Rodrigo Rey Rosa
Tres novelas exóticas
Ciudad de México, Alfaguara, 2016, 280 pp.
No es extraño que Roberto Bolaño haya sido, desde muy temprano, uno de los grandes valedores de Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958). Muchas cosas comparte la obra del guatemalteco con la del chileno: el amor por Borges, que en ambos se traduce en amor por la trama; un apetito nómada que narrativamente recorre con la misma facilidad América, África y Europa; personajes latinoamericanos que desean perderse, desaparecer, pero a quienes la violencia persigue como una condena; un mundo fragmentado, en el cual los restos de las tradiciones –nacionales, religiosas, amorosas, literarias– conviven de forma confusa y ambigua. A diferencia de Bolaño, Rey Rosa favorece una prosa discreta y una austeridad de medios casi monástica, con lo cual, sin embargo, logra narraciones cuyo sentido o sentidos se desbordan constantemente a sí mismos. Tres novelas exóticas reúne tres nouvelles publicadas entre 1994 y 2002, al menos dos de las cuales ocupan lugares privilegiados dentro de la obra del guatemalteco.
La geografía y el paisaje son dos elementos principales de cada una de estas narraciones: Lo que soñó Sebastián (1994), que se desarrolla en la selva del Petén; La orilla africana (1999), ubicada en Tánger, y El tren a Travancore (2002), situada en Chennai, al sur de la India. En la primera de estas, la selva es una presencia ineludible. El protagonista, Sebastián, es un hombre rico dominado por una suerte de anhelo de regreso a la naturaleza: tiene su casa en un claro en medio de la selva, vive acompañado únicamente por un sirviente, es protector de los animales y no permite la caza dentro de sus extensos terrenos. Los motivos de su aislamiento solo se insinúan oscuramente: “en este lugar apartado de todo uno podía soñar con ser un hombre justo, un hombre moral”. Pero Sebastián no encuentra la inocencia o el paraíso en la selva. Por el contrario, la caza de un caimán y el asesinato de un hombre dentro de los terrenos de Sebastián desatarán una trama hecha de venganzas, resentimientos sociales, deseo y corrupción. Un hecho misterioso en el centro de la narración rompe el tono realista y otorga una calidad onírica a Lo que soñó Sebastián. Esta será también una característica del siguiente relato, La orilla africana: teniendo como base lo que podríamos llamar un realismo duro, existen ciertos elementos de la obra que intentan empujar los límites de este realismo y sugerir resonancias menos literales. Lo que soñó Sebastián es el relato de una confrontación humana sobre el fondo misterioso –a veces bello, a veces indiferente, a veces siniestro– de la selva centroamericana.
La orilla africana es quizá la mejor de las narraciones que se reúnen en este volumen. Con poco más de cien páginas, este texto es un despliegue íntegro de las virtudes de Rey Rosa: la construcción pausada y elíptica, la inmersión en un lugar y un paisaje concreto, la inclusión de elementos misteriosos dentro de la trama realista. Los fragmentos que conforman La orilla africana presentan un grupo humano heterogéneo: un pastor de ovejas africano con pretensiones de convertirse en traficante; un colombiano de clase alta que, con la excusa de haber perdido su pasaporte, extiende por tiempo indefinido su estancia en Tánger; un grupo de intelectuales europeos que vacacionan en una hermosa finca en la costa africana. Las historias de todos estos personajes se cruzan gracias a la presencia de una misteriosa lechuza que el protagonista colombiano compra en las calles de Tánger, y cuya suerte tiene un peso especial dentro de la narración. En dos momentos precisos abandonamos la trama humana y el punto de vista del animal toma el primer plano. En el primero, a través de la percepción sensorial del animal, la naturaleza vuelve a revestirse de ecos míticos: “La lechuza abrió los ojos a la luz líquida y hambrienta del atardecer. Volvió el oído a la ventana, para percibir mejor los sonidos que llenaban el aire del ocaso […] Se oyó el crujido de las escamas de una lagartija cuando se introducía por una grieta debajo de la ventana. Las hojas secas, el polvo y un escarabajo muerto eran barridos por el viento.” El segundo momento se da en la escena final, que es sin duda el momento álgido de La orilla africana: la lechuza logra escapar de su captor, contempla desde las alturas a los personajes humanos que la dominaban, vuela por sobre los peñascos y el mar mientras el sol se pone, y finalmente encuentra, en un lugar húmedo y oscuro, un nuevo refugio.
Dentro de este marco natural, La orilla africana relata el encuentro de varios mundos –Latinoamérica, África y Europa– a finales del siglo XX. Quizá sea la representación de este espacio sin fronteras –en el que conviven indistintamente desde concepciones mágicas de la realidad hasta la ilegalidad y la violencia más extremas– el principal valor de la obra de Rodrigo Rey Rosa. En sus páginas unas cuantas sugerencias son suficientes para hacernos intuir un mundo complejo, hecho de tramas individuales que se entrecruzan según un orden imprevisible y que desembocan, a veces, en la violencia, pero también a veces en la maravilla. La austeridad de su estilo no hace sino magnificar todas las resonancias de la narración, de forma que, a pesar de su brevedad, el relato continúa expandiéndose incluso cuando ya se ha terminado su lectura. Tres novelas exóticas es a un tiempo una muestra representativa de estas grandes virtudes de la obra de Rey Rosa y un sólido punto de partida para continuar explorando el mundo del escritor guatemalteco. ~
(Mérida, 1988) es crítico literario. Ganador del segundo concurso de crítica convocado por Letras Libres