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“Al enseñarnos un nuevo código visual, las fotografías alteran y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar”, escribió Susan Sontag en su clásico Sobre la fotografía. Y añadió que las fotos “son una gramática y, sobre todo, una ética de la visión”.
En los últimos tiempos, probablemente alentadas por el mucho más fácil acceso a las cámaras y el acicate de las redes sociales en internet, muchas personas se han dedicado a jugar con esa gramática de la visión que es la fotografía. Ha ganado muchos adeptos la tendencia de recrear fotos antiguas: gente que toma sus viejas instantáneas familiares, busca ropa parecida a la que llevaba décadas atrás y se lanza a —en la medida en que el paso del tiempo lo permite— reproducirlas. El resultado, en la mayoría de los casos, es muy divertido.
Más allá de estas iniciativas particulares, cuyo objetivo, en general, no excede el mero divertimento, existen otras: parecidas, pero con búsquedas o sentidos diferentes. Más profundos. Artísticos. En estos casos, no se trata de una moda reciente, fruto de un acceso más fácil a los medios técnicos, sino que en general tienen un buen costo: en dinero, en tiempo o en otros recursos incluso menos tangibles.
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Quizás el caso con mayor proyección temporal es el del fotógrafo argentino Diego Goldberg. Su proyecto se titula La flecha del tiempo, y consiste en realizar, el 17 de junio de cada año, fotos carnet de sí mismo y de los demás miembros de su familia. “Nos fotografiamos para detener, por un momento evanescente, la flecha del tiempo que por allí pasa”, dicen. La iniciativa comenzó en 1976 con Diego y su esposa Susy. En 2014, ya fueron nueve: ellos dos, sus tres hijos, dos nueras y dos nietas. (El estadounidense Zed Nelson comenzó, en 1991, un proyecto parecido: todos los años, una foto similar de él, su esposa y su hijo. Su título es, simplemente, The Family.)
Aún más impactante es la experiencia de Noah Kalina, también norteamericano, quien se toma una selfie todos los días desde el 11 de enero de 2000. Cuando llevaba seis años editó un video que resumía su proyecto, titulado Everyday, hasta entonces. Se hizo tan popular que hasta fue parodiado por Los Simpson. A mediados de 2012 editó un segundo video. Verlo completo —4.514 fotos, los ojos de Kalina fijos en los tuyos, en 7 minutos y 47 segundos— es verdaderamente sobrecogedor. Y su trabajo, obviamente, continúa.
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No se trata solo de retratos de personas. El artista Halley Docherty se convirtió en un especialista en insertar imágenes antiguas en Google Street View, de forma tal de introducir escenas históricas en paisajes actuales. Primero lo hizo con pinturas famosas, luego con portadas de discos y, más tarde, con escenarios de la Segunda Guerra Mundial. Inspirado por Docherty, Sebastian Maharg (estadounidense con raíces españolas y escocesas) hizo algo muy parecido pero con imágenes de la Guerra Civil Española en Madrid, ciudad en la que él reside desde hace una docena de años.
El español Arturo Barcenilla Tirapu, gran admirador del cine de François Truffaut, se lanzó hace años a un proyecto ambicioso: crear una “guía visual” del París de ese director, que mostrara el aspecto actual de los escenarios de sus películas. Y lo logró. El resultado es el magnífico libro Truffaut/París, publicado en 2014, que reúne más de 200 fotos actuales, cada una acompaña por el fotograma original que la inspiró, además de 18 mapas para ubicar las localizaciones, fichas técnicas y un amplio anecdotario de Los cuatrocientos golpes y las otras doce películas que Truffaut rodó en la capital francesa.
Algunas semanas atrás, la cadena HBO emitió una “maratón” de la serie The Wire, considerada una de las mejores de la historia de la TV. Animado por ese hecho, Justin Fenton, periodista del Baltimore Sun, propuso en Twitter a los fans de la serie que le dijeran lugares donde había transcurrido su acción y que les gustaría ver cómo estaban en la actualidad. Y, con las respuestas, salió a la calle y los fotografió. Si bien la serie no es tan antigua (se emitió entre 2002 y 2008), el resultado no deja de sorprender: los escenarios están casi iguales.
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Sin embargo, de todas las iniciativas de esta clase, hay una que se destaca sobre las demás. Por el concepto que la subyace y por la realidad que retrata. Se trata de Ausencias, colección del fotógrafo argentino Gustavo Germano. La idea es como la mencionada al principio de este texto: recrear fotos familiares muchos años después. La particularidad es que, en este caso, en las imágenes originales hay personas que fueron asesinadas o desaparecidas por la dictadura militar que asoló la Argentina entre 1976 y 1983. En las fotos recreadas tres décadas después queda el hueco de los que ya no están.
Imposible no conmoverse ante el vacío que dejan quienes debían estar allí, en fotos que son, en sí mismas, marcas del paso del tiempo en el paisaje y en las personas. Este vacío, al igual que el de los paquetes de comida envasados al vacío, es artificial: cuando el hermetismo se rompe, así como la rotura en el paquete absorbe inevitablemente el aire de alrededor, la ausencia en la foto (ausencia que es rotura, tajo, herida imposible de cerrar) atrae la mirada con la fuerza gravitacional de un agujero negro.
Susan Sontag, en su ya citado libro, dice también que “mediante las fotografías cada familia construye una crónica-relato de sí misma, un estuche de imágenes portátiles que rinde testimonio de la firmeza de sus lazos”. Sin duda, las recreaciones de fotos antiguas son un capítulo particular en ese relato, una especie de homenaje que la familia se rinde a sí misma. En Ausencias, la falta de alguien en la recreación es la crónica de un destino trágico. Un vacío que es diferente y único en cada caso, porque, como escribió Tolstoi, cada familia desgraciada lo es a su propia manera.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.