Sara Uribe
Abroche su cinturón mientras esté sentado
Ciudad de México, filodecaballos, 2017, 78 pp.
“¿Te conté que intenté escribir un poema sobre caballos, ¿no?/ Se trataba de un poema obediente / que intentaba ser desobediente sin conseguirlo”, se lee al inicio de uno de los poemas de Sara Uribe (Querétaro, 1978), incluido en su libro más reciente. Me sirven estos versos para reflexionar sobre los discursos vertidos en sus páginas. A lo largo de este mismo poema se reflexiona sobre la artificiosidad distinguible en el hecho de escribir poemas sobre asuntos, materias y “cosas” que desconocemos. Es también una crítica entre líneas a lo que quien escribe poesía en México podría identificar con facilidad como un poema “obediente” o “tradicional”. Dado que los autores de la tradición reciente mexicana tienen en el caballo (o en el tigre) un tótem literario, nada más obediente que escribir “nuevos” textos sobre caballos para acercarse a esta joven vertiente.
El curso que sigue el poema “Así que de Troya ni hablar” nos lleva por los derroteros de esta mirada crítica y de un temperamento más afín a la posmodernidad: la voz poética busca en Wikipedia datos sobre caballos, pero al ver el resultado –el poema obediente– decide abortar la misión y en lugar de ello escribe un tuit: “¿Cómo sabe uno a qué hora irse de un poema fallido? ¿Algún manual de procedimientos? ¿Algún teléfono de emergencias?” El poema obediente ha sido desarticulado, pero ¿qué tenemos en su lugar? No pienso que el poeta desobediente deba por obligación construir artilugios nuevos que sustituyan a las vetustas escrituras líricas. Sin embargo, en el experimento de Sara Uribe se echa de menos, en la mayor parte del libro, tanto el artilugio literario como su cuestionamiento radical.
En muchas ocasiones, atendemos a una digresión que apunta a fundamentos académicos: “Estábamos destinados a transcribir. Nuestras manos solo podían reproducir los signos por otros escritos, los vocablos ajenos. Los textos no eran incomprensibles, repetíamos sus bordes como quien recupera algo que no tiene y que no sabe que no tiene.” Este uso de un lenguaje más técnico es, por supuesto, cuidadosamente manipulado. No obstante, el asunto del poema –la memoria, la infancia, el cuerpo– se aborda con una buena dosis de nostalgia. Hay pues, en la desobediencia de la poética propuesta por Sara Uribe, una obediencia a las zonas desde donde enuncia el sujeto poético: la sensibilidad traicionada por un mundo indiferente al individuo no tiene contrapuntos en otras emociones o “antiemociones”.
Los poemas van y vuelven en torno de la soberana presencia de la televisión o Netflix, las redes sociales, el mundo artificial que ofrecen y viven los trabajadores de telemarketing, la indiferencia con que el sistema capitalista trata a los “pasajeros” de un vuelo que parece demorarse infinitamente. Ante ellos se opone el texto poético como un medio de resistencia: “[es una artesanía, un gesto de trabajadora] ¿Hacer con el cuerpo el cuerpo del poema? [respiren profundo] ¿Hacer del cuerpo un texto? [vuelvan a respirar hasta sentir que hay un ritmo] ¿Textificar el cuerpo?”.
Y así, en cada texto, el sujeto poético se vuelve a encontrar con la desacreditación de la experiencia personal y el mundo interior en manos de los medios de relación consumista: relaciones de compra-venta, intercambios indiferentes si no es que crueles que llevan también a la voz poética a enunciar desde una aparente zona de descripción pura, lejos de las imágenes y las metáforas. Pero la voz está indignada con este precipicio de indiferencias. Aunque se decanta por desobedecer estilísticamente una tradición que vinculamos con la “expresión de las emociones” en la poesía, se busca esta expresión, incluso si la voz se siente obligada a cuestionarla, a deconstruirla, desde una postura desobediente que con frecuencia abreva de la reflexión académica: “Hablábamos de piedras angulares / y otros asuntos de la pertenencia. / El verbo edificar. / El verbo rebobinar. / Hablábamos de los registros simultáneos. / De nuestra escritura entre todas las otras escrituras. / De entre todos nuestros cuerpos / hablábamos del que duerme del lado derecho de la cama. / De las constelaciones que tu mano dibujó / sobre mi espalda.”
Hacia el final del libro se presenta un apartado de textos distintos a los anteriores: se trata de un ejercicio realizado con un programa que recorta y recombina textos y que emula la técnica de recortes utilizada por Brion Gysin y William Burroughs. A esta “licuadora-procesadora” se introducen dos trabajos de investigación sobre consumo, fragmentos de Walter Benjamin y Gilles Deleuze y entradas del propio blog de la autora, entre varias piezas más. El resultado es una serie de textos de riqueza rítmica y enunciativa en los que se ha “fabricado” un sujeto poético lleno de contrapuntos y urgido a “rellenar” el espacio-silencio con el producto-palabra. Estos ejercicios resultan bastante afortunados: “fabricar máquinas que desean: usted recibe una empresa extranjera: estropeándose sin cesar: el émbolo pistón y los años malgastados: de anotaciones: de no-yo: interior-exterior: ya no ingredientes”.
Esta deriva, más lúdica no solo en su método sino en su ritmo, hace pensar que esta otra voz de Sara Uribe, obediente a un método pero desobediente en su sistema crítico (la representación y la crítica del sistema capitalista y consumista a través de un poema fabricado), sea más lograda en sus resultados al mismo tiempo que conserva uno de los principios poéticos en los que se insiste a lo largo de su poemario: conseguir que el poema se sitúe más allá de la reproducción de un sistema de principios poéticos, trasgredir no solo la obediencia sino el principio ya dado, ya “cantado” de la desobediencia obediente. ~
(Ciudad de México, 1982) se define como "onirista". Por su segundo libro de poesía, Tránsito (Fonde Editorial Tierra Adentro, 2011), obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer.