Palabras de la crisis

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Si una persona despertase en España después de un sueño de unos años, tendría que hacer un esfuerzo para aprender  algunos de los términos que se han popularizado en este tiempo de dificultades económicas. El aprendizaje tendría que cubrir desde la reticencia del anterior presidente José Luis Rodríguez Zapatero –que habló de “desaceleración acelerada” y solo en julio de 2008 aceptó mencionar la palabra “crisis, como ustedes quieren que diga”–, hasta el sintagma inverosímil de “apoyo financiero” que el ministro de Economía Luis de Guindos usó para presentar el rescate europeo de los bancos españoles en junio de 2012. Esa tendencia eufemística de los gobernantes alterna con una propensión a la épica que comparten dirigentes y columnistas, y que va desde la refundación del capitalismo a las comparaciones con la Gran Depresión y los años treinta del siglo XX (aunque las consecuencias económicas fueron más severas, por no mencionar las políticas: afortunadamente, ahora no tenemos ni a Hitler, ni a Stalin, ni a Mussolini ni a Franco), pasando por la etiqueta de la generación perdida (cuando los jóvenes actuales viven grandes dificultades, pero que no son comparables a las de generaciones precedentes). Otra figura que hemos visto reiteradamente es la profecía autocumplida o autoverificada. Muchas veces adopta una forma negativa, al estilo de “La muerte en Samarra”: cuando a principios de junio el ministro de Hacienda explicó que el rescate era “técnicamente imposible”, la única duda era saber cuánto tardaría en llegar. Como regla general, lo que se niega acaba sucediendo: después de años de decir que no somos Grecia, nuestra gran esperanza es no convertirnos en Uganda. Y lo que se presenta como modelo a seguir –la Comunidad Valenciana, los bancos españoles– no tarda en transformarse en el paradigma del desastre.

Suponiendo que los hechos evidentes no le llevasen a prolongar su siesta unos años más, esa persona tendría que aprender a convivir con términos que han asumido nuevos referentes como inyección, rescate, calificación o los oscuros mercados, que se han aprovechado de las medidas neoconservadoras, las recetas neoliberales o incluso ultraneoliberales que impulsaron la desregulación (anglosajona) e imponen la austeridad (luterana), para algunos la consecuencia de haber vivido por encima de nuestras posibilidades y para otros el antónimo de crecimiento. En lo que decimos y escribimos sobre la crisis abundan las metáforas de muchos tipos: las hay textiles (“apretarse el cinturón”), gaseosas (“pinchar la burbuja”), laborales (“necesitamos arquitectos, no bomberos” en la Unión Europea, según Delors), domésticas (“un Estado es como una familia”), cinegéticas (Felipe González ha dicho que Rajoy es como un galgo que corre detrás de una liebre eléctrica; para elogiar a Alfredo Pérez Rubalcaba se dijo que era la liebre eléctrica de Zapatero), médicas (“una excesiva dosis de austeridad puede matar al enfermo”), bélicas (“el bazooka del Banco Central Europeo”), ecológicas (como el símil de la inundación que utiliza Michael Lewis para hablar de las hipotecas subprime) o meteorológicas (“con la que está cayendo”, quizá la expresión más popular, que sirve para señalar cualquier cosa que provoque indignación, otra de las palabras estrella de la crisis). Muchas expresiones y tropos vienen del inglés, y unos tienen una traducción más fácil que otros (too big to fail, Grexit, Spanic). Algunas de las metáforas intentan ser didácticas o llamativas, pero otras están muertas o fosilizadas. Así, los partidos en el poder, además de pedir responsabilidad, exigen que se arrime el hombro: María Teresa Fernández de la Vega valoró “la decisión del jefe del Estado de arrimar el hombro”; Leire Pajín denunció que “el PP no quiere arrimar el hombro” y pidió que lo hicieran los ayuntamientos o Mariano Rajoy; José Antonio Alonso y Elena Salgado también usaron la expresión. En 2012 el rey ha pedido a empresarios que arrimen el hombro, y también lo han hecho la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y Alberto Fabra. Cuando Antonio Basagoiti reclama a Rubalcaba “que arrime el hombro” y “no saque pecho” no delata una vocación oculta de profesor de baile. Al contrario, muestra que al emplear esas expresiones no visualizamos ninguna imagen mental: que, como escribió Orwell, en realidad no estamos pensando. Decimos que “la prima de riesgo se ha relajado”, y probablemente no vemos a esa caprichosa pariente, pero la literalidad del lenguaje puede pillarnos por sorpresa. Cuando se produjo la expropiación de ypf, el ministro de Asuntos Exteriores García Margallo usó otro símil que se ha popularizado para hablar de la gestión de los problemas del euro: pegarse un tiro en el pie. Fue una elección desafortunada, porque el nieto del rey acababa de tener su accidente de caza.

También se han puesto de moda referencias a un imaginario variado. Una de las adiciones más recientes ha sido la de Montoro, que habló de “los hombres de negro”, encargados de supervisar la economía de un país tras un rescate. Una aportación que ha gozado de mucha fortuna, y que se ha extendido a ámbitos distintos del “capitalismo de casino”, es la frase que pronuncia el capitán Renault cuando cierra el local de Rick en Casablanca con el cínico pretexto de haber “descubierto que en este local se juega”. Hay viñetas que comparan a los mandatarios europeos con el mito de Sísifo, pero a menudo las referencias tienen un tono más pop. En inglés se habla del momento del Coyote: el personaje de dibujos animados de la Warner se dirige a un precipicio y sigue corriendo en el aire, pero cuando mira hacia abajo cae. Paul Krugman, uno de los economistas que han ganado una gran audiencia con la crisis, utilizó la epifanía del Coyote en septiembre de 2007 para hablar del dólar y la ha empleado en muchos posts y artículos. Han usado la expresión Ezra Klein, Joaquín Estefanía, Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart (citando a Krugman), o Simon Derrick y José Ignacio Torreblanca (sin citarlo), entre otros. El filósofo esloveno Slavoj Žižek ha empleado la analogía con los dibujos animados, pero además del euro la ha aplicado a Milošević, el régimen iraní, Mubarak o Jacques Lacan, y prefiere a Tom y Jerry que al Coyote y el Correcaminos.

La tentación apocalíptica, el símil sensacionalista, la analogía engañosa, el eufemismo o las simplificaciones que al final no aclaran nada son peligros constantes. Es difícil escapar a ellos, y estoy seguro de que no lo he logrado en estas líneas. Algunas de las metáforas son elocuentes; como apunta Juan Ignacio Crespo en Las dos próximas recesiones, quizá algunas sean inevitables. Pero a menudo los tópicos nos impiden pensar las cosas de otro modo. Por eso, como decía William Safire, hay que huir de ellos como de la peste. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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