Después de tres años de dominio absoluto de la Jugoplastika de Toni Kukoc llegó la temida desbandada. Corría el año 1991, la guerra de los Balcanes acababa de estallar y prácticamente todas las estrellas de la antigua Yugoslavia decidieron irse a otras ligas más rentables económicamente. Si nos centramos en el equipo de Split, Kukoc se marchó a la Benneton de Treviso; Radja, a Il Messagero de Roma; Savic al Barcelona; Perasovic, al Taugrés de Vitoria, y el resto se buscó la vida como pudo, huyendo del horror.
Quedó, pues, el vacío. El equipo croata cambió incluso de nombre, pasando a llamarse Slobodna Dalmacija y renunció a su cetro. Los demás equipos europeos se frotaban las manos: por fin había llegado su turno. El Barcelona fió su destino a Boza Maljkovic, la Philips de Milán mantuvo al tremendo Darryl “Gorilla” Dawkins y el Maccabi de Tel-Aviv prefirió formar un equipo ofensivo y elegante, con el anotador Dorom Jamchy y el infalible Mike Mitchell como estrellas.
Nadie contaba, por supuesto, con el Partizán de Belgrado. De aquel equipo que maravillara en 1989 ganando la Copa Korac con Vlade Divac y Zarko Paspalj en sus filas, quedaban como estrellas dos jóvenes promesas llamadas Danilovic y Djordjevic. Lo más sorprendente era que su entrenador, Zeljko Obradovic, apenas tenía 31 años y acababa de colgar las botas. Obradovic se comportaba en el banquillo como lo había hecho en el campo: obsesionado con el orden y el talento controlado. Componente de los equipos yugoslavos que fueron plata en los Juegos Olímpicos de 1988 y oro en el Campeonato del Mundo de 1990, Obradovic se había acostumbrado a participar de la élite sin armar demasiado ruido, limitándose a respetar los sacramentos de este deporte: bote, pase y tiro.
Aun jugando sus partidos como local en la localidad madrileña de Fuenlabrada por culpa de la guerra, el Partizán fue avanzando rondas: se plantó en cuartos de final y eliminó a la Virtus de Bolonia. Una vez en la Final Four de Estambul, los serbios derrotaron en semifinales a la Philips y en la final, gracias a un triple imposible de Aleksandar Djordjevic, al Joventut de Badalona. La sorpresa fue absoluta. ¿De dónde habían salido aquellas futuras estrellas del baloncesto internacional?
Obradovic se convirtió en el nombre de moda. Para entender al hombre de éxito que acaba de conseguir su novena Euroliga, hay que recordar los años difíciles: después de conseguir aquel primer título, se fue a España, en concreto al propio Joventut donde tanto le odiaban. En su único año allí volvió a ganar el título y volvió a hacerlo con un triple postrero, en este caso de Corney Thompson. Inquieto por naturaleza, Obradovic celebró la victoria planificando su inmediato fichaje por el Real Madrid de Arvydas Sabonis. Los blancos, que llevaban quince años sin ganar la Copa de Europa, fueron campeones a la primera.
Aún pasaría un par de años más en el Madrid y otros dos en la Benneton de Treviso. Estos pequeños desencantos los solucionaba cada verano dirigiendo a la selección yugoslava: plata en los Juegos Olímpicos de 1996, oro en el Europeo de 1997 y de nuevo oro en el Campeonato del Mundo de 1998. Obradovic era sinónimo de éxito pero también de mal carácter, de excesiva dureza con los medios, de polémica. Le costaba acostumbrarse, conformarse con lo conseguido. Tuvieron que pasar ocho años para alcanzar por completo la paz y la estabilidad. El club elegido: el Panathinaikos de Atenas.
La historia de Obradovic con el Panathinaikos se puede resumir en números pero aun así se quedaría corta: once ligas, siete copas y cinco Euroligas. Por sus manos pasaron los mejores jugadores de Europa: Dejan Bodiroga, Zeljko Rebraca, Mike Batiste, Sarunas Jasikevicius… más la cuota habitual de voluntariosos griegos encabezados por Fragiskos Alvertis, el gran ídolo de la afición local. Eso, ya decimos, no es todo: Obradovic consiguió hacer un equipo de lo que siempre habían sido colecciones de estrellas multimillonarias, consiguió calmar dentro de lo posible a los hermanos Giannakopoulos, los excéntricos propietarios del club, y él mismo fue relajando su carácter, al menos fuera de la pista.
Aunque la NBA llamó varias veces a su puerta, siempre tuvo claro que su lugar estaba en Europa. En declaraciones al portal Eurohoops, lo explicaba así: “Me llamaron de un par de equipos para hacerme entrevistas pero ya les dije que yo solo daba entrevistas a los periodistas”. Consciente de su estatus y reacio a pelear desde abajo como su gran némesis, el entrenador italiano Ettore Messina, Obradovic dejó Grecia en 2012 para fichar al año siguiente por el Fenerbahçe turco. ¿Y qué era el Fenerbahçe turco en 2013? Poca cosa. Un equipo sin apenas tradición en un país que jamás había conseguido levantar la Euroliga, pese a los múltiples intentos del Efes Pilsen.
En Turquía no faltó dinero ni trabajo. En 2015 consiguió clasificar al equipo para la Final Four por primera vez en su historia. En 2016, lo llevó a disputar su primera final y la perdió en la prórroga. En 2017, por fin, lo hizo campeón. No se esperaba otra cosa de él. Cerrando el círculo, la sede volvió a ser Estambul, donde había coronado al Partizán veinticinco años antes. En medio, la historia completa del baloncesto europeo de clubes y selecciones. De heredero del dominio de Toni Kukoc a verdugo de la gran promesa del futuro, el adolescente esloveno Luka Doncic, a quien su equipo consiguió anular por completo en semifinales.
A los 57 años recién cumplidos, no se ve final a su dinastía. Puede continuarla en Turquía o en cualquier otro lugar. Ha entrenado seis equipos y cinco han ganado la Euroliga. No es poca cosa. A su puerta llamarán de nuevo los de siempre: el Barcelona, el CSKA de Moscú… incluso, quizá, el Bayern de Munich si de verdad se va a tomar en serio lo del baloncesto. Puede que este último reto sea el que más le apetezca. A Obradovic le gusta enfadarse pero no le gusta que se enfaden con él, En ese sentido, la comodidad es un aspecto prioritario en su vida y en su carrera. Allá donde la consiga, llegarán de nuevo los títulos.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.