El Yuma es el padre de uno de mis mejores amigos. El Yuma, como le llaman sus propios hijos, es un viejo que aguanta con severidad la acumulación y cuantificación de los años y la caída del pelo: su cabeza se alza hondamente despejada, como un hombre que hubiera pensado mucho. Su hijo me explica que el Yuma, ahí donde yo lo veo, viejo y pálido como una sombra anémica, nada adánica, se ha podido concentrar durante cuarenta años en distintos proyectos que anota cuidadosamente en sus libretas.
Al principio, durante la década de 1960, tenía esperanzas de que sus proyectos se llevarían a cabo, como la construcción de una vaquería que ordeñaba simultáneamente a la totalidad de sus vacas, la demanda no fue atendida y el Yuma dejó el proyecto al margen y se consagró al problema agrícola, inventando un tipo de arado de cincel que, además de no invertir los panes de tierra, abría grietas aún más angostas que los usuales arados de cincel, generando una infiltración más gratificante de lluvia y aire; la demanda fue atendida pero justo cuando se iban a fabricar en serie los arados de cincel para las provincias orientales, los tractores rusos cubrieron la demanda, y el proyecto del Yuma se engavetó como el anterior.
–Decididamente –nos dice el Yuma sentándose en la cama y moviendo un dedito en el aire– pensé que mis proyectos deberían concentrarse en un grado de abstracción e indeterminación tal, que yo no necesitase de la burocracia para su realización.
Entonces el Yuma avanzó un grado más en la especulación, adentrándose, con plena conciencia, en una noche oscura, y se guardó sus averiguaciones para sí mismo, y se fue volviendo un hombre orgulloso, de un orgullo sobrio pero sostenido; cuando el Yuma te abre la puerta es como si iniciase una ceremonia: sus ojos de metal gris, desvaído, y cabeceando, de arriba abajo, mirando, de la cabeza a los pies, a quien osa situarse ante él, no sabe uno si ante el Yuma se es paje o rey, si uno es invitado a pasar o a lanzarse por las escaleras. Siguiendo los pasos del científico francés André Voisin, que había visitado Cuba en
la década de 1960 –inaugurando en
la isla el método del pastoreo racional por división y uso gradual de los cuartones–, el Yuma pensó que ciertamente el pastoreo racional era lo mejor, tanto para las vacas como para el terreno, y tuvo su primera “iluminación” al respecto cuando dedujo que la hierba era el eje de aquellos dos polos –vaca y terreno–: eliminando la hierba de su ecuación, la Idea del Yuma se amplificaba. Pero se dio cuenta de que el problema no era eliminar, sino incluir, porque si la Idea se amplificaba en exceso, el conjunto se hacía Nulo o Vacío, según sus argumentos. Decía:
–Mientras unos hacen hincapié en el estacado, otros deberían hacer lo mismo, simultáneamente, en los demás ángulos del problema. Hay que mantener la misma actividad en todas partes.
También decía que los errores de la política económica cubana, más que nada de la agraria, estaban precisamente en la incapacidad de pensar el problema como una vasta construcción cuyos detalles no debían ser olvidados; y concentró sus esfuerzos en delimitar leyes de pastoreo aún más universales y a la vez más específicas que las de Voisin: al menos en el papel, sus dibujos, a escala, producían tal impresión. Según el Yuma, tanto Sartre como Voisin, “ese par de franchutes endemoniados”, le habían hecho daño a la Revolución: el primero al ver en la Revolución sólo un “problema de práctica y dialéctica”, además de haberle traído mala suerte a la Revolución cuando vino a la Habana (“¿qué hacía ese hombre de ojos extraviados en medio del cañaveral con un machete en la mano?”, argumentaba el Yuma), el segundo intentando vincularse a la Revolución sólo a través del pastoreo, sin saber, según el Yuma, que entre uno y otro contexto –pastoreo y Revolución–, el espacio era mínimo y a la vez inhabitable. La forma gradual en que Voisin había pensado el problema del pastoreo en Cuba estaba justificada desde la ciencia, pero fracasaría justo en el momento en que uno o más detalles del problema fueran olvidados por Voisin y por el gobierno “que le había hecho caso a un savant de mierda ninguneando la experiencia de los campesinos cubanos”.
El Yuma, cuyos abuelos eran de Castilla, creía que Voisin, “un bastardo de la Experiencia Ilustrada”, quería dejar en ridículo al sistema agrario cubano que tenía sus bases, según él, en la experiencia castellana. Los franceses, argumenta el Yuma, al no poder hacer una Revolución radical en su país, tratan de hacerla afuera, inventando, según el Yuma, Leyes Generales que aunque no sirvan en su país, habrían de servir en otros. El Comandante, dice el Yuma refiriéndose a Castro, aun haciendo referencia en el discurso por las honras fúnebres de Voisin en 1964 a “las leyes de la naturaleza como un conjunto”, nunca comprendió a fondo “la naturaleza total del cubano”, en cambio sí había comprendido a fondo “lo peor del cubano”, explotando, no sin eficacia “ciertas debilidades congénitas del cubano y de la Historia cubana”, sin embargo, al no comprender la Naturaleza de Cuba como un conjunto, a saber, argumenta el Yuma contando con los dedos, “el suelo, la humedad, el clima, la fauna, la flora”, no había calado hasta el fondo en la compleja dimensión del problema. Dice el Yuma que a diferencia del Comandante, Mao sí comprendió la Naturaleza de China, pues había aplicado cuatro o cinco ángulos y aristas del problema a la vez. Para el Yuma, sólo es posible “una política correcta” cuando se aplican simultáneamente “múltiples cuestiones del problema, no una sola, ni varias por separado”. Si vas a violar las Leyes de la Historia, argumenta el Yuma, tienes que violar también las Leyes de la Naturaleza. Para el Yuma, ése era el problema: que el Comandante conocía a fondo sólo algunos aspectos de la naturaleza del cubano, tales como su irresponsabilidad, su espíritu quijotesco, su cualidad de mentiroso y su agresividad inveterada; aspectos que astutamente utilizó, aunque sólo para crear destrucción. Según el Yuma, Mao, que era un taoísta en una parte de su yo, tenía en cuenta, incluso para fusilar a un centenar de personas, varios aspectos del Cielo y de la Tierra.
–¿Cómo vas a fusilar a cien personas –nos explica el Yuma– si el Cielo, cuando lo consultas, no te ha concedido esa gracia? Para fusilar hay que saber si lloverá o no lloverá.
Aseveraba, por otro lado, que Voisin y el Comandante hacían una buena pareja, el primero quería elevar las Leyes de la Naturaleza al altar de las leyes de la Historia, y el segundo quería invertir el proceso: de la Historia hacia la Naturaleza. Voisin, por otra parte, quería redimir primero a la tierra, luego a las vacas y por fin a los hombres. No es que la mentalidad de Voisin no fuera simultánea, en la cabeza de Voisin, la Redención atrapaba las tres cuartas partes del proceso en un solo conjunto, sin darse cuenta, explica el Yuma, que el conjunto es incompleto porque le faltan las demás partes de la Historia y de la Naturaleza, y ponía como ejemplo de antecesor legítimo de Voisin y de Fidel Castro al general mallorquín Valeriano Weiler, que en el siglo xix, para ganar la guerra contra el ejército cubano, encerró al 80% de la población dentro de alambradas.
–Encerró a las vacas y a la población –explica el Yuma–. Y junto al 60% de la población, murió un 25% de vacas.
Para el Yuma, Voisin se había encontrado en el Comandante al “loquito” que él siempre había buscado para llevar a Gran Escala las leyes del pastoreo intensivo y racional, y el Comandante, que no sabía nada de vacas ni de terrenos, había encontrado en el francés al “loquito” que sólo actuaría en una porción mínima del problema, como un ventrílocuo del Comandante, pero a pequeña escala.
–Porque al Comandante –dice el Yuma– no le gusta que la gente meta las narices en la resolución del Problema Completo.
Voisin hizo “esfuerzos ingentes” en dirección al problema de cómo lograr que las vacas comieran más y mejor hierba explotando gradualmente la tierra, y su muerte en 1964, explica el Yuma, fue prematura mirándolo desde el punto de vista del Proceso General, pues no se sabe qué habría logrado Voisin si hubiera vivido diez años más, aunque el Yuma duda que hubiera logrado nada en una década más, porque el Comandante, al ver que el francés se habría vuelto loco queriendo meter las Leyes del Pastoreo en las Leyes de la Historia, sin contar con él, con el Comandante, lo habría eliminado.
–¡Cataplum! –exclama el Yuma levantándose de la cama donde estamos sentados, y nos dice, tocándose la cabeza con un dedo:
–¿Cómo se puede meter un acontecimiento dentro de otro acontecimiento? ¡En eso tenía razón el Comandante! ~