Aún es de día y por la cubierta del barco se pasea el primer oficial: un tipo joven y guapo que más que un arponero remite a un héroe de acción. Que tiemblen ya esas ballenas que el ambicioso Owen Chase (Chris Hemsworth) tenga en la mira, porque su nado elegante y cadencioso se transformará en barriles de grasa y aceite para comerciar. In the Heart of the Sea describe la historia detrás de Moby Dick (1851), pero no está basada en la novela de Herman Melville. Por el contrario, el guión es una adaptación de una obra que el estadounidense Nathaniel Philbrick publicó en el año 2000 para dar a conocer los hechos que derivaron en un capitán obsesionado con asesinar a una ballena blanca: a principios del siglo XIX, un barco ballenero zarpó de Nantucket, Massachusetts, y fue atacado por un inmenso cachalote algunos meses después.
Ésta podría ser la cinta perfecta, de no ser porque lo más deseable de un filme que retrata a Moby Dick —un personaje tan manoseado como Romeo y Julieta o Los tres mosqueteros— es que sea todo menos eso: prototipos, cautela, confort. El nuevo largometraje de Ron Howard —un experimentado director de dramas que culminan en suspiros y lágrimas como Cocoon (1985), Apollo 13 (1995) y Cinderella Man (2005)— deja con ganas de más. In the Heart of the Sea inicia con un recurso muy desgastado: un viejo (Brendan Gleeson) narra su historia de supervivencia a un joven escritor —en este caso Herman Melville, encarnado por Ben Whishaw— para ayudarlo a escribir su segunda novela. Acto seguido, viajamos al pasado para navegar a través de tormentas, compartir la incertidumbre de la tripulación y avistar cetáceos en medio del Pacífico Sur.
La falta de creatividad narrativa no desacredita —de ningún modo— las virtudes del filme: la música de Roque Baños, un español (hasta ahora poco conocido) produce un buen balance entre las secuencias de acción en mar abierto y la vulnerabilidad del héroe de la cinta; la fotografía de Anthony Dod Mantle, el británico ganador del Óscar que también trabajó con Howard en Rush (2013), destaca por su iluminación; y los efectos visuales que con desbordadas dosis de CGI reviven al Nantucket de 1821, nos llevan a perseguir cachalotes bajo la lluvia y hunden barcos balleneros en medio del mar.
In the Heart of the Sea no defrauda por su calidad cinematográfica, sino por su guión: es plano y predecible. Y es que las adaptaciones se mueven por terrenos peligrosos: deben capturar la esencia de la obra literaria o visual en la cual se inspiran, pero también deben buscar el modo de sorprender. Si bien la cinta nos mantiene en suspenso mientras esperamos el primer salto de la ballena, no ahonda suficiente en la psicología de sus personajes: ¿por qué si nuestro héroe tiene una familia que le espera en casa prefiere perseguir a esta bestia que lo puede matar?
Sobran modos para desarrollar un argumento, pero los filmes de Howard suelen ser ecuaciones que apuestan por lo seguro: Splash (1984), una sirena que encuentra el amor; Willow (1988), un duende que salva a una princesa de una bruja; y A Beautiful Mind, filme biográfico del matemático John Nash que arrasó con los Óscares en el año 2000. Tiende a abusar del sentimentalismo y sus personajes siempre salen bien librados de los conflictos que enfrentan. Y, claro, no es que una historia que provoque mariposas en el estómago deba calificarse como “mal cine”, sino que una nueva representación de las aventuras de Moby Dick merece más creatividad narrativa en vez de alimentar el cliché del héroe guapo, que nunca se despeina o sangra.
El héroe de In the Heart of the Sea es fuerte y tenaz —un acierto de la dirección de Howard y la interpretación de Chris Hemsworth— pero no alcanza a capturar el espíritu implacable del capitán Ahab, protagonista de Moby Dick, o la esencia de la historia que nos obsesiona tanto como para releer la novela y estar al pendiente de todas las adaptaciones cinematográficas de ésta. Al final, Moby Dick es un monstruo creado por el hombre: sobre su lomo hay cicatrices y arpones a medio clavar; es feroz porque persigue a quien le ha cazado y ha dado caza a otras bestias de su especie. Es la naturaleza resistiéndose a la avaricia humana y a los engreídos que quieren ser Dios.
En 1956, John Huston dirigió una adaptación de Moby Dick y dejó el guión en manos de Ray Bradbury, el autor de Fahrenheit 451(1953). Y si bien el ritmo de la trama es lento en comparación con un filme contemporáneo, la relación entre Ahab (Gregory Peck) y la ballena es estremecedora: ambos prefieren morir a dejarse vencer. A pesar de los efectos especiales que sí recrean a un cetáceo majestuoso, esta obsesión escapa a los 121 minutos de In the Heart of the Sea: Moby Dick no es sólo una ballena colosal, sino una bestia hipnótica que nos arrastra hacia lo desconocido y, como a Ahab, nos hace sentir que vale la pena seguirla hasta ser devorados por el mar.