Shakespeare and Company, la librería de París que no es la misma pero sigue siendo la auténtica

La actual librería Shakespeare and Company, de París, nació con otro nombre en 1951, y fue rebautizada así después.
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¿Es la actual librería Shakespeare and Company, ubicada en el 37 de la rue de la Bûcherie, la auténtica Shakespeare and Company? Parece evidente que no. La original —la de Sylvia Beach, la que publicó la primera edición del Ulises de Joyce, la que tuvo entre sus visitantes o huéspedes a Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Ezra Pound, D. H. Lawrence, Gertrude Stein y Pablo Picasso—estaba en otra parte: en el 12 de la rue de l’Odéon, no muy lejos de allí (a unos 650 metros, en línea recta) pero no tan cerca del Sena, ni de la catedral de Notre-Dame, ni de la plaza de Saint-Michel como la actual. Pero en los años de la primera vida de la mítica Shakespeare and Company, las décadas del veinte y del treinta del siglo XX, no había tanto turismo en París. París era otra cosa.

París era una fiesta, claro. O un festín o un banquete móvil, si hemos de traducir literalmente el título del libro de Hemingway. El libro cuyo precioso cuarto capítulo se titula “Shakespeare and Company” y que afirma que, “en una calle que el viento frío barría”, la librería, que también funcionaba como biblioteca circulante, “era un lugar caldeado y alegre, con una gran estufa en invierno, mesas y estantes de libros, libros nuevos en los escaparates, y en las paredes fotos de escritores tanto muertos como vivos”. Y que termina con una frase que recuerdo cada vez que digo que tengo suerte (y lo digo con frecuencia):

“—Siempre estamos de suerte —dije, y como un necio no toqué madera. Y en un piso que tenía madera por todas partes.”

 

 

 

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La primera Shakespeare and Company cerró en 1941, durante la ocupación alemana de París, tras la amenaza de un oficial nazi de confiscar todos los bienes de la librería. Iba a ser una represalia por la negativa de Sylvia Beach a venderle el único ejemplar que le quedaba del Finnegans Wake, la última novela de Joyce. Así lo narra ella misma en sus memorias.

Justo una década después del cierre, abrió sus puertas otra librería especializada en lengua inglesa, que también se convirtió en un punto de referencia para los autores anglosajones que vivían en o pasaban por París. Esta no fue una generación perdida, como la de los años veinte, sino la famosa generación beat: Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs, Gregory Corso y otros pasaron por allí. La librería, llamada Le Mistral, estaba ubicada en el 37 de la rue de la Bûcherie.

Su responsable fue George Whitman, un estadounidense que había llegado a París como soldado durante la guerra y decidió quedarse allí. En 1958 organizó una lectura pública con el escritor y poeta Lawrence Durrell. Durrell llegó con una vieja amiga: Sylvia Beach, quien por entonces tenía 71 años. Esa noche —segúncuenta la escritora británica Jeanette Winterson en un artículo en The Guardian—Beach le traspasó públicamente a Whitman “el nombre y el espíritu” de su antigua librería y biblioteca circulante. Ella murió en 1962 y Le Mistral fue rebautizada Shakespeare and Company dos años después.

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Como soy un tipo con suerte (lo digo con frecuencia) visité tres veces París. Y en las tres ocasiones, el primer lugar al que fui, después de instalarme en la ciudad, fue Shakespeare and Company. Es (y esto también lo digo con frecuencia) uno de mis lugares-fetiche en el mundo. Siento una especie de magia que rodea a esa librería. La siento en sus anaqueles viejos, en sus paredes escritas a mano, en la sensación —errónea, lo sé, pero una sensación no tiene por qué ajustarse a la realidad—de que se pueden encontrar allí libros que no estén en ningún otro lado. La siento en los estantes de fuera, en la acera, siempre a punto de ser cubiertos por plásticos que protejan los libros de la casi omnipresente lluvia parisina. Y la siento sobre todo en la planta superior, donde está la biblioteca de Sylvia Beach (libros que se pueden leer en la sala pero no están a la venta), donde hay un piano que cualquiera puede tocar (y a menudo cuando uno llega allí arriba alguien lo está tocando), donde es posible alojarse durante alguna noche si se trabaja durante unas horas en la librería.

En la librería se realizan además numerosas charlas, presentaciones de libros y otras reuniones literarias. La hermosa Antes del atardecer, película dirigida por Richard Linklater, comienza precisamente de esa forma: Jesse (Ethan Hawke) ha escrito una novela con la historia que conocemos de Antes del amanecer, y la está presentando en París, en Shakespeare and Company, adonde va a verlo Céline (Julie Delpy). También pasa por allí Gil Pender (Owen Wilson en Medianoche en París, de Woody Allen), algo que era casi ineludible en un filme que es una suerte de homenaje a la generación perdida y la París de los años veinte.

Los responsables de la librería saben de la existencia de esa especie de magia, por supuesto. Y la aprovechan, claro, como haría cualquiera en su lugar. Y cuando comprás un libro o un cuaderno, te ofrecen ponerle el sellito que dice “SHAKESPEARE AND COMPANY – Kilometer Zero Paris”. Y hasta la bolsita de cartón en la que te dan los libros o los cuadernos te parece un tesoro, y hay incluso quien la cuelga en la pared para adornar el salón de su casa…

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Me sigo haciendo la pregunta del principio. ¿Es la actual la auténtica Shakespeare and Company? No está en la rue de l’Odéon, la calle que el viento frío barría en los tiempos de Hemingway, ni bajo el balcón al cual se encaramaba el músico George Antheil cuando perdía las llaves de su departamento y no tenía más opción que esa para entrar, como nos ha contado Enrique Vila-Matas. No está en el sitio que James Joyce visitaba todos los días, donde se cocinó la primera edición del Ulises y que tuvo que cerrar por no querer desprenderse del último ejemplar del Finnegans Wake.

Sin embargo de algún modo sí es la auténtica. ¿Acaso muchas instituciones no se mudan sin dejar de ser ellas mismas? Se me dirá que esta era en realidad otra librería, a la cual le pusieron después el nombre de una anterior. Pero si es verdad que en una noche de 1958 Sylvia Beach legó “el nombre y el espíritu” de su librería a George Whitman, todo lo que existe ahora es verdadero, auténtico, original. Aunque no crea en la transmigración de las almas —la metempsicosis de la que tanto hablan sin entenderse Leopold y Molly Bloom en el Ulises—, esa especie de magia que siento cada vez que estoy allí me convence de que el alma que nació en el 12 de la rue de l’Odéon vive ahora en el 37 de la rue de la Bûcherie.

Ojalá tenga la suerte de seguir volviendo a ese lugar mágico, siempre “caldeado y alegre” para contrarrestar el antipático clima de París. Y me acuerde, cuando esté ahí, otra vez, de tocar madera. Shakespeare and Company también tiene madera por todas partes.

 

 

 

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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