El problema de jugar con fuego es que la llama no conoce la quietud, y
nosotros, después de un rato, queremos sentarnos en las piedras a
observar cómo regresan las aves a los encinos.
Una brasa escapó quién sabe cómo del círculo de piedras.
Círculo que horas antes había dictado los límites del fuego.
Fuego que habíamos animado cerca de la galera
para tomar café en tazas de peltre despostilladas.
Se sintieron los caballos correr
y después reventó el corral
y entonces vimos una mano con miles de dedos brillantes
en medio de la labor,
a mitad de la noche,
en los últimos de diciembre.
Una mano alzada que podía imitar todas las formas con sus dedos.
Esa noche conocí el color de la guerra
y no me quedó más que levantar mi mano
para saludar al Dios que también me saludaba.
Abrimos con arados uno de los estanques
para que se extendiera el agua sobre la llanura
y la noche se puso frente a un espejo
y reconoció su semblante a costa de olvidarse de nosotros.
Para ese momento la lumbre ya solo era una palabra
de la que habíamos aprendido un nuevo significado.
Yo traía llenos de agua los zapatos.
Las plañideras abrazaban a unos hombres en el suelo
y algunos de mis tíos se alejaban en caballos
para buscar a otros caballos, que, por el susto,
habían galopado hasta atravesar el río.
Alguien gritó mi nombre, pero no volteé ni dije nada
y me fui a sentar debajo de un encino
a esperar a que me llegara el otro sueño.
Este sueño: ~
Publicado originalmente en:
Valdez, Alan, La pérdida de voluntad en el agua, Fondo de Cultura Económica, México, 2021, pp. 50-51.
Disponible: https://elfondoenlinea.com/detalle.aspx?ctit=054004L
(Chihuahua, 1992) está interesado en experiencias de escritura sin
márgenes, equívocas y distraídas. También le gustan las nutrias, tocar el sintetizador, que
Pascal Quignard procure el silencio y, sobre todo, el poema 135 de Emily Dickinson. Este
fragmento proviene de La pérdida de voluntad en el agua (Tierra Adentro, 2021), libro con
el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2020