Todos los días emigran a Canadá unas 670 personas en promedio. Proceden de todo el mundo. En un año, llegan unas 240,000 personas nuevas, en calidad de emigrantes o refugiados. Ningún país del mundo acepta tantos inmigrantes ilegales en proporción a su población. Y en ningún otro país, si son fidedignas las encuestas de opinión, la población considera la inmigración tan necesaria y bien recibida.
En Canadá, cuya población es de 32 millones, no hay una reacción violenta contra los inmigrantes, como en algunos países europeos. No existen patrullas de la policía que se den a la caza de los inmigrantes ilegales, como en los Estados Unidos. No existe una oposición total a la inmigración, como en el Japón o en Corea.
La inmigración evidentemente ha transformado el Canadá, que hoy es, y desde hace por lo menos veinte años, un país multicultural. Por lo menos lo es en las grandes ciudades, porque pocos inmigrantes se instalan en las zonas rurales o en poblados pequeños.
En Toronto, la ciudad más grande del país, dentro de muy poco tiempo la mayoría de la población no será blanca, sino “minorías visibles”, como llaman los canadienses a los grupos multiculturales. En Vancouver, cerca de una tercera parte de los niños que asisten a la escuela necesitan tomar clases de inglés como segundo idioma. En Montreal, donde el gobierno de Quebec se ha esforzado en especial por recibir personas que hablen francés, hay haitianos, libaneses, marroquíes y sirios. Incluso en Ottawa, la capital, que hace dos generaciones era la clásica ciudad canadiense de canadienses blancos de origen inglés y francés, hoy existen grandes concentraciones de chinos, libaneses, somalíes, indios, pakistaníes. En cualquier autobús que recorra las principales calles de Ottawa, un tercio de los pasajeros no son blancos.
Las provincias pequeñas de Canadá –Manitoba, Saskatchewan, Nueva Escocia–, que tradicionalmente han interesado a pocos inmigrantes, hoy invierten y contratan a funcionarios de inmigración con la intención de atraer gente. El sentir en todas partes es sencillo: estar sin inmigrantes es no tener futuro. O por lo menos, un futuro radiante. La tasa de natalidad está por debajo de la de reposición, por lo que casi cualquiera se da cuenta de que para hacer crecer la economía, el país necesita más gente. Si la consecuencia es que el país se vuelva multicultural, está bien.
El multiculturalismo hoy es un axioma oficial. Está en la constitución como rasgo constitutivo de Canadá. Existe una dependencia del gobierno federal (una dependencia pequeña) para promoverlo. Los partidos políticos se disputan el interés de los grupos multiculturales. Ninguno propone reducir el número de inmigrantes. En realidad, el Partido Liberal que gobernó hasta el mes pasado (el que más defiende a los inmigrantes) proponía incrementar la inmigración anual al uno por ciento de la población del país: alrededor de 320,000 personas.
Existe una curiosa diferencia entre Canadá y los Estados Unidos, dos países creados por inmigrantes. Los inmigrantes se asimilan con mayor rapidez en Canadá que en los Estados Unidos, a pesar del modelo estadounidense del melting pot, y la consigna E Pluribus Unum1, y de la insistencia en “el estilo de vida americano”.
Los inmigrantes tienden a obtener la ciudadanía en Canadá antes que en los Estados Unidos. En las universidades de Canadá hay menos insistencia en que se impartan cursos de interés específico para determinados grupos étnicos o lingüísticos: hay menos interés en cortejar a los grupos étnicos. Esto quizás sea por un motivo contraintuitivo: cuanto más un país impone una determinada norma de comportamiento a los ciudadanos, más difícil resulta integrar a los inmigrantes. Francia es el ejemplo evidente. Por el contrario, a mayor flexibilidad (o soltura) de un país respecto a la diversidad, mayor integración de los inmigrantes.
En Canadá, país en busca permanente de una definición nacional, nunca ha habido un “estilo canadiense”. El país era demasiado grande para tener una definición única, estaba dividido en su origen entre francófonos y anglófonos. Hace algunos decenios acogía oleadas de inmigrantes, casi todos llegados de Europa. Nunca ha sido una potencia mundial, nunca ha considerado tener una misión en el mundo. Y nunca se ha creído un don de Dios para la Tierra.
Quiénes son los inmigrantes y de dónde proceden también podría explicar la actitud relativamente relajada de Canadá en torno a la inmigración y el multiculturalismo. Los inmigrantes independientes –a diferencia de los miembros de la familia que los acompañan– suelen tener un oficio o formación universitaria. Tienen que aprobar una prueba para entrar en el Canadá: se obtiene cierto número de puntos si se habla inglés o francés, tantos otros por contar con formación universitaria, etc. En efecto, el inmigrante promedio tiene más años de escolaridad que el canadiense común. Tal vez por eso los canadienses consideran la inmigración tan positiva: lleva cerebros y conocimiento al país, y no sólo músculo. Además de que el país padece una escasez desesperada de trabajadores cualificados (plomeros, electricistas, montadores de tuberías, mecánicos), en parte porque la economía ha crecido a gran velocidad. La inmigración de trabajadores cualificados se considera un imperativo económico, sin importar la procedencia de los inmigrantes.
Durante muchos años, en Quebec, donde el 85 por ciento de la población habla francés, hubo una actitud menos favorable hacia el multiculturalismo. Como la mayoría de los inmigrantes prefiere aprender inglés, idioma del resto de Canadá y los Estados Unidos, los francófonos consideraban a los inmigrantes un peligro para su idioma.
Las leyes sobre idiomas, aprobadas a fines del decenio de 1970, modificaron esta pauta. Estas leyes obligaban a los estudiantes inmigrantes a asistir a escuelas primarias y secundarias francesas. Hoy, casi todos los jóvenes inmigrantes de Quebec hablan su propio idioma, además de francés e inglés. Las tensiones lingüísticas que solían estar presentes en Montreal han retrocedido. En efecto, los políticos dirigentes del partido separatista de Quebec –el que desea convertir a Quebec en país independiente– ahora hacen esfuerzos extraordinarios por cortejar a los electores de los grupos étnicos.
Sin embargo, existe cierta preocupación de que la inmigración no le esté produciendo tantos beneficios al Canadá como antes. Cinco estudios diferentes han revelado que los inmigrantes se tardan más en obtener los ingresos promedio, y un mayor número de ellos está cayendo en la pobreza. Si se mantienen estas tendencias, quizás la actitud de la población hacia una inmigración más numerosa pueda agriarse, como ha sucedido en Europa, donde la mayoría considera que los inmigrantes merman, y no incrementan la economía de sus países.
Los nuevos problemas de los inmigrantes canadienses pueden deberse en parte a sus países de origen. Los inmigrantes del Pakistán, Sri Lanka y Rumania, por ejemplo, tienden a carecer de instrucción y oficios como, por ejemplo, los de China y la India. Y todos los estudios revelan que las personas que ingresan en Canadá como “familia” –es decir, ya tienen parientes en Canadá– tienen muchos menos conocimientos que los inmigrantes independientes.
Si hay una reforma pendiente, es para reducir el número de inmigrantes de la familia e incrementar el de independientes. Pero aquí interviene la política, ya que los partidos quieren atender a los electores multiculturales que quieren que sus tías, tíos, hermanos, hermanas, padres y madres los alcancen en Canadá. A veces la política buena es mala para la economía.
Y además está el sistema de los refugiados. Canadá recibe a un gran número de refugiados. El país ha obtenido premios de las Naciones Unidas por sus políticas humanitarias. Aún así, el sistema que determina quién es un refugiado legítimo es un poco confuso. Toma demasiado tiempo tomar una decisión, y una vez tomada, la ley canadiense ofrece al demandante una serie de recursos jurídicos que pueden durar cuatro o cinco años.
Mientras tanto, algunos de estos demandantes refugiados (a menudo emigrantes por motivos económicos y no auténticos refugiados) desaparecen en la economía paralela: una vez en el país, conocen a otros inmigrantes que llegaron con visas de turista y se quedaron. Miles de los trabajadores que están en la industria de la construcción, por ejemplo, son inmigrantes legales de América del Sur y Centroamérica (aunque no de México).
Los canadienses quieren que su país acoja a refugiados auténticos. El problema es que la generosidad del país sufre presiones cuando el sistema no puede distinguirlos y todo intento de distinguir a los falsos demandantes inmediatamente recibe una respuesta agresiva de los grupos religiosos y de los abogados especialistas en refugiados, de modo que el sistema no puede llevar a cabo lo que quieren los canadienses: decisiones rápidas y justas.
Canadá, ¿es entonces un paraíso multicultural? Obviamente no. En 2005 hubo cincuenta asesinatos en Toronto, una ciudad normalmente muy pacífica. Casi todos los asesinatos fueron de personas negras contra personas blancas, específicamente entre las pandillas jamaiquino-canadienses. En Vancouver ha habido asesinatos entre las pandillas indo-canadienses.
La comunidad jamaiquino-canadiense acusó a los gobiernos de Canadá por no prestar suficiente atención a sus problemas de violencia, desempleo y mala vivienda. Sus quejas no fueron bien acogidas, ya que en la propia Jamaica menudean los delitos y los hogares unifamiliares. Toronto ha importado muchos de los problemas de Jamaica, y los ciudadanos locales no están contentos. Después de todo, los inmigrantes de otros países del Caribe no son violentos entre sí.
El año pasado, la tolerancia canadiense con el multiculturalismo reveló sus límites de otra manera. Un grupo de musulmanes, también en Toronto, instó al gobierno de la provincia a considerar la autorización de la aplicación de la Sharia –la ley de Dios tal como fue revelada a Mahoma– circunscrita a la solución de diferencias familiares. Se creó una comisión para estudiar esta posibilidad y se recomendó su autorización en circunstancias claramente determinadas.
La reacción del público fue abrumadoramente contraria. Los grupos de mujeres musulmanas (las comunidades étnicas pocas veces consideran en forma uniforme las mismas cuestiones) denunciaron la Sharia como una ley contra las mujeres. La gran mayoría de los ciudadanos se negó a instalar una ley religiosa junto a las leyes laicas de Canadá. El primer ministro de la provincia rápidamente anunció que su gobierno no autorizaría la Sharia.
La polémica sobre la Sharia ilustró los confines entre las identidades multiculturales afirmativas y los valores centrales canadienses. Los canadienses quieren tener un conjunto de leyes. Tienen una Carta de Derechos y Libertades, que es un documento constitucional que consagra el multiculturalismo, pero los derechos multiculturales son rechazados cuando ponen en peligro los derechos constitucionales establecidos.~
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Canadá en colores
Traducción de Rosamaría Núñez