El leopardo de las nieves, de Peter Matthiessen

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La reedición de The Snow Leopard se lleva a cabo con un anacronismo en portada. La imagen seleccionada es una fotografía aérea del Everest tomada por la nasa en 1993. Esto es: una imagen de hace quince años para prologar la lectura de un libro escrito hace exactamente treinta, cuando ganó el National Book Award, el mismo galardón que acaba de obtener Peter Matthiessen (Nueva York, 1927), por cierto, con su novela Shadow Country. La red está llena de textos sobre El leopardo de las nieves, un libro de viajes que de algún modo (el anglosajón) ya es canónico, de manera que esta reseña no va a ser una reseña, sino un intento de reflexión sobre algunas ideas que me ha sugerido la lectura de un libro de los años setenta en pleno siglo xxi.

La primera guarda relación con el anacronismo de la fotografía de portada. En la era de Google Earth no deja de sorprender una imagen antigua de la nasa con copyright de Spacephotos / Cover Jupiterimages. Esa misma sensación de sorpresa y de anacronismo ha recorrido mi lectura del libro. El impulso del viaje se encuentra en el título: “la esperanza de vislumbrar este animal casi mítico en las montañas de las nieves eternas era justificación suficiente”. Por tanto, la meta es clásica: ser el tercer occidental en ver a la huidiza criatura; y para ello someter el cuerpo a sus límites de resistencia, en altas cumbres, por caminos de cornisa, con tormentas de nieve y porteadores poco confiables. Matthiessen intenta compatibilizar un objetivo tan típicamente occidental (la conquista del espacio) con una investigación en la interioridad que se considera genuinamente oriental. Es decir, el viaje exterior se define en las coordenadas anglosajonas, pero el supuesto viaje interior se caracteriza según los trazos de la filosofía propia de la región visitada. En ese sentido, El leopardo de las nieves prolonga la tradición de los exploradores y escritores decimonónicos que se enamoraron de los países que cartografiaron, y de sus epígonos contemporáneos como Thesiger, al tiempo que antecede a libros recientes como El corazón del mundo de Ian Baker. Lo que singulariza su propuesta es, precisamente, el contexto histórico. Los años setenta, sobre todo en lo que al desplazamiento geográfico y al orientalismo se refiere, no se pueden entender sin el (anti)paradigma hippie. Por momentos, pese a la fuerte personalidad del autor, pese a su itinerario de lecturas absolutamente propio, esa deuda de época se hace demasiado patente.

La segunda idea tiene que ver con el género. En España el libro aparece de nuevo en la colección “El Ojo del Tiempo”, de la editorial Siruela, donde recientemente se han publicado títulos de Ignacio Gómez de Liaño o George Steiner; es decir, en una colección de ensayo. En inglés, en cambio, el libro circula en dos ediciones: la de Penguin Classics y la de Penguin Nature Classics. La ambigüedad es relevante: entre la literatura y la ecología, entre la Gran Literatura y los libros de viajes: ¿Dónde se ubican los libros como El leopardo de las nieves? ¿Dónde se colocan los de sus contemporáneos afines, como Paul Theroux y Colin Thubron? Definitivamente en un lugar diferente al que ocupan la obra de Robert Byron y la de Bruce Chatwin, que sí investigaron la forma del relato de viajes, que no dieron como bueno ningún formato heredado de una tradición más moldeada por geógrafos, militares y aventureros que por poetas. El sustrato más interesante del libro de Matthiessen, constituido por la narración de la muerte reciente de su esposa a causa de un cáncer y la culpa que el viajero siente por no haber sabido estar a la altura de las circunstancias (un viajero es la suma de sus ausencias), precisamente, no es tratado con la conciencia de sobresentido que sería exigible en una novela o en un poema, aunque sí con la honestidad y la emoción que presumimos en los géneros autobiográficos.

La tercera idea se desprende de la segunda y es más bien una pregunta: ¿cuáles son los recursos formales que no caducan en una novela de no ficción? Porque algunas de las opciones técnicas de Matthiessen no hay duda que o bien han caducado o bien chirrían en nuestra época. Me refiero al hábito de anotar el nombre científico de cuanta criatura vegetal o animal se cruza en su camino, al hecho de recurrir a largos párrafos entre paréntesis para integrar en el relato lo que sus compañeros de viaje harán cuando él ya no los acompañe, o al uso de notas para citar las fuentes. La prosa es fluida, se articula en fragmentos de diario de viaje y oscila entre las descripciones espaciales de aliento romántico y la narración pormenorizada de la actualidad de la ruta. Las digresiones acerca de filosofía oriental y de cómo algunas convicciones del hinduismo y del budismo se encuentran presentes en los grandes relatos occidentales permiten la elevación: del Himalaya al Viaje, del itinerario íntimo al transpersonal.

Con la distancia que brindan treinta años, en fin, veo El leopardo de las nieves como un libro canónico a la anglosajona: es decir, como una obra capaz de pervivir en las listas de viaje extremo, como una obra documentada y eficaz, como un “clásico natural Penguin”; pero no como una obra maestra. Su incorporación de tendencias filosóficas orientales ancla el texto en un contexto histórico hippie, que puede ser releído ahora en el marco New Age, pero que desplaza al lector anacrónico que no empatice con esas convicciones. Casi contemporáneo de In Patagonia, lo que en Chatwin es investigación formal y uso magistral de la elipsis, en Matthiessen es cultivo de las convenciones de lo que las editoriales anglosajonas siguen entendiendo por “libro de viajes”. Me interesará leer su última novela, para poder profundizar en esa distancia temporal que abre este libro: entonces podré saber si en los setenta primaba su faceta de naturalista y aventurero y ahora, finalmente, prima la de escritor. ~

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(Tarragona, 1976) es escritor. Sus libros más recientes son la novela 'Los muertos' (Mondadori, 2010) y el ensayo 'Teleshakespeare' (Errata Naturae, 2011).


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