En latín clásico, limbus fue ‘borde’, ‘orla’. Estos significados pasaron en español a la palabra limbo, que adquirió otros, por ejemplo: ‘borde aparente de un astro’.
El adjetivo límbico viene del francés limbique, inventado en 1878 por Paul Broca para referirse a la zona del cerebro que está en el borde de la glándula pineal.
El concepto teológico de limbo ‘región del más allá’, situada al borde del cielo o del infierno, no está en la Biblia. Apareció en el latín medieval, en relación con el bautismo y el pecado original.
Si el bautismo borra el pecado original, ¿qué pasa con los no bautizados? ¿Van al infierno?
Eso creía san Agustín (354-430), y explica por qué recurrió a las armas del Imperio romano (ya oficialmente cristiano) para bautizar paganos por la fuerza: para salvarlos del infierno. También su enseñanza de bautizar a los recién nacidos, en vez de esperar años, como era común (él fue bautizado a los 32). También su crítica a Pelagio (contemporáneo al que consideraba un “santo varón”), porque opinaba que la culpa de Adán y Eva no fue heredada a toda la humanidad.
Las opiniones de san Agustín prevalecieron sobre las de Pelagio y las de teólogos anteriores, como san Justino Mártir (¿107-165?): “Todos los que han vivido conforme al Logos son cristianos, aun cuando fueran tenidos como ateos, como sucedió con Sócrates” (Apología, 46). Tertuliano (155-240): Toda “alma es, por naturaleza, cristiana” (Apologético, 17, 6).
La veneración a los Santos Inocentes, que empezó en tiempos de san Agustín, lo ignoró. La masacre de niños en Belén fue anterior a la institución del bautismo. A pesar de lo cual, fueron llamados santos.
Que entraran al santoral hizo pensar en el destino de todos los niños muertos antes de ser bautizados. En el vaivén entre el sentir popular y el análisis teológico, se fue gestando la creencia en regiones del más allá distintas del cielo y del infierno: los limbos.
El de los patriarcas bíblicos anteriores a Cristo y el bautismo; también llamado limbo de los justos o seno de Abraham.
El de los cristianos muertos en la gracia de Dios, pero con pecados veniales que requieren expiación, limbo llamado purgatorio.
El de los niños muertos antes de ser bautizados.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) abandonó la Suma teológica (¡paja!) después de ver a Dios. De las cuestiones no incluidas que dejó escritas, un fraile amigo incorporó un centenar como Supplementum tertiae partis (omitido en algunas ediciones).
En la cuestión 69 del Supplement (edición de New Advent, en la web) santo Tomás se ocupa de los lugares que no son el cielo ni el infierno. Analiza si existen, cuántos son, cómo se distinguen.
Habla de los justos que estuvieron a las puertas del cielo, pero sin entrar, porque tenían el pecado original. Hasta que Cristo “muerto y sepultado, descendió a los infiernos” [limbos] y se los llevó a los cielos.
Habla del purgatorio, también de estancia transitoria, que puede acortarse, gracias a las misas y oraciones en favor de los fieles difuntos.
Pero deja en el limbo a los niños no bautizados, porque heredaron el pecado original. Sin embargo, dice que no sufren; que gozan de una felicidad natural, aunque no del cielo.
Antes, en la tercera parte (cuestión 67), dijo que, no habiendo sacerdote, cualquier cristiano (y hasta no cristiano) puede bautizar, usando agua simple y diciendo solemnemente: “Te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Considera que dos no cristianos pueden bautizarse mutuamente.
Ha predominado la creencia de que los limbos están al borde del cielo. Pero Dante (1265-1321) los sitúa al borde del infierno. En el canto iv de la Comedia, habla del “círculo primero de los que rodean el abismo” infernal; donde, según “pude escuchar, no había llantos, sino suspiros” (25-26).
Al pecado original se refieren dos conocidos versos de La vida es sueño (Calderón, 1635): “Porque el delito mayor del hombre es haber nacido.”
Sobre el primer limbo, Jean Daniélou escribió Les saints païens de l’Ancien Testament (1956), que se refiere a los justos mencionados en el Génesis, anteriores a Abraham e incluso no judíos: Abel, Noé, Job, la reina de Saba y otros. Usa el argumento de la santidad como vocación universal de la especie humana, correspondiente a la voluntad salvífica universal de Dios.
Sobre el segundo, Jacques Le Goff escribió La naissance du Purgatoire (1981), muy celebrado como ejemplo de “historia de las mentalidades”.
Sobre el tercero no hay libros semejantes, aunque el mismo Le Goff había escrito un ensayo (“Les limbes”) incluido en su compilación Un autre Moyen Âge (1977).
Del significado religioso surgió el uso literario de limbo como lugar o situación intermedia, olvidada, indefinida. La palabra está en el título de muchas novelas. También surgió la locución: “Estar en el limbo”: sin enterarse.
La actitud compasiva hacia los niños muertos sin bautismo pasó del sentir popular y la veneración de los Santos Inocentes al Concilio Vaticano II. En 1963, la Constitución sobre la liturgia acordó: “82. Revisar el rito de la sepultura de niños, dotarlo de una misa propia”.
En 1970, el Misal romano introdujo una misa funeral para los niños no bautizados.
En 1992, el Catecismo de la Iglesia Católica dijo en los puntos 1260 y 1261:
Todo hombre que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios, según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia solo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven, y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: “Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis” (Marcos 10:14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo.
En 2007, una Comisión Teológica Internacional convocada por Benedicto XVI (al que no le gustaba la creencia en el limbo) dio un paso más en el documento “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo”, en la web.
Aquino había establecido una diferencia entre la felicidad del limbo (natural) y la del cielo (visión beatífica de Dios). La Comisión dictaminó que los infantes no bautizados también gozan de Dios. Esto salió en los periódicos como “El papa suprime el limbo”.
Pero el documento no menciona la desaparición de los limbos ni la de ese limbo. Dice (corrigiendo a santo Tomás) que la felicidad de los niños en su limbo no es solo natural, sino sobrenatural. Toma como antecedente que los patriarcas subieron al cielo sin pasar por el rito del bautismo, porque la visita de Jesús los “bautizó”, les borró el pecado original. Supone que, al decir “Dejad que los niños se acerquen a mí”, Jesús descendió al limbo de los niños no bautizados y les abrió las puertas del cielo.
Los santos del mundo no occidental han sido ignorados en el mundo cristiano, particularmente Buda; aunque del budismo llegaron prácticas que adoptó el cristianismo: los claustros monacales, la distinción entre novicios y monjes, el celibato, la confesión, la tonsura, los campanarios, el uso del incienso, la veneración de reliquias y el rosario (Richard Garbe, India and Christendom, 1959 [1914 en alemán]).
Giovanni Papini, que empezó como ateo y terminó como franciscano, postuló en El diablo (1953) que el infierno es transitorio y que, en el Juicio Final, Dios perdonará a toda la humanidad y hasta a los ángeles caídos. ~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.