1.¿Escribir sobre lo público o lo privado?
El buen escritor escribe de lo público como si estuviera haciéndolo de algo privado, hablándole a un lector secreto como si se tratara de una comunicación íntima. Admito que mi literatura, y casi toda la literatura latinoamericana, al menos hasta hace poco, se inclinó más por lo público. En América Latina es difícil escapar de la tradición del escritor político que escribe sobre temas que interesan o interesaban a todos –dentro de un régimen de opinión pública ahora en decadencia–. Sin embargo, si lo privado no atraviesa lo público es imposible alcanzar al lector. A mí me interesa la novela política y eso implica involucrarse de manera muy estrecha con lo público –“mentiras públicas y verdades privadas”- desde aspectos de la condición humana que antes se consideraban privados como la violencia, los rituales sangrientos de la sociedad patriarcal, el desmembramiento de la masculinidad. Ante la desaparición de cualquier discurso trascendente y la decadencia de lo público, sólo nos queda la miseria de la domesticidad. Alejo Carpentier lo dijo con una frase maravillosa que encabeza mi primera novela: “Hoy los grandes melodramas de la época cobran una importancia planetaria”.
2. ¿Escribir de día o de noche?
De día. Salvo en ocasiones muy especiales, como cuando estoy terminando un libro y no tengo más remedio, es decir, cuando el libro se adueña de mí. Yo no puedo escribir de noche, me da miedo. Advierto que escribo en un estado de alerta, bajo una cierta amenaza, pero tiene que ver con los temas de los que hablo y de mi vinculación con ellos. En la noche me siento desnudo, expuesto, al descubierto, y no me gusta escribir así, ya que mi literatura, de todas formas, es una confrontación con mis ángeles y fantasmas. No puedo escribir de algo que no sean estas obsesiones y el hecho de escribir de día me da un cierto grado de protección. Por supuesto, estoy hablando de mi producción literaria y no de un artículo o de una nota periodística.
3. ¿Cuál es la obra literaria más sobrevalorada?
Es difícil contestar esa pregunta. Por ejemplo, es muy fácil descalificar a Camilo José Cela. Cuando obtuvo el premio Nobel, en 1989, escribí un artículo criticándolo, “Cala para un Cela cele” (del azteca celic, inmaduro). Borges se burlaba de Ortega y Gasset con razón.
Está sobrevalorada la literatura contemporánea y ciertos géneros como la autoficción, o la importancia que se le atribuye a ciertos autores en detrimento de otros. Pero como vivimos un momento en que la literatura no importa para nada lo que está sobrevalorada es la mala literatura o lo que se vende en las librerías. No comprendo que se le preste más atención a Marías (a Javier, no a mi amigo Fernando, otro gran escritor español) o a Enrique Vila-Matas en vez de a Antonio Muñoz Molina, o al Ricardo Piglia narrador y no al ensayista (que considero más importante). Podría decir que me pareció atroz cuando Fernando Vallejo recibió el premio Rómulo Gallegos, pero, ¿para qué?, si estamos hablando de un escritor pequeño. Establecer jerarquías en la actualidad es casi imposible. ¿Quiénes son los grandes escritores del 2011, en cualquier idioma? No creo que alguien sea capaz de responder a esa pregunta.
4. ¿Y la injustificadamente olvidada?
Con frecuencia se olvida lo grandioso que fue Alejo Carpentier, que sigue siendo un escritor moderno a pesar de su fama barroca. Me sorprende que en la actualidad se considere a José Donoso como un escritor de segunda, en un bulo que el mismo Roberto Bolaño se encargó de extender. Finalmente, para atender a una de mis pasiones, no se le otorga el lugar que merece a Reinaldo Arenas. Por supuesto es un escritor que me fascina y su obra me ha determinado desde que publiqué Encendiendo un cigarrillo con la punta del otro, en 1986 –que lleva como subtítulo Variaciones sobre una obsesión de Reinaldo Arenas-. Así que no pretendo ni quiero ser objetivo. Es injusto que sea reconocido como autor de Antes que anochezca, tal vez su único éxito de librería, porque fue llevada al cine, cuando escribió El mundo alucinante 23 años antes. Admito que es un escritor maldito, que la historia de sus manuscritos es peor que la de Malcolm Lowry, y que hasta hace una década era imposible acceder a sus principales títulos.
5. ¿La obra maestra que nunca ha leído y quizá ha dicho que sí?
Cuando empecé a escribir, al final del colegio, le pedí a mi familia los tres tomos de Las mil y una noches en la edición de esa especie de invento de Borges que es el políglota y erudito español Rafael Cansinos Assens. Están impresos en papel biblia, encuadernados en piel y suman casi 6000 páginas. Una locura. Después de leer el inmenso prólogo, que es un libro en sí mismo, casi una enciclopedia, que concluye con los 99 nombres de Alá, quedé exhausto y no leí más.
En ese tiempo pensaba que para leer el Ulises de James Joyce había que seguir el mal consejo de leer antes a Homero. Desde entonces he leído Las mil y una noches a saltos de mata.
6. ¿Cuál es el secreto literario mejor guardado?
A como van las cosas, la buena literatura. Tal vez lo pongo de otro modo: me siento feliz de haber vivido el siglo de Borges, pero estoy consciente de que un 60 por ciento de los lectores latinoamericanos no tienen interés por la literatura y que hay 73 millones de analfabetos funcionales. Hace dos generaciones, las casas de clase media alta incluían bibliotecas con ejemplares de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y libros de Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda, pero nunca se saldó la deuda social con el resto de la población latinoamericana. Siento que la literatura latinoamericana está convirtiéndose en un hecho privado, sin trascendencia social, restringido a académicos, escritores y clases privilegiadas.
He escuchado a antiguos lectores de Rayuela de Julio Cortázar exigir el último libro de Paolo Coelho. Es el signo de los tiempos. La literatura es demasiado importante para dejarla en manos de la mala literatura. ¿Es mejor Roberto Bolaño que Harry Potter? Ese es otro problema. No tengo problema con El señor de los anillos, Harry Potter y el revival de Drácula que estamos viviendo, a condición de no olvidar que hubo algo, alguna vez, llamado literatura latinoamericana.
7. ¿Hace daño el culto al escritor?
Supongo que sí. En la literatura latinoamericana actual echo de menos más obras y menos escritores. Se le concede demasiada importancia al autor, aunque la mayoría lo sobrelleva con elegancia. Los autores más conocidos se sentirían más libres si pudieran escribir lo que les diera la gana, aunque tal vez es pura envidia. Me admira que García Márquez pudiera escribir El otoño del patriarca después de Cien años de soledad y no se inmovilizara como Juan Rulfo. El otoño del patriarca es una metáfora de sí mismo, del escritor en su laberinto, con el que logró aturdir la angustia de la página en blanco y la sensación de que nunca podría salir de Macondo. A Vargas Llosa no le perjudicó en absoluto y la carrera de obstáculos que va de La ciudad y los perros a La guerra del fin del mundo, una de las más espléndidas de la novela contemporánea, no hubiera sido posible sin la fama y la independencia financiera que trajo consigo. Pero Borges, Alejo Carpentier, Rulfo y Onetti ya habían producido sus obras fundamentales cuando se volvieron famosos y dudo que hubieran podido hacerlo con el ruido de la fama revoloteando sobre ellos. Guillermo Cabrera Infante, por razones más complejas, no pudo soportarlo, y autores como José Donoso, Fernando Del Paso y Adriano González León tuvieron problemas para seguir adelante.
8. ¿Cómo reaccionaría si descubriera miles de copias piratas de sus libros en el mercado negro?
Me sentiría feliz, tal vez mi editor no.
9. ¿El Estado debe pagar para que los escritores escriban?
No, aunque a veces paga para que no lo hagan. Prefiero que no haya estímulos directos ni subsidios a la escritura como ocurre en la mayoría de los países latinoamericanos. Lo mejor para que un escritor escriba es un medio intelectual y culturalmente estimulante, aunque tal vez eso es solo una etiqueta y lo único importante sea tener algo que decir.
Centroamérica es el caso contrario, no cuenta con industrias e instituciones culturales independientes y consolidadas que permitan la circulación del libro, la interacción entre escritores y entre estos y lectores, pero mantengo mis reservas hacia las ayudas directas. Los esfuerzos estatales que se han hecho y se hacen en ese sentido los miro con desconfianza porque, por lo general, producen escritores “orgánicos”, atrapados por el sistema que deberían cuestionar. Es la paradoja del escritor: ¿destruir simbólicamente un sistema que el mismo sistema alimenta y subvenciona? Imposible.
10. ¿La “escritura creativa” puede aprenderse en un taller?
No, los talleres literarios enseñan a leer, no a escribir, que es muy importante. La escritura se aprende pero no puede enseñarse, como se dice comúnmente. Al menos no como yo la concibo.
11. ¿Qué es un best-seller?
Un género literario, una técnica de mercadeo y un libro, bueno o malo, que se vende extraordinariamente bien, y que en ocasiones refleja el espíritu del tiempo.
12. ¿Qué hábito envidia de otro escritor?
La disciplina. A menudo le digo a mi esposa –que es una excelente investigadora, historiadora del cine- que si tuviera su disciplina sería premio Nobel.
13. ¿Qué eslogan propondría para una campaña nacional de lectura?
“Lee. El viaje que no termina.”
14. ¿Si fuera libro cuál sería?
Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.
15. ¿Cuál fue el primer libro que robó o debió haber robado?
La edición original del Canto general de Pablo Neruda. A los 16 años me la encontré en la biblioteca de mi mejor amiga. Era muy difícil robárselo y ni siquiera lo intenté. No se trata de cualquier libro sino de la primera edición impresa en dos tintas, de tapas azules, con ilustraciones a color de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros en las guardas, y aún me pregunto cómo llegó ahí. Con los años supe que ese ejemplar fue disputado muchas veces y ahora no sé dónde está o si sigue en Costa Rica. Se ha llegado a vender por más de 4000 euros, pero la edición los vale.
16. ¿Raya los libros?
Sí. Los subrayo, por lo general, y últimamente los anoto o esbozo lo que estoy pensando o lo que me estimula la lectura en las páginas blancas.
17. ¿Con qué cliché literario se (le) identifica?
Se dice que escribo siempre de lo mismo. Probablemente sea cierto. Un escritor siempre lo hace y da vueltas alrededor de los mismos temas y de las mismas obsesiones. En mi caso, ese cliché se ha utilizado con varios objetivos: de vez en cuando, para no darme algún premio, para no leer mis nuevas obras o para interrogarme sobre la relación entre la ficción y la autobiografía que subyace en mi obra. Esto último no lo niego para nada, pero no he querido sacar un provecho que no fuera literario. 162 días antes de que naciera fue asesinado mi padre y mi literatura surge, sin más explicaciones, de ese hecho. Sin embargo, he sido pudoroso en cuanto a presentarme como una víctima para vender ejemplares. Nunca he contado completamente esta historia y a la vez lo he hecho por fragmentos, obsesiva, maquinal, demencialmente.
18. Si estuviera en su poder ser obedecido como gobernante, ¿qué regla le impondría a los ciudadanos?
Que no me obedecieran.
19. ¿Qué muerte célebre, de algún personaje real o de ficción, le gustaría tener?
Supongo que todo escritor ha soñado con la muerte mítica de León Tolstoi. Salir corriendo de uno mismo, de la confrontación con el espejo, y morir en la última estación del ferrocarril, aguardando el tren definitivo de la muerte. Esta visión idílica del hombre que muere fuera del mundo, se disuelve si pensamos en el funeral de Tolstoi, que fue un duelo nacional. Nada más lejos de mis ambiciones. Carlos Fuentes retrata en Gringo viejo la muerte ideal de un escritor: atravesar la frontera con una camisa limpia, una navaja de afeitar, un ejemplar de El Quijote y una pistola Colt, y desaparecer de la faz de la Tierra. ¿Qué más se puede pedir?
20. Si este es su último aliento, ¿cuáles son sus últimas palabras?
Eso que pone Ezra Pound en el cantar CXX: “Intenté escribir el Paraíso // No te muevas / Deja que hable el viento / Ese es el Paraíso // Que los dioses perdonen / lo que he hecho / Que aquellos que amo intenten perdonar / lo que he hecho”.
……
Carlos Cortés (Costa Rica, 1962).
Escritor y periodista. Se graduó en comunicación y nuevas tecnología por la Universidad de París II y el Instituto Francés de Prensa. En 2001 recibió la beca de la Casa de Escritores y Traductores de Saint-Nazaire, Francia. Es ganador del Premio Mesoamericano Luis Cardoza y Aragón 2004 con el libro de poesía Autorretratos y cruci/ficciones. Colaborador de los diarios El País y La Jornada, y las revistas Gatopardo, Casa de las Américas y Cuadernos Hispanoamericanos.
Libros publicados: Encendiendo un cigarrillo con la punta del otro (Universidad Nacional, 1986). Erratas advertidas (Editorial Universitaria Centroamericana, 1986), Los pasos cantados (Universidad Nacional,1987), Cruz de olvido (Alfaguara, 1999), La invención de Costa Rica (Editorial Costa Rica, 2003), Autorretratos y cruci/ficciones (EUNED, 2006), La gran novela perdida. Historia personal de la narrativa costarrisible (Ediciones Perro azul, 2007), La última aventura de Batman (Uruk Editores, 2010).
En 2011, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara presentó 25 formas de leer el continente. La FIL los llamó los 25 secretos mejor guardados de América Latina.