Historia de la ciencia en México, de Ruy Pérez Tamayo (coord.)

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Conforme nos adentramos en el siglo xxi miramos con mayor amplitud el pasado que nos define. El legado de ideas plasmadas en documentos y lienzos, en piedras de castillos, iglesias y edificios públicos, en las cárceles y los hospitales, por incompleto que nos parezca o realmente lo sea, adquirió una sinergia tal con las herramientas intelectuales desarrolladas en los últimos 350 años que hoy en día es posible llevar a cabo una revisión más profunda de la aventura por el conocimiento, en este caso en Mesoamérica.

Un magnífico ejemplo de esta capacidad de síntesis en cuanto a las ideas y los factores sociales y naturales que verdaderamente explican cómo surgió el conocimiento de corte científico en nuestro país es la reciente compilación llevada a cabo por Ruy Pérez Tamayo. Desde el prólogo Ruy plantea un asunto crucial para quienes se sientan atraídos por la reconstrucción histórica y, en general, para cualquier lector curioso: ¿podemos hablar de una ciencia precolombina?

Vale la pena deslindar actividades diferentes, como son, por un lado, la búsqueda de explicaciones mediante los criterios de la ciencia, y, por otro, la necesidad de inventar artefactos para lidiar con la realidad, más bien hostil y muchas veces impredecible. Este libro, pues, solo se plantea rastrear, acotar y, felizmente, ofrecer hipótesis factibles acerca de las posibles ideas y descubrimientos científicos a lo largo de nuestra historia y no de la tecnología.

Entonces, ¿existió una ciencia antes de la conquista europea? Pérez Tamayo recurrió al sabio de esos menesteres, Alfredo López Austin, quien lo alertó sobre la inutilidad de buscar algo parecido a un pensamiento escéptico, experimental y cuantitativo en Mesoamérica durante esos años. En efecto, sería absurdo pensar que en un mundo donde la verdad es revelada por la divinidad o, en su defecto, buscada por el sacerdote con un método animista y prelógico, pudiera haber una búsqueda de la verdad “verificada” mediante razonamientos científicos.

Sin embargo, tampoco es descabellado hablar de una protociencia, esto es, del hecho que conlleva el irrefrenable impulso humano de conocer, por muy desconectado que esté de sus intenciones primarias y conscientes. La necesidad de inventar, la cual condujo a concebir técnicas diversas (en la agricultura, la minería, etc.), implica el deseo de conocer para encontrar mejores formas de adaptarse al medio. Dicho de otra manera, existe un número razonable de posibilidades de que, con el tiempo, los mesoamericanos hubiesen descubierto el pensamiento escéptico a la manera de Bacon.

Pérez Tamayo, no solo un notable científico sino alguien comprometido con la divulgación de la ciencia, ideó este libro de una manera que puede leerse con fluidez, pues consiguió que sus colaboradores bordaran sobre el tejido imperfecto de las ciencias que ya desde el siglo xvi comenzaron a aparecer en el paisaje colonial, prosiguieron durante la gesta de independencia y se desarrollan con cierta coherencia en el México actual.

Así, el prestigiado historiador y especialista en ciencia y tecnología Elías Trabulse nos hace un recuento de los elementos externos y del ritmo interno que, en su conjunto y de maneras a veces insospechadas, contribuyeron a un desarrollo más o menos veloz de las ideas y descubrimientos científicos en la Nueva España, en el periodo de 1521 a 1810.

Ejemplo emblemático es el Herbario de la Cruz-Badiano, pues se trata de uno de los más elocuentes casos de protociencia en la América anterior a la Conquista española. Por un lado es un tratado de farmacología y botánica y por otro muchas de sus curaciones se basan en hechicerías y encantamientos. Ahora bien, ¿de qué manera se incorporaron en el mundo precolombino las ideas científicas? Trabulse nos ilustra. Ni el Herbario de la Cruz-Badiano ni la célebre obra de Sahagún y sus informantes indígenas se conocieron públicamente sino hasta después de la Independencia. Fue gracias a la obra del facultativo sevillano Nicolás Monardes que se difundió la farmacopea indígena para su uso entre los médicos europeos. Como es bien sabido ahora, en cierto tipo de padecimientos los nahuas demostraron que dominaban una protociencia médica, más allá de hechicerías y encantamientos, y sus remedios eran mejores que los empleados en Europa.

Un ensayo de gran valor es el de Carlos Viesca y José Sanfilippo, ambos expertos en historia y filosofía de la medicina de la unam. Según nos dice Ruy en su prólogo, su texto está basado en la investigación sobre fuentes directas, las cuales forman parte del acervo universitario. Desde un principio los autores advierten al lector sobre el inevitable traslape de personas y acontecimientos cuando se desciende y se propone uno detallar el devenir de la historia. Hay, sin duda, continuidades en la comunicación de las ideas y descubrimientos de las ciencias. Pero también cadenas rotas y eslabones engarzados por otras razones (comerciales, militares, políticas).

Para exponer precisamente la relación entre la política y la difusión de las ciencias en México de 1850 a 1911 Pérez Tamayo invitó a otro especialista, Juan José Saldaña, fundador y director del Seminario de Historia de la Ciencia y la Tecnología en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, quien nos recuerda que desde entonces había una fuerte corriente de pensamiento liberal, bajo el cual se creía a pies juntillas que el conocimiento de las ciencias y las aplicaciones técnicas debía ser en México un elemento decisivo en la gobernabilidad del país.

Finalmente, es el mismo Ruy Pérez Tamayo quien nos ofrece un claro panorama de lo sucedido desde 1950 hasta nuestros días. El ritmo interior de las ciencias (campo que él conoce bien y del que ha sido un importante promotor) adquirió histamina en todo el mundo civilizado, sobre todo después de la Segunda Guerra, y México no pudo escaparse al aluvión. Gracias a la tradición ilustrada, liberal y democrática, el pensamiento escéptico, fáctico, en el que no se piensa en una naturaleza de premios y castigos sino solo de consecuencias, encontró aquí un espacio de expresión genuina y creativa que, no obstante, aún ahora lucha por su sobrevivencia. ~

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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