Historia de la vida cotidiana en México. Siglo XX

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Historia solía ser la de lo escaso; por ejemplo, un héroe. Hoy hay que narrar el pasado de lo
cotidiano; por decir, un beso. La colección Historia de la vida cotidiana en México, dirigida por Pilar Gonzalbo, comenzó a la alta en el 2004 con un excelente tomo, coordinado por Pablo Escalante, sobre el período prehispánico. En el 2006 vio la luz el tomo v, Siglo XX, publicado en dos volúmenes, ambos coordinados por Aurelio de los Reyes.

Es doble el reto de escribir la historia de la vida cotidiana: dar razón de lo que deja poca huella, y hacer sentir la cotidianidad del pasado en el presente. En lo que hace a la búsqueda de fuentes, el tomo v es afortunando: periódicos y revistas constituyen su principal abrevadero, pero también presenta imágenes, textos poco conocidos, sonidos difíciles de encontrar, historias orales y publicaciones populares poco estudiadas. Sin embargo, la historia de lo cotidiano también tiene que lograr, literal, una puesta en escena, así tal cual una toma cinematográfica de época, en la cual un teléfono o una solapa no delaten anacronismos. Aurelio de los Reyes es un lúcido historiador del cine y con atino propone al lenguaje cinematográfico como la manera de capturar la vida cotidiana del México del siglo XX: una historia que incluya lo visual (fotografía, cine, historietas, grabados), lo textual (literatura y toda clase de fuentes escritas), el movimiento (el ir y venir, el hacer y quehacer comunes) y, finalmente, el sonido, innato al XX, siglo de la radio, la televisión, los acetatos y el cine.

De un guión así, en el mejor de los casos, resultaría una historia en movimiento, plena de ecos y reminiscencias. Los novelistas, ya sabemos, lo logran. Los cineastas también. Inclusive los poetas: recuerdo el romance de Agustín de Foxá, franquista del segundo día, en el cual un hecho histórico importante –la ambigüedad popular ante la enfermedad de Alfonso XII– es contado en su cotidianidad, con imágenes, sonido, olores, guión y movimiento, así, como lo querría el historiador Aurelio de los Reyes:

Con plebeyez de tortilla

olor de pescado frito

faroles de gas borrachos

y el manzanares podrido,

el rey venía tosiendo

tuberculoso, amarillo,

a muerto oliendo sus manos

y a naftalina el vestido.

“¿Dónde vas, Alfonso XII?” 

cantan en rueda los niños

“en un Escorial de rocas 

tengo una alcoba de cirios”

(Romance de Alfonso XII, 1931).

Es a esta instantaneidad, a un tiempo mundana y trascendente, a la que aspira la historia de lo cotidiano. Nada fácil.

No debe, pues, sorprender el resultado variopinto de los veinte ensayos del tomo v. Algunos logran su objetivo, otros no. Algunos son buenos resúmenes de la historiografía reciente. Otros entregan nueva información, citas y datos muy reveladores o simplemente lindos. Y otros realmente hacen sentir en este lector la cotidianidad, por ejemplo, de una vida vista a través de fotos y publicaciones de las asociaciones católicas femeninas de la ciudad de México (Valentina Torres-Septién). Unos temas se repiten (moralidad, diversiones, familia), y otros faltan: ¿México cotidiano en el siglo XX sin deporte, sin la tele, sin las palabrotas de la calle ni las palabritas de un bolero?

No obstante, en conjunto, es un tomo sin duda valioso y de lectura necesaria. Debe ser arduo mantener la vara alta en estas multitudinarias empresas editoriales, y es mezquino que este lector afirme que el tomo v es más desigual que otros de la misma colección. Pero si ya lo dije, a cambio de mi mezquindad dejo estas recomendaciones.

El volumen uno, “Campo y Ciudad”, incluye varios ensayos sobre la ciudad de México y algunas excursiones interesantes a Veracruz y lugares poco socorridos por el historiador: el valle de Toluca o regiones de Nuevo León. También se presentan temas innovadores: la niñez, la violencia doméstica, la lucha por la tierra vista a través de la memoria local. Particularmente interesante es el ensayo sobre la vida campesina en las tropas zapatistas; un trabajo que hace estupendo uso del valioso archivo de la palabra que hace décadas fue elaborado por el INAH. El autor, Felipe Arturo Ávila, teje sus preocupaciones académicas a la voz viva de los actores históricos y dibuja así la cotidianidad de la familia y la religión, la vida en los campamentos con el fantasma de la muerte a flor de piel. A su vez, la vida cotidiana obrera aparece analizada con lucidez por María Aparecida de Souza Lopes en un ensayo sobre la ciudad de Chihuahua. Éste es uno de los trabajos mejor investigados del tomo v, el lector aprende cuántos obreros y obreras, en qué industria, los salarios, los productos, la organización y disciplina industrial, así como el acceso al espacio privado de la creciente clase obrera de la ciudad. Por su parte, Roberto Hornelas entrega una necesaria incursión en los orígenes de la radio en México (entre 1900 y 1930), la cual incluye la historia de la tecnología, el lenguaje, la publicidad, la vida familiar alrededor de la radio y los negocios propios de este artefacto: el actor primordial de la vida cotidiana en la primera mitad del siglo XX. Una investigación sólida y un tema importante que hubiera merecido, por ejemplo, otro ensayo dedicado a la música popular. Pero ni Agustín Lara alcanzó una mención en todo el tomo v, él que inició a generaciones en la glosa para hablar de y desde la calle, la alcoba y el burdel.

También en el primer volumen, Cecilia Greaves revisa los libros de texto en lenguas indígenas. Un aproximación más bien descriptiva, pero un tema que con el tiempo puede complementar la densa historia de la mestizofilia mexicana con la historia del multiculturalismo post 1990. Asimismo, Soledad González Montes presenta un estudio histórico y etnográfico de la violencia doméstica en Xalatlaco, Estado de México. Encomiable: si de la vida cotidiana se trataba, y en México, el tema tenía que ser incluido, la investigación de González Montes muestra cómo la transformación de las costumbres conlleva formas indeseadas de la traída y llevada resistencia popular: nada de gemeinschaft solidaria y unida contra el capitalismo, sino hombres desempleados y pobres que se aferran a sus privilegios masculinos ante la lucha por la supervivencia de las mujeres.

Lástima que aunque el tomo dedique varios ensayos a la disección de los roles femeninos y masculinos, se dejó fuera a las sexualidades subversivas, cotidianas como una mirada y un abrazo, y para cuyo análisis abundan fuentes historiográficas, literarias, gráficas e inclusive sonoras. Tengo para mí que los mexicanos perdemos cotidianidad sin los secretos a voces que van desde la prensa porfiriana sobre los 41, o desde los desmelenes de Salvador Novo, Porfirio Barba Jacob y Elías Nandino, hasta la popularidad de Juan Gabriel.

El volumen dos muestra un mundo de imágenes ricas en cotidianidad en las cuales coexisten lo mundano y lo sublime. El volumen levanta con un estupendo análisis de las caricaturas producidas por la fábrica de cigarrillos El Buen Tono y la historieta Mamerto y sus conocencias. Además de que estas fuentes merecían historia, la autora (Thelma Camacho Morfín) examina las ramificaciones en los papeles sexuales, en la moral familiar y en la formación de espacios privados. Desafortunadamente, éste es el único ensayo del tomo v que roza el humor. La risa, estemos seguro, fue tan cotidiana como la coprolalia del campo y la ciudad. Pero es normal: no obstante Luis González y Edmundo O’Gorman, la solemnidad puede mucho en el mexicano oficio de historiar.

Alberto del Castillo revisa las imágenes de la niñez en la ciudad de México a principios del siglo XX. A través de la publicidad, el fotoperiodismo de investigación –los Jacob Rïis mexicanos–, algunas fotos del conocido fotógrafo C.B. Waite y la nota roja, el autor construye una ventana poco usual para ver ese otro habitante por antonomasia de la cotidianidad: el niño, la niña. Otros ensayos analizan la cultura material en la publicidad del siglo XX y la introducción de los electrodomésticos en el hogar mexicano. La aspiradora Hoover y armatostes similares –han propuesto estudios de la historia estadounidense– liberaron a la mujer y constituyen uno de los factores para entender la epidemia de problemas cardiacos que, a partir de 1950, ataca a las gringas. En su ensayo sobre el tema, Álvaro Matute Aguirre, a partir de unas reveladoras imágenes de la película Una familia de tantas (1948), muestra que en el caso mexicano no hubo tal liberación. Para la década de 1970, sabemos, la epidemia cardiaca, y la libertad, afectaba más a las mujeres emigrantes, pero sólo en parte a la mujer trabajadora en México. Una historia cotidiana que merece lectura y seguimiento.

El volumen dos incluye también un interesantísimo ensayo sobre las imágenes del fotoperiodismo en la ciudad de México entre 1940 y 1960 (de Marcela González Cruz Manjarrez). El trabajo complementa los valiosos estudios de John Mraz sobre Nacho López y los hermanos Mayo, sobre todo porque la autora tuvo acceso a la obra de Juan Gómez (Hans Gutman): un fotógrafo que logró imágenes invaluables de la ciudad de México, sólo comparables a las de López y a las de la estadounidense Helen Levitt –cuyo estudio y revaloración debemos a James Oles. Marcela González Cruz Manjarrez es adusta en el análisis, pero elocuente en la selección de imágenes; ellas hablan que da gusto.

El volumen dos remata con un ensayo de Aurelio de los Reyes sobre la disfunción social y la moral en el México posrevolucionario a la luz de algunos casos de mujeres asesinas y la historia del cine. En los dimes y diretes alrededor de esposas o amantes asesinas, los roles sociales femeninos y masculinos se revelan con claridad inusitada, y de ahí el autor saca rutinas sociales duraderas sobre el honor masculino, la maternidad, la familia y la clasemediez; rutinas de la realidad que el autor luego pasa por el tamiz de la ficción de Santa (1932), Allá en el rancho grande (1936), México de mis recuerdos (1943), Distinto amanecer (1947) o Doña perfecta (1950), entre otras. Ser mujer u hombre en el México del siglo XX aparece, así, como un guión ya escrito y en lenta transformación. El autor es parco en referencias a la historiografía sobre los temas que trata, pero generoso en anécdotas y vivacidad. Y sí: las rutinas que revela parecen duraderas, e inclusive parecería que hoy, en un descuido de la pasión o la conciencia, podríamos acabar en Sara García o Fernando Soler. Un ensayo lleno de eso, de vida, de cotidianidad.

Más allá de las ausencias, repeticiones y desequilibrios, no son pocos los méritos del tomo v. Será de uso frecuente para escribir y enseñar historia. Más importante: tiene lo suyo para habitar la cotidianidad del lector sin cuaderno de notas. ¿Mejor destino para una Historia de la vida cotidiana en México? ~

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