Poesía completa, de Ramón Xirau

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En Gradas (1979), el título mayor de la copiosa producción poética de Ramón Xirau (1924), el poeta de origen y destino catalán señala en las primeras líneas de su “Nota mínima” e introductoria: “Todo poema es visible, no explicable.” La visibilidad de un poema –y la obra de Xirau lo supo desde el principio– no consiste en la integración o la transparencia luminosa y purísima de sus materiales, mucho menos en la extrema limpidez del tono que lo caracteriza. La visibilidad tiene que ver con la dilucidación: la luz que la palabra arroja sobre el mundo le otorga a éste un nombre, una esencia, una circunstancia, un color, una textura, una dimensión y un movimiento siempre específicos pero ambulantes. (Digo “ambulantes” en tanto que la otra mitad de ese mundo, como la Tierra misma, queda en sombras, a la espera de la luz que revele su naturaleza perdurablemente transitoria, transitoriamente perdurable. Así lo reconoce Xirau en Pájaros, de 1986: “Se refleja en ti el ramo,/ esta mesa, el espejo repetido/ el rostro de la chica escurridiza,/ cobre, color del mundo,/ nunca igual.”)

Para el ojo y el oído que perciben aquella irradiación verbal sobre la página –tomemos, por ejemplo, cualquiera de san Juan de la Cruz, estación obligada en los ensayos de Xirau–, los nombres abandonan la noche oscura de la lengua que habitan para mudarse a un claro donde mudan en cosas, seres o lugares visibles y concretos: ahí están los “montes y riberas” del “Cántico espiritual”, sus “bosques y espesuras”, su “cristalina fuente”, su “interior bodega”, su “ameno huerto” y, entre las muchas criaturas que lo habitan (“leones, ciervos, gamos saltadores”), el Amado, ausente en las primeras liras del poema sanjuanino. El Amado, que tomó la forma fugitiva del ciervo y dejó al Alma, su Esposa, herida de desposesión. Si, como escribe Jorge Esquinca en un verso tan nítido como enigmático, “la escritura del ciervo es su desaparición”, el acto mayor de presencia del Ciervo de san Juan es su propia huida; su huella más visible, la desaparición que deja tras de sí. Esa huella, que demuestra la presencia del Ciervo en algún punto, es visible, no así Quien la dejara. De mirarla por un largo rato podríamos conjeturar el porqué de Su ausencia, la duración, la hondura y la velocidad de Su paso, pero la sola conjetura no Lo haría aparecer. Es probable que el Ciervo, oculto tras la luz que Él mismo es, llevara a cabo una observancia invisible de nuestra observación, como Xirau sospecha en la siguiente estrofa:

Mediodía. Todo es silencio y en la roca

el mirar Tuyo crece, nunca

visible, mas visible eternamente

como la ola visible arena toda

como tronco y madera todos leves

como la luz sencilla memoriosa

Mente.

(Gradas, I)

La visibilidad y la dilucidación no son dones necesariamente refractados por la luz en el prisma del poema. En todo caso, el haz que impacta en el prisma de nuestro autor es otro. Tal y como ocurre con la derivación favorita de Severo Sarduy, “No la luz: la lucidez…” (Lucidez, añadiría, equivalente a “la luz del pensamiento” de Xirau.) De ahí que la noche oscura de la lengua sea un sol de medianoche. De ahí también que los misterios del mundo prescindan de aclararse: son claros en sí mismos; por eso se encuentran con la facilidad engañosa de sus múltiples resoluciones. Oscura y equívoca, nuestra percepción, que busca preguntas retóricas donde halla respuestas verdaderas. “Todo es claro, sencillo./ Mirad:/ el mundo es tal y como se ve.”

Magníficamente traducida por Andrés Sánchez Robayna –poeta que, en más de un sentido, proviene de la sensible materialidad de Xirau–, esta Poesía completa constituye todo un acontecimiento para la poesía contemporánea en lengua española y catalana. En tiempos de una lírica obsedida por su profesionalización, más tendiente al hacer que al hecho mismo; en tiempos nublados como éste por la preocupante autoconciencia y la inercia temible del oficio poético; cada vez más a punto de ser un arte conceptual en verso y por escrito, la poesía de Ramón Xirau recupera la visibilidad. Primera impresión, cosa de ver, pide mirada, no miramientos; figuración, no conjetura; pide, en fin, dar por hecho sin tener que explicarse.

Las fresas rojas

son rojas,

las nubes blancas

son estas nubes blancas,

la hoja verde amarilla

es verde es amarilla,

la muchacha clara

es la muchacha clara,

las olas azules

son las olas azules,

todo está en todo menos Tú,

rojas, las fresas

¿sangre? no sangre 

fresas, campo en el alba.

(“Fresas”) ~

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(Ciudad de México, 1979) es poeta, ensayista y traductor. Uno de sus volúmenes más recientes es Historia de mi hígado y otros ensayos (FCE, 2017).


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