la sociedad quien debe hacerlo. Si la sociedad no tiene medios o no cree que eso le afecta, entonces las élites tendrán que realizar su papel, y las élites no solo son las élites económicas o de la sociedad civil. Yo creo que Google o Facebook tienen un serio asunto que resolver. Hablábamos del Estado pero Facebook y Google también lo son, en manos privadas.

Hace poco le decía a Antonio Lucas que los periódicos deben vivir una revolución, y que se siguen haciendo como en el siglo XIX.

Lo que no puede ser es que el periódico, ante lo que ha pasado, siga siendo más o menos organizado con los mismos criterios que el periódico del inicio de la modernidad. Gaziel hacía una Vanguardia muy similar conceptualmente a la actual. Otra cosa es la apariencia, etc., pero eso es poco relevante. Me admira de las empresas periódicas su resignación. Dicen: Bueno, estamos perdiendo mil lectores o la cantidad que sea al día, qué le vamos a hacer. Vamos a ver. Si estás vendiendo algo que por las razones que sean pierde al día una cuota de mercado de esa categoría, algo habrá que hacer. Pero parece que lo que se piensa es: Aguantemos hasta la jubilación, a ver si el trocito de lectores que nos queda dura hasta ese día y después, ¡fuera! Les pasa también a los editores. Su enorme pereza a la hora de encajar la revolución digital viene de eso. Eran gente de mi edad, que pensaba que solo había que aguantar unos añitos… Pero no es así.

¿Cómo debe ser ese cambio?

Tendrás que plantearte si realmente vale la pena que un periódico haga dos editoriales al día. ¿Crees que el concepto de noticia, después de que tengas una web que actualiza las noticias cada cinco minutos, tiene sentido practicarlo del mismo modo? ¿Crees que unas exclusivas que duran exactamente un milisegundo pueden aguantar un proyecto periodístico? ¿Qué haces con cosas un poco cursis derivadas de la experiencia digital pero sobre las que habría que detener la atención, como que la gente aprecia la experiencia que vive en un medio o una web? ¿Qué hay del periódico como objeto bello? El periódico es un objeto. ¿Por qué la gente sigue apreciando el libro de papel? Quizá tiene que ver con que esté bien editado, esté bien hecho. ¿Deberíamos revisar el concepto de belleza para el periódico? Y a lo mejor eso sirve a muchos menos lectores de lo que servía antes. Pero eso ya está pasando. ¿No nos podíamos adelantar?¿Tiene sentido practicar la bigamia de dar las noticias y la crónica social por otro? ¿La inflación de la opinión, por la cual un periódico ha acabado pareciéndose a una red social en la que todo dios opina sobre las cosas más inverosímiles, tiene sentido? ¿Por qué no ponemos a nuestros grandes escritores y a los jóvenes, en vez de que se pudran en sus gabinetes escribiendo novelas de mierda por las que no les van a pagar nada, a hablar de hechos, aunque no les guste? ¿Qué sentido tiene un suplemento? Para todo esto tienes que estar convencido de una cosa; yo lo estoy, pero lo importante es que esté convencido quien lo va a comprar. Para mí el periódico es útil: es un guion del mundo que es útil. Me precio de distinguir a la gente que tiene la cabeza amueblada, que lee periódicos, de quien solo lee noticias. Además, estamos perdiendo dinero. La ventaja es que partes de esa situación. Pero no veo que lo haga el Times ni el Guardian.

¿En qué ha mejorado la prensa en los últimos quince años?

En todo. Dado el modelo, en todo. Está mucho mejor escrita, hay muchas menos erratas, es mucho más fiable. No estoy seguro de que sea más bonita, porque había una belleza honda en los periódicos de antes. Pero en general la prensa es como el mundo. ¿En qué ha mejorado el mundo? Pues en todo. Tengo un gran cariño a mis muertos, me gustan mucho los escritores del siglo pasado, Camba, Pla, pero los periódicos que hacían eran muy inferiores a los que hacemos nosotros. Y también desde el punto de vista de lo que es la literatura propiamente, el estilo. Una de las cosas que los apocalípticos no ven es cómo el WhatsApp ha mejorado la escritura y la creatividad, el hecho de que la gente se pase el día escribiendo. Es el ejemplo del mono que escribe el Quijote. Si le das tiempo, lo escribe. Pues ahora hay gente que pasa así el día. Si encima pudiéramos comer, sería maravilloso.

También ha sido un pionero de la prensa digital en España.

He tenido una decepción con lo digital. Esperaba que el software evolucionara mucho más rápido y nos permitiera hacer muchas más cosas. Está totalmente anquilosado a mi juicio. Las webs periodísticas han evolucionado poco. Los avances los veo más en el terreno de los aparatos pequeños pero no en las tablets. Creo que Apple tiene una gran responsabilidad. Estando en la vanguardia, el software da pena. Llevo un blog desde hace quince años y sigo haciendo las cosas prácticamente igual que antes. No hay herramientas fáciles. La forma de subir una foto es prácticamente la misma. Y luego hay otro problema: la seguridad. Estoy triste porque en mi página está todo lo que he publicado en internet desde 2004, pero hay infinidad de links que no funcionan y posts que han perdido su sentido porque estaban asociados a un link. En los libros impresos no hay esa fragilidad. Pensaba que iba a ser más rápido y eficaz.

Hace poco reclamaba que el periodismo incorporase la tercera cultura. ¿No lo hace ya?

No de la manera que debería hacerlo. Si coges los miembros de la tercera cultura que aparecen en los periódicos, ves que salen mucho más en los últimos cinco años. Esto ha mejorado pero estamos lejísimos, entre otras cosas porque tienes que dar un sesgo de tercera cultura a todo. No se trata de que la ciencia tenga su reducto, sino de que permee toda la información. Es imposible que el periodismo se escriba hoy en términos tan desastrosamente literarios como se escribía en el XIX. Y se hace, salvo en lo que es la corrección política, que sí ha cambiado. Antes daban noticias de suicidio y ahora no, se daban detalles de un asesinato y ahora no. La tercera cultura es una manera de ver el mundo y debería ser la manera de ver el mundo, porque es la más próxima a lo real que tenemos: incorpora todos los saberes y lo hace de manera educada y armoniosa.

En los últimos tiempos han surgido muchos medios digitales en España.

En España veo una gran ausencia de medios, de estas revistas a la anglosajona, como Aeon o Quartz, muy preocupadas por la psicología o la ciencia pop, que cumplen una función divulgativa. En cuanto a los diarios digitales, el año pasado me di cuenta de que empleaba demasiado tiempo en el mariposeo digital. Lo he restringido de una manera drástica. Leo muchos periódicos al día siguiente, pero me abstengo aunque sepa que hay noticias. Me di cuenta de que el rédito era bajo. Prefiero utilizar ese tiempo para leer libros. Me sirve más para el periodismo. Necesito leer más libros que páginas web, que aportan poco valor añadido a mi experiencia.

¿Cómo lee la prensa?

Yo prefiero leer el periódico en el iPad que en el papel. Pero es un desastre lo poco que han evolucionado estos artefactos: Kiosco y Más, Orbyt. Son páginas feas, ineficaces, lentas. Leo revistas. Voy a webs noticiosas extranjeras. El Times, Le Monde. Leo cosas que si no no veo en la prensa aquí. En español muy poco, voy si sé que ha pasado algo. Pero tampoco siempre. En Twitter no estoy y en Facebook nunca he tenido página. He vuelto a dedicar más horas a las lecturas. Me sentía un poco agobiado: ¿qué sacas estando todo el día con el f5 en la web? Pero son cosas que van también por épocas.

A veces da la sensación de que los periódicos desprecian al lector que paga.

¡Es que lo desprecian absolutamente!

Lleva mucho tiempo analizando los periódicos. ¿De qué manera le han marcado?

Pienso a menudo en eso. Han sido para mí fundamentales, y no me refiero a que me gane la vida con ellos. Yo soy un lector. Todo lo que sé lo he aprendido en los periódicos. Todo lo interesante de mi vida lo he encontrado en ellos. Hemingway decía que un periodista debe saber dejarlo a tiempo. Puede ser, yo no estoy de acuerdo. Y desde luego no le pasa al lector de periódicos. Lo que sucede es que los periódicos lo están abandonando. Pero aun así siguen cumpliendo una maravillosa función. Siguen alimentando cosas: cómo me entero de lo que se publica, de lo que hay en el mundo. Yo sigo fiel a la máxima de que lo más interesante de la vida pública sigo aprendiéndolo en los periódicos aún hoy. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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