The Interview presenta a dos periodistas de espectáculos, Dave Skylark y Aaron Rapoport —James Franco y Seth Rogen— que consiguen una entrevista con Kim Jong-un —interpretado de manera brillante por Randall Park—, temido dictador de Norcorea. Rapoport, quien desea dirigir su carrera hacia el contenido noticioso serio, trascendente, considera que acceder sería una falta de ética: una de las condiciones del acuerdo con el gobierno norcoreano es darles el privilegio de elegir y establecer de antemano las preguntas que se realizarán. Skylark, hambriento de reflectores, le asegura que esa es la forma de ganar credibilidad de un plumazo. Ambos deciden hacerlo.
Antes de emprender el viaje, son contactados por la agente Lacey —Lizzie Caplan—, de la CIA. Ella los convence de otro objetivo: aprovechar la oportunidad y liquidar a Kim Jong-un. El plan se complica cuando, al llegar a Norcorea, el dictador convence a Dave de que todo marcha bien en ese país. Una vez develada la mentira, Skylark y Rapoport seguirán adelante con la misión, y auxiliados por Sook —una prácticamente desconocida Diana Bang—, encargada de propaganda del gobierno norcoreano, idean otro plan: llevarán a cabo la entrevista con preguntas reales, tomando desprevenido a Jong-un. La gente de Corea, razonan, perderá el aprecio hacia el líder al verlo tan vulnerable como cualquier otro, e inevitablemente optarán ellos mismos por derrocarlo.
En líneas generales, ese es el argumento de The Interview. Con todo, y si bien es una comedia más con el sello Rogen/Franco —Pineapple Express, This is the End: humor ligeramente simplón, hiperreferencial, políticamente incorrecto—, bajo esa superficie de irreverencia se encuentra un comentario sociopolítico que encumbra la democracia que caracteriza a Estados Unidos.
Para sostener la hipótesis del comentario sociopolítico hay que observar la valía que The Interview otorga a la prensa y a los medios masivos. No solo por su capacidad para derrocar a un gobernante al exhibirlo —algo que los estadounidenses, a diferencia de los mexicanos, conocen bien: el escándalo de Watergate lo comprueba— sino por sus poderes de persuasión: Kim Jong-un accede a la entrevista porque es un gran fan del programa.
Hay más: la caída de Jong-un en The Interview es, antes que militar, mediática: al mostrar en cadena mundial al hombre detrás del dictador, la noción de “ser divino” que su población tiene de él se verá irremediablemente destruida. En el universo de esta película, los tanques y misiles son tan efectivos como confesar en televisión el gusto por 'Fireworks' de Katy Perry. No solo eso: The Interview aboga —acaso peligrosa o panfletariamente— por una prensa colaboracionista, un cuarto poder que camina de la mano con los objetivos de la clase gobernante.
Una vez realizada la entrevista, en la que el Supremo Líder rompe en llanto y dispara a Skylark en cadena nacional, Rapoport y Skylark huyen en un tanque de guerra que le roban a Kim Jong-un, mientras que el dictador, enloquecido ante la humillación, prepara el lanzamiento de un misil nuclear con dirección a Estados Unidos. Es entonces que el par tiene que, en defensa propia y de su nación, cumplir el objetivo de la misión original: asesinar a Jong-un, cuya dictadura, ya ridiculizada, caerá por su propio peso. Se matan así —literalmente— dos pájaros de un tiro: se desmorona la imagen de Jong-un y, al mismo tiempo, también su gobierno y su persona misma.
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En el aspecto técnico, The Interview es una película solvente. David Ehrlich, de Time Out New York, la ha definido como “the most sophisticated and beautifully shot of Rogen’s star vehicles”, y tiene razón. Sin acercarse a las alturas del gran director de comedia de nuestros tiempos, Edgar Wright, The Interview presenta algunas decisiones de dirección y composición que resultan atinadas. Allí la secuencia de Kim Jong-un preparándose para la entrevista, o el brevísimo montaje en el que se observa a Rapoport y Skylark bajo los efectos del éxtasis. Su comedia tampoco es despreciable: una vez que se acepta que será escatológica y referencial, es posible encontrar en ella varios chistes efectivos: la secuencia de Eminem, las menciones a Katy Perry, los guiños a El señor de los anillos. El humor —aunque no apto para todas las sensibilidades— no es el principal defecto de la película.
El problema con The Interview es que mientras otras sátiras similares —Team America, Bananas o hasta New Kids on the Bleech, el episodio de Los Simpson—se ocupan de burlarse de todo el mundo, gobierno de los Estados Unidos incluido, The Interview dedica poco tiempo a la autocrítica. Sí: hay menciones a las invasiones norteamericanas, y a las sanciones económicas que Estados Unidos ha impuesto a países como Norcorea, y también al enorme número de gente encarcelada que los estadounidenses sostienen. Pero todas estas objeciones provienen de boca de Kim Jong-un, que en la película carece de credibilidad. La crítica que realiza esta cinta no se atreve a señalar a Estados Unidos con el dedo: huye de esa posibilidad, pero no evita ridiculizar a Corea del Norte y su gobierno.
Es esa decisión la que impide que The Interview sea la gran comedia y el acto de libertad que algunos medios han querido ver. La película se estaciona en un lugar cómodo, en el que la democracia estadounidense aparece como el más impoluto y deseable de los esquemas políticos. Este maniqueísmo ideológico, aunado al planteamiento de un periodismo íntimamente vinculado con los intereses del gobierno, aleja a The Interview de las sátiras auténticamente críticas, las que son de verdad valiosas, y para efectos prácticos, la coloca al peligroso nivel de un panfleto del discurso intervencionista estadounidense.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.