Entrevista a Orlando Figes. “Lenin enseñó a los países del Tercer Mundo que podían tener una revolución”

Orlando Figes ha escrito libros como La Revolución rusa: la tragedia de un pueblo (Edhasa, 2001), El baile de Natacha: Una historia cultural (Edhasa, 2006), Los que susurran: La represión en la Rusia de Stalin (Edhasa, 2009) y Revolutionary Russia, 1891-1991 (Pelican, 2014). Son obras que combinan la erudición y la habilidad para explicar las grandes transformaciones con la historia de las ideas y el relato de sus consecuencias. “La historia que yo escribo trata de la gente y sus experiencias y de cómo entienden lo que viven”, dice.
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Ha descrito la Revolución rusa como el mayor experimento de ingeniería social de la historia. También ha hablado de su componente mesiánico y de que la debilidad de la tradición democrática rusa permitió que arraigara el bolchevismo.

Hay un elemento utópico. Tenía que ver con la idea de Rusia como una tabula rasa o una especie de lienzo en blanco donde los revolucionarios podían proyectar su idea utópica de la transformación humana. Era una tradición del pensamiento revolucionario ruso, importante para los anarquistas y sobre todo para los populistas del siglo XIX. Rusia no estaba desarrollada en el sentido occidental, con instituciones políticas, una sociedad civil y una economía avanzada, pero podía saltar por encima de Occidente y transformarse en una nueva forma de democracia o socialismo. Esto está ya en Alexander Herzen. Parte de ese pensamiento utópico tiene un aspecto religioso: la idea de que Rusia tiene una misión mesiánica en el mundo, de que debe salvar a la humanidad. El bolchevismo es un movimiento milenarista, que anuncia un paso de la luz a la oscuridad. Encaja con ideas religiosas de justicia social arraigadas en el campesinado ruso, pero también con el pensamiento sobre el papel de Rusia en el mundo, con la creación de una fraternidad universal, como decía Dostoievski en su discurso sobre Pushkin en 1880. Todas estas ideas forman parte de una concepción de la función de Rusia como redentora de la humanidad. Y establecen una relación con la tradición revolucionaria. La idea ortodoxa de presentar Rusia como la nueva Roma que salva al Occidente caído se funde con el comunismo: hay una línea directa que une esa idea ortodoxa de Moscú como tercera Roma con Moscú como sede de la Tercera Internacional, que salvará al mundo con el comunismo. Está unida a lo que podríamos llamar el atraso de Rusia, que ha permitido que los revolucionarios hagan grandes promesas, que los demagogos aprovechen una situación donde hay profundas esperanzas utópicas.

A comienzos de siglo hay muchos cambios en Rusia. Uno de los problemas, ha escrito, es que mientras el país entraba en el siglo XX, la dinastía intentaba regresar al siglo xvii.

La Rusia anterior a 1917 es una sociedad muy dinámica. Hay un proceso de industrialización, grandes cambios en la estructura social que incluyen una enorme movilidad, una nueva apertura hacia Europa y la llegada de nuevas influencias, una sociedad que presenta demandas sociales y verticales. Al mismo tiempo el zarismo es una ideología muy anticuada que fosiliza la política. Y esto es especialmente acusado con Alejandro III y Nicolás II, que creen que su deber es no ceder ante la opinión pública. Responden a esas fuerzas dinámicas con una política reaccionaria, intentando buscar recursos en la ideología medieval, en el vínculo sagrado entre el zar y el pueblo. Era la peor respuesta al desafío del siglo XX.

Cuando habla de la intelligentsia cita a Isaiah Berlin, que decía que una peculiaridad de los intelectuales rusos era la adopción apasionada y dogmática de las ideas occidentales. Y una de las partes más impresionantes de La Revolución rusa es en la que habla sobre las condiciones de vida y las costumbres de los campesinos.

En cualquier movimiento democrático o revolucionario es esencial la idea de progreso político que tienen quienes lo lideran. En el caso de la intelligentsia rusa, su programa estaba totalmente tomado de Occidente. Pero imponer prácticas constitucionalistas occidentales no podía funcionar. Y había una gran brecha entre la intelligentsia y las clases políticas y los campesinos, que no eran idiotas atrasados, sino gente que tenía una idea de justicia social totalmente diferente, la cual era además incompatible con el sistema de propiedad. Había una situación paradójica: terratenientes ultrademocráticos, pero con una gran distancia entre ellos y los campesinos. Las ideas de democracia occidental no fueron la solución, o para que lo fueran habría hecho falta un gran periodo de progreso social y reducción de la pobreza, mucho más prolongado que el que finalmente permitió el régimen zarista, con Stolypin, por ejemplo. Y en 1917 esto se ve porque en febrero hay un compromiso con la idea de imponer unos conceptos heredados de la Revolución francesa: libertades políticas, asamblea constituyente, sufragio universal. Todavía no se resuelven problemas básicos: la tierra, el poder, las nacionalidades. No había respuesta, o no lograban dar el salto imaginativo necesario para improvisar un nuevo tipo de democracia. Tendrían que haber llegado a una nueva idea, y eso es pedir demasiado en esa situación.

¿Cómo se podría haber evitado?

En 1917 los comités tomaron el poder muy rápidamente. Se establece una democracia local directa, en comités de obreros y soldados y por supuesto de los sóviets. Estos instrumentos no debían haberse convertido necesariamente en instrumentos de la guerra de clases, que es para lo que los usaron los bolcheviques, o lo que alentaron. Parte de los bolcheviques y de los mencheviques pensaban en una combinación de estructuras de sóviets locales unidas a una forma de parlamento nacional. Quizá, si Lenin no hubiera llegado al poder, habría pasado eso. Por supuesto, no podemos saberlo, pero habría sido un modelo de democracia que habría podido tener más oportunidades para resolver los problemas fundamentales de Rusia sin llegar necesariamente a una dictadura militar.

Ha escrito que el Estado soviético era una imagen especular del Estado zarista. También ha dicho que una de las diferencias está en que en la élite soviética había una mayor presencia de la gente común. ¿Lo sigue pensando?

Depende de lo que estemos diciendo. Cuando Lenin vivía era un Estado revolucionario, algo que nunca fue el Estado zarista. Hasta cierto punto, podrías comparar al partido con la nobleza, en términos de su papel político. Y el Estado soviético, sin duda, no es democrático. Pero el paralelismo no funciona porque nunca hubo un momento en el Estado soviético bolchevique en el que hubiera un modus operandi equilibrado con la sociedad. El elemento similar es que en último término en ambos regímenes, en la relación entre el Estado y el pueblo, la autoridad se basa en la coerción. Pero, aparte de eso, no exageraría el parecido.

Habla también de los elementos generacionales: las diferencias entre los reformistas y los revolucionarios. Y dentro de estos últimos señala las diferencias entre quienes habían estado en el exilio y quienes se habían quedado en el país.

Hay una gran diferencia entre lo que podríamos llamar los internacionalistas del partido, que veían Rusia en el contexto europeo y la revolución en un contexto global, que entendían la importancia del apoyo de otros países y que defendían la necesidad de mantener Rusia abierta y de la revolución internacional, y quienes no habían estado fuera. Estos últimos venían a menudo de entornos humildes, y llegaron al poder por la revolución y la guerra civil, que facilitaron que se reclutaran elementos que venían del ejército y de las fábricas, que llegaba de las provincias a la ciudad. Tenían una visión de la revolución mucho más vinculada a una nación y un Estado y eran la gran fuerza en la segunda revolución de Stalin, con el primer plan quinquenal. Son dos facciones fundamentalmente diferentes del Partido, con visiones muy distintas de la revolución. No creo que lo explique todo que hubieran estado en Europa. En 1918, es un pequeño grupo el que ha estado en Europa, pero son un elemento de lo que podemos llamar los viejos bolcheviques. Esa visión internacionalista se vuelve cada vez menor, y sin duda está totalmente destruida en 1937.

Era, como señalaron algunos revolucionarios, una dictadura proletaria en un país campesino.

Según una visión marxista ortodoxa no puedes tener una revolución socialista en un país agrícola: por ejemplo, sería la idea de los mencheviques. Esa visión diría que Rusia necesitaba más tiempo, que la revolución era prematura y que estaba destinada a terminar en una dictadura si no tenía apoyo de las potencias industriales. Desde 1905 Lenin ve la posibilidad de lo que llama una revolución proletaria en un país campesino. La lección que extrae de 1905 es que para ello se necesita neutralizar a los campesinos. Por eso la visión leninista de la revolución se volvió tan influyente en las revoluciones del tercer mundo. No tienes que esperar a que China sea una sociedad industrial. Al mismo tiempo, en la paradoja está implícita la naturaleza del movimiento bolchevique: fue una revolución cultural. Los campesinos que dejaban el campo e iban a minas y fábricas, que a veces volvían a casa para la cosecha o mandaban dinero, adoptaban una idea de hipermodernización. La respuesta al atraso ruso era acabar con el viejo mundo campesino. Y esa era justo la promesa del bolchevismo. Era una especie de ejemplo para esta gente. Podían ver un paralelismo: su propia progresión del pueblo a la ciudad, de la escuela y la industria, la idea de que “no soy un campesino, soy un proletario educado y políticamente consciente” se reflejaba también en la trayectoria del país, que habría pasado de ser un país agrario a un país industrializado moderno. Esto es un elemento central de la revolución cultural. En cierto sentido es una revolución proletaria a lomos de una revolución agraria, que vuelve la revolución agraria contra sí misma: la colectivización es el núcleo; es una revolución contra los campesinos.

Los bolcheviques y los mencheviques tenían muy presente el modelo de las revoluciones burguesas del siglo XIX. Y luego la Revolución rusa se convirtió en el modelo de muchas revoluciones del siglo XX.

Todos los revolucionarios se miran en el espejo de otras revoluciones. Los bolcheviques miran a los jacobinos, a 1848, a la Comuna de París, que Engels y Trotski ven como uno de los primeros intentos de comunismo. Es una gran influencia. La revolución es por su propia naturaleza una improvisación. Todo está en el aire, todo es accidental, no hay forma de saber qué ocurrirá después, están buscando desesperadamente ejemplos. Y también persiguen modelos de lo que debe ser un revolucionario, de qué tipo de carácter debe tener. Más adelante, el mundo socialista la ve como una revolución muy exitosa (y podría decirse que lo fue entre 1917 y 1949). La Revolución bolchevique se convierte en un modelo para la revolución. No creo que lo siga siendo, aunque hay elementos de estrategia revolucionaria y terror de Lenin en revoluciones como las islámicas. En particular lo que Lenin enseñó a los países del tercer mundo es que podían tener una revolución. Lo que necesitaban era neutralizar a los campesinos y utilizar los mecanismos del Estado para fabricar una revolución social. El marxismo y la socialdemocracia pensaban que la revolución se basaba en movimientos democráticos. Pero Lenin muestra que en una sociedad atrasada puedes tener una revolución utilizando el Estado para construir una revolu- ción social, desde arriba.

En La Revolución rusa: la tragedia de un pueblo, además de hablar de las transformaciones generales, cuenta la vida de varios personajes, algunos de primera línea y otros secundarios, como Gorki, Lvov, Sementov…

El libro lo escribí hace veinte años. Y en esa época quería utilizar figuras secundarias, testigos, porque me parecía que era importante para mi idea de revolución como un acontecimiento, o una serie de acontecimientos, caótico. Me parecía que si me centraba en clases e ideologías, daría una visión excesivamente controlada. La mayoría de la gente vivía la Revolución sin saber qué iba a ocurrir después. Gorki estaba horrorizado por la violencia, aunque él mismo había promovido el movimiento bolchevique, como escritor más influyente entre los trabajadores antes de 1917. Luego fue crítico con la Revolución pero regresó bajo Stalin y apoyó la colectivización. Fue una figura paradójica. En general encontré muchos personajes cuya vida parecía operar según la ley de las consecuencias no deseadas. Intentaban influir en los acontecimientos, pero luego todo salía de otro modo. Eso era lo que quería transmitir. Pero escribí el libro cuando los archivos comenzaban a abrirse. Si empezara este libro ahora –Dios no lo quiera– quizá tendría más posibilidades. Pero sabía que la Revolución rusa era una gran historia que contar. Para mantener la atención del lector, tengo que dar una sensación de inmersión. Hay otros libros que se centraban en elementos más amplios y yo quería hacer algo diferente. Y este fue mi primer intento en esa línea.

Ha dicho que dos de los problemas centrales eran la propiedad y las nacionalidades. Algunas de esas cuestiones serían decisivas en el fin de la Unión Soviética, y no parecen del todo resueltas en la actualidad.

Rusia encuentra difícil aprender a ser una nación federal. Es un Estado posimperial. Muchos nacionalistas rusos y el gobierno parecen creerse en posición de decidir lo que ocurre en Ucrania o al menos Crimea. El imperio ruso entró en crisis y luego fue más o menos rescatado y unido en una versión soviética. La identidad soviética no era una completa entelequia: en cierto modo existía y encontró mecanismos para unir a gente de distintas nacionalidades. Sin duda, se mantenía por medio de la coerción, y países como Georgia y Ucrania querían irse. El legado sigue ahí y sus consecuencias también. Parte de la identidad de Ucrania, los Estados bálticos o Georgia se basa en que no son soviéticos y desde luego ya no forman parte de Rusia. Pero eso también facilita que sean naciones. En Georgia hay un museo de la ocupación. La revolución, parecen decir, fue una ocupación. Se soslaya el hecho de que muchos georgianos desempeñaran un papel muy importante –el mismo Stalin era georgiano–. En Letonia hay museos de la ocupación. Se dice menos que los letones fueron muy importantes en la revolución, y centrales en la toma del palacio. Estos países pueden decir: vamos a construir nuestra identidad postsoviética en oposición a Rusia; aquello era Rusia, ahora estamos liberados. Pero los rusos no pueden hacer eso. Se presenta a los rusos como señores del imperio. Pero también fueron víctimas de su propia revolución, como país, con la diferencia de que ellos no pueden culpar a nadie más. No hay una salida fácil. Por eso el centenario es tan silencioso. No es una historia que les permita ir a ningún sitio, no tiene ningún uso positivo para ellos. Letonia puede celebrar la liberación, Ucrania puede celebrar la independencia. El legado persiste pero la gente que paga son los rusos.

Ha escrito que la forma en que se recordará la Revolución sería una forma de evaluar la situación de la democracia en Rusia.

Lo que muestran estas discretas conmemoraciones es que es un asunto divisivo, que no es una historia que se pueda usar. Para ser una democracia, para cuestionar el Estado y su uso de la violencia en casos como el de Crimea, debes tener una idea de lo que es políticamente legítimo. Pero eso es difícil si tu Estado está fundado en la violencia de la Revolución y en cierto sentido esto es lo que ocurre en Rusia. En 1991 el régimen colapsó, pero no hubo una revolución democrática. El Estado se desmoronó, las élites se marcharon llevándose toda la riqueza que pudieron y rápidamente nuevas élites políticas, en buena medida procedentes de la élite anterior, se hicieron con el poder. El FSB viene del KGB, no hay una gran diferencia. Y eso significa que el Estado de Putin es esencialmente heredero del Estado soviético, en su actitud hacia el poder, hacia el país. Y eso afecta a muchos de los viejos actos reflejos de Rusia, sobre la aceptación de la actualidad o la necesidad de la violencia, el rol protector de la Cheka o el KGB. Para que Rusia se convierta en una democracia debe antes reconsiderar lo que significó la Revolución en profundos términos culturales. No veo que esto vaya a ocurrir. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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