El 24 de octubre de 1929 el pánico invadió la esquina que forman las calles Pine Street y Wall Street. La bolsa de Nueva York había caído nueve puntos dejando a miles de inversores en bancarrota; muchos de ellos optaron por lanzarse desde los rascacielos ante la imposibilidad de saldar los créditos adquiridos.
Nadie podía sospechar la manera en que este colapso impactaría en el trazo de la economía mundial durante las siguientes décadas.
Este crac bursátil trajo consigo la desaparición definitiva de la hegemonía de la libra, el auge del comunismo y, cuatro años más tarde, la llegada al poder de Adolfo Hitler y el fascismo, así como el nacimiento del New Deal, programa establecido por Franklin Delano Roosevelt para combatir los resabios de la Gran Depresión. Hitler y Roosevelt –ambos hijos del crac– habrían de protagonizar la escena política durante la Segunda Guerra Mundial.
Finalizado el conflicto armado, la situación del orbe era crítica, miles de vidas se habían perdido y Europa se encontraba prácticamente devastada.
Era imperativo reconstruir su geografía mediante una nueva égida financiera e instalar un sistema a través del cual los países desarrollados recuperaran su estabilidad.
En julio de 1944 se reunieron 44 naciones para firmar los acuerdos Bretton Woods, creando así un régimen económico basado en la paridad dólar-oro y un nuevo orden que consolidaba a Estados Unidos como potencia: desde entonces no hay más dios que el dólar y Wall Street es su profeta.
Durante sesenta años Estados Unidos ha tenido una exitosa campaña internacional consistente en saturar con sus productos y su dinero todos los mercados; cuando otros mercados y otros dineros tienen éxito, la estrategia es absorberlos.
No obstante, Estados Unidos hasta ahora no ha sabido ser imperio más allá de su poderío económico, fundamentado en el valor de su mercado financiero y en el dólar como la unidad monetaria más importante de todos los tiempos. Los fracasos que ha tenido en materia política, militar o cultural no se han presentado en el campo económico.
Este año enfrentamos nuevamente la amenaza de un desequilibrio económico mundial. Debido a la crisis del mercado hipotecario estadounidense, parecemos nuevamente indefensos frente al bacilo de la especulación.
El último problema se originó en 2006 cuando las familias estadounidenses que contrajeron créditos hipotecarios de alto riesgo se vieron imposibilitadas a pagarlos debido al incremento en las tasas de interés, que pasaron de uno por ciento en 2001 a 5.25 en 2006.
Ochenta por ciento de la deuda de los consumidores americanos, equivalente a más de doce mil millones de dólares, corresponde a estos créditos. Sin embargo, las consecuencias más graves se presentaron a principios de agosto pasado cuando la crisis se trasladó a los mercados financieros.
La contracción bursátil provocó que en ese mes los bancos centrales de la Unión Europea, Estados Unidos, Japón, Canadá, Suiza y Australia tuvieran que inyectar más de trescientos mil millones de dólares a sus sistemas financieros para evitar el desplome de los mercados y una fuga masiva de inversiones.
Esta situación ha dejado sin empleo a 5,600 personas en el último año y casi medio centenar de hipotecarias de alto riesgo se han declarado en bancarrota.
El sistema especulativo ha llevado la economía estadounidense a circunstancias críticas. Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo estaba dividido entre buenos –capitalistas– y malos –comunistas–, lo que contribuyó a la construcción de un mundo económicamente unipolar, con Estados Unidos a la cabeza.
Contrario a lo ocurrido en otras contingencias económicas, como el caso Enron, nadie irá a la cárcel ni será punto de partida para crear una nueva ley de responsabilidad corporativa, esta vez no hay responsables a quienes demandarles el pago de culpas. Al ser producto de un sistema especulativo desaforado, el único culpable es el propio sistema, que permite rehipotecar por un valor superior al valor real de las cosas.
Lo que nadie explica y lo que nadie entiende es que una crisis producida en Estados Unidos, bajo sus propios cánones y afectándolo sólo a él, siga poniendo en jaque a la economía mundial, cuando tanto ha cambiado. Hoy el gigante norteamericano es un imperio en decadencia, pero no lo hemos querido aceptar, prueba de ello es que seguimos dejando en sus manos el tejido económico.
La mejor evidencia de ese cambio es China, que desde 1992 inició un desaforado crecimiento económico que muy probablemente arrasará a Estados Unidos en su búsqueda por el dominio mundial, convirtiéndose en el mayor tenedor de reservas en dólares del planeta.
El origen de la próxima crisis puede estar precisamente ahí, teniendo como protagonistas a los pasivos acumulados para financiar su crecimiento. Pero en este caso habrá una diferencia significativa: China usa el mercado y el dinero mundial, pero ni está en el mercado ni su dinero es mundial.
China, a diferencia de otros países que se endeudaron para financiar su desarrollo, ha utilizado gran parte de los préstamos del mundo occidental –básicamente de Estados Unidos– para convertirse en el segundo mayor poseedor de deuda pública de ese país: setenta por ciento de las reservas chinas se encuentran colocadas en bonos del tesoro estadounidense.
Así cuando llegue el momento de reclamar el pago de la deuda, Estados Unidos encontrará que la mayor parte de la misma está garantizada con sus propios bonos.
China se ha convertido en un peligro mundial, no debido a su bonanza económica, sino a las reservas acumuladas que, de ser cambiadas a otra divisa, provocarían una reducción masiva en el valor de la moneda estadounidense.
Por lo anterior, la actitud de Estados Unidos hacia China ha cambiado. Si bien antes impulsó su economía, ahora le demanda cumplir con el pago de aranceles y el respeto de leyes comerciales, ya que su abrupto crecimiento –pronosticado este año en once por ciento– puede traer implicaciones negativas al mercado mundial, ergo, a la economía estadounidense.
¿Hasta cuándo Wall Street será el latido de los mercados mundiales? ¿Puede la economía europea seguir pendiendo de Nueva York? ¿Por qué Estados Unidos enfrenta una recesión? Las experiencias de los que rigen la economía mundial nos han enseñado que no existen crisis económicas, que existen ajustes y que las crisis siempre son nacionales, pero la recesión norteamericana es signo de que el propio Estado carece de condiciones para incentivar la demanda debido a su gigantesco déficit fiscal. Esto demuestra el fracaso increíble de la política comercial estadounidense, que está agotando los trabajos estadounidenses, debilitando al país y arrastrándolo hacia la crisis.
Los fondos de inversión, los especulativos, las grandes empresas chinas, no cotizan en Shanghái sino en la bolsa de valores de Nueva York en Wall Street.
Hay que redefinir el papel que tendrá China después de su expansión y su codicia sin límite. Estados Unidos deberá decidir si quiere una política sobredimensionada basada en un desarrollo salvaje como la china, o un conservadurismo y una garantía de buen gobierno como el japonés. Estos elementos van a condicionar el futuro económico del mundo y el destino de la hegemonía financiera de Wall Street.
Wall Street, el gran santuario de la especulación, es responsable –directa o indirectamente– de la caída en pique de empresas, de la pérdida de empleos en Estados Unidos y de un endeudamiento imposible de ser saldado.
Así como desapareció la hegemonía de la Bolsa de Londres, la realidad económica ha pasado del unipolarismo estadounidense al multipolarismo mundial. Si hace 63 años Bretton Woods buscó generar un equilibrio a través de la creación de instituciones económicas para su tiempo, es claro que éstas han sido rebasadas.
El mundo ahora busca la multipolaridad. Los estados han perdido fuerza y se han visto obligados a formar bloques económicos para garantizarla.
El desarrollo y la hegemonía primero militar, después industrial, luego económica y ahora tecnológica de Estados Unidos le han hecho contravenir sus propias normas y por ello hoy Wall Street forma parte de un mundo que ya no existe y que de nuevo ha perdido su equilibrio.
Hasta ahora se vivía bajo el principio de que Wall Street afecta a todos, pero lo que no se ha hecho es la suma a la inversa: Todos destruyen a Wall Street. ~