Australia es una tierra extraña: llena de oportunidades, joven; es más común identificarla por la modernidad y el progreso – o por su extraña fauna – que por su historia. La memoria colectiva, está claro, tiende a fallar: es una tierra que en algún momento fue tan inhóspita como el salvaje oeste norteamericano (o como el desierto mexicano: una condición prácticamente ineludible de las tierras colonizadas, convertirse, en cierto momento de su historia, en una tierra sin ley). Aquí está situada la cinta, en ese pasaje histórico comúnmente ignorado: aquellos tiempos en los que el outback australiano era dominado por la ley del más fuerte, por jinetes que imponían su voluntad a punta de revolver; cuando la tierra Australiana aún era tierra de ex criminales. El conflicto de la cinta queda claro desde los primeros instantes, con el Captain Stanley – un soberbio Ray Winstone – proponiéndole a Charlie Burns (Guy Pearce) un intercambio, justo nueve días antes de navidad: su libertad y la de su hermano Mikey por la cabeza de su hermano mayor, Arthur (Danny Huston), un criminal despiadado. Charlie tiene nueve días para atraparlo y asesinarlo.
I will civilize this land, dice el capitán Stanley poco tiempo después de que inicia The Proposition. Sus objetivos son claros: Australia es una tierra de salvajes, un nuevo infierno, un sitio que clama por mano dura y autoridad, por orden y civilización. Él es el enviado del mundo occidental – nacido en Inglaterra – para cumplir esta misión, y si esta misión implica pactar con miembros de una pandilla de violadores, saqueadores y asesinos, él está dispuesto a hacerlo. El problema con Stanley es que no es simplemente un arquetípico hombre duro. Sabe que sus acciones tienen consecuencias; teme a las consecuencias de sus acciones. Ama, por encima de todo, a su esposa (Emily Watson, solvente como de costumbre). Y este amor que lo aturde y lo llena y lo ciega le impide ser el sheriff del pueblo. Se encuentra doblegado permanentemente aunque él quiera aparentar lo contrario. Charlie está en condiciones similares. Comienzan así dos caminos: el de un hermano que busca a otro para acabar con su vida y el de un vigilante de la ley que observará cómo su existencia va a derrumbarse de un momento a otro.
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Hay un poema -que es también una canción– que funciona como hilo conductor en toda la cinta:
“ ‘When?’ said the moon to the stars in the sky
‘Soon’ said the wind that followed them all
‘Who?’ said the cloud that started to cry
‘Me’ said the rider as dry as a bone
‘Who?’ said the sun that melted the ground
‘Why?’ said the river that refused to run
‘Where?’ said the thunder without a sound
‘Here’ said the rider and took up his gun
‘No’ said the stars to the moon in the sky
‘No’ said the trees that started to moan
‘No’ said the dust that blinded his eyes
‘Yes’ said the rider as white as a bone
‘No’ said the moon that rose from his sleep
‘No’ said the cry of the dying sun
‘No’ said the planets that started to weep
Yes’ said the rider and laid down his gun“
Lo interesante es cómo Nick Cave toma este poema y lo inserta con precisión en diferentes momentos a lo largo de la película, susurrando los versos que corresponden a cada escena – generalmente: visiones del desierto, de las montañas, de un jinete que cabalga solo -, e, incluso, convirtiéndolo hacia el final del filme en un histérico rock.
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Son varios los acentos que se colocan sobre el atardecer a lo largo de la cinta: “Mikey conoció a una chica, Molly, de cabello rojo”, “¿Rojo como el atardecer?”, “Justo como el atardecer”, le dice Charlie a Arthur en su primer encuentro que es, claro, hacia el final del día.
Posteriormente, los miembros restantes de la pandilla Burns reafirmarán su condición de pandilla en ese momento específico del día:
Y poco tiempo después, antes de morir, un agonizante Arthur compartirá el último momento con su hermano así:
El paisaje es arquetípico del género, pero aquí adquiere nuevas dimensiones: los cowboys están dispuestos, cercanos a morir. No es la suya una posición de victoria, sino de resignación. El tiempo ha transcurrido y la cacería se ha vuelto más complicada. Charlie tiene a Arthur cerca y aún no ha podido decidirse a asesinarlo; Mikey ha sido cruelmente azotado pese a la resistencia del Capitán Stanley; la orden de exterminar a la mayoría de los aborígenes ha sido dada. Poco queda más que ver caer las piezas inexorablemente: la muerte llega en una navidad que nada tiene que ver con el merry christmas hollywoodense o con la esperanza, o la redención. Esta tierra es nueva, es un nuevo infierno, y será civilizada, pero no por la mano de la ley sino por la de sus habitantes: criminales con un sentido de la justicia más alto, quizá, que el que tienen los hombres que han sido puestos sobre ellos como autoridades. El nacimiento de una nación.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.