Desesperado por que le hagan un poquito de caso, Carlos Salinas de Gortari está en campaña de "Aquí 'toy". (No se olviden de mí, ahora que vamos a recuperar la presidencia. El PRI necesita intelectuales de peso). Ha publicado dos libros de a kilo, como si el gramaje diera peso a los argumentos, y ahora ("Contra la historia oficial", Reforma, 25 de abril 2011) se vale de un artículo mío ("De las finanzas a Los Pinos", Reforma, 27 de febrero 2011). Pretende refutarlo con un informe de Dante Delgado Rannauro como presidente de la Comisión Especial para Determinar las Causas del Bajo Financiamiento para el Desarrollo y del Elevado Monto de la Deuda Pública y sus Instrumentos, Precisar Responsabilidades y Proponer Acciones Correctivas, con Objeto de Alentar el Crecimiento del Mercado Interno y Promover el Desarrollo del País (sic) del Senado de la República (Gaceta del Senado No. 120, 16 de abril 2010, pp. 18 a 48).
¿Cuál historia oficial? En México: Un paso difícil a la modernidad (p. 379) dice que "al término de mi gobierno, sólo entregamos alrededor de 500 mil plazas en la burocracia, nivel muy reducido para un país con más de 90 millones de habitantes". Luego (mencionándome) desmiente a "algunos [que] han hablado de varios millones de burócratas, aunque sin citar fuentes". Me extraña que no conozca la fuente: Carlos Salinas de Gortari, Sexto informe de gobierno 1994, Anexo estadístico, p. 37, tabla "Personal ocupado en el sector público por actividad económica", cuyo primer renglón (1980) da un total de 3.15 millones, cantidad que sube a 4.07 millones en 1992 (último renglón). ¿Cuáles son, entonces, los "datos duros" que me exige para no "repetir los estereotipos de la historia oficial"? ¿Cuál es la verdadera historia oficial? ¿Medio millón o cuatro millones de burócratas?
A pesar de que aclaré esto en su momento ("Por qué no habrá empleos", Reforma, 30 de noviembre 2003), repite la mentira en su segundo libro, con la misma cara dura con que dijo: "Ni los veo ni los oigo". En ambos libros y en el artículo insiste en lavarse las manos por el desastre económico que dejó. Según él, todo fue culpa del presidente Zedillo (sin reconocer, cuando menos, que se equivocó al designarlo). Y recurre al sambenito de la frase "el error de diciembre" que inventó para quemarlo. Pero la crisis cambiaria con que arrancó el sexenio de Zedillo fue el estallido de errores acumulados en el sexenio de Salinas. Sin duda, el efímero secretario de Hacienda de Zedillo manejó ineptamente el cohete que le dejaron. Pudo haber hecho malabarismos para que el estallido se retrasara unas semanas, quizá unos meses. Pero la decepción y desconfianza ante los cuentos de hadas salinistas iba a estallar de cualquier manera.
El peligro fue señalado desde principios del sexenio salinista por Anne Krueger (The Mexican program of trade and exchange rate reforms, 1989), que llegó a ser la número dos del FMI, y en un trabajo posterior (Nominal anchor exchange rate policies as a domestic distortion, 1997) dice que lo más notable de la crisis de 1994 fue que no hubiera estallado antes (pág. 29).
Para fines del sexenio, el error de Salinas ya estaba en los libros de texto como un ejemplo de lo que no hay que hacer. En Macroeconomics, sexta edición (pp. 608-609), Rudi Dornbusch y Stanley Fischer explican a los estudiantes cómo se produjo la crisis mexicana de 1982 y cómo en 1992 "muchos observadores estaban conscientes de qué destructivo sería repetir el ciclo". Pero en México se arguía que el déficit reflejaba una fuerte inversión que generaría los ingresos necesarios para pagar los préstamos. "Según este esquema, en unos pocos años el déficit en cuenta corriente se reduciría, y mientras tanto era financiable sin mayores riesgos. Una bonita explicación, ¿por cuánto tiempo?". En la novena edición (p. 506) añaden: Intencionalmente, hemos dejado lo anterior sin cambios, fuera de subrayar la frase "A good story, but for how long?". Según nuestras notas, fue escrita el 14 de octubre de 1992. La crisis de 1994 "era predecible y fue predicha" (was both predictable and predicted).
Sebastián Edwards y Moisés Naím compilaron un libro sobre la crisis (Mexico 1994: Anatomy of an emerging-market crash). Son de especial interés las opiniones de Rudi Dornbusch (que trabajó como asesor en el equipo de Salinas), Robert L. Bartley (editor de The Wall Street Journal y amigo de Salinas) y Francisco Gil-Díaz (subsecretario de Salinas).
Para Dornbusch (pp. 125-140), "La responsabilidad es totalmente (squarely) del ex presidente Carlos Salinas y su obsesiva preocupación por la inflación". "La depreciación cambiaria se mantuvo muy por debajo de la inflación; lo cual ayudaba a frenar la inflación, pero significaba una posición comercial cada vez menos competitiva". "En 1993, una devaluación era posible; y ciertamente el presidente Salinas consideró esa opción en la primavera de ese año (o al menos así lo dijo en privado)". Pero se confió, y ya venían las elecciones de 1994. "Las reservas bajaron hasta niveles inmanejables, las deudas se dolarizaron, los vencimientos se acortaron. Había que seguir tocando la música para que nadie se diera cuenta del emperador que está desnudo. Naturalmente, todas las medidas que trataron de prolongar un año más una estrategia moribunda ayudan a entender la severidad de la crisis que siguió" (p. 131).
Para Bartley (pp. 141-163): "La emisión de tesobonos resultó un error desastroso". Pagaban menos que los cetes pero estaban garantizados en dólares [para inspirar confianza]. "Una gran cantidad de la deuda en cetes [pesos] fue desplazada por los tesobonos [dolarizados]. La deuda en tesobonos subió de 3.1 millardos de dólares a fines de marzo a 29.2 antes de la devaluación de diciembre". "Al presidente Zedillo -hay que subrayarlo- le dieron una mano de naipes pésima (was dealt an exceedingly bad hand)".
Para Francisco Gil-Díaz y Agustín Carstens (pp. 165-200), que en el sexenio de Zedillo fueron altos funcionarios del Banco de México: "La banca fue privatizada a las carreras, y en muchos casos sin el debido respeto a los criterios de selección adecuada (fit and proper) de los nuevos accionistas y principales ejecutivos". "Se eliminó el encaje bancario" [que dejó todo el crédito en manos de los nuevos banqueros sin experiencia, sin control de la banca central y con una extraordinaria cantidad de dinero para prestar equivocadamente]". "La capacidad de supervisar la banca era débil, y quedó rebasada por el crecido portafolio de los bancos". "México no tenía burós de crédito eficientes". "Hubo una expansión fenomenal del crédito dado por la banca de desarrollo". "Se permitió que los extranjeros compraran instrumentos domésticos de corto plazo" [la entrada sin control de capitales golondrinos, que a la menor inquietud se van]. "Se emitieron tesobonos a corto plazo en pesos indexados al dólar desde fines de 1991".
El informe de la comisión que cita Salinas no está centrado en Zedillo, sino en el desastre bancario. Salinas prefiere no citar que los senadores lo acusan de haber privatizado la banca discrecionalmente, sin haber hecho una subasta pública (p. 42) y señalan que en noviembre de 1994, antes de que tomara posesión Zedillo, el saldo de tesobonos ya había subido a 16,110 millones de dólares (p. 45), quintuplicando la cantidad de marzo.
La administración de la verdad en el sexenio de Salinas alcanzó una rara perfección. Anunció para su sexenio la recuperación del legendario "desarrollo estabilizador": un crecimiento cercano al 6% y una inflación reducida al nivel internacional (Plan Nacional de Desarrollo 1989-1994, p. 56). Multiplicó las declaraciones optimistas y tranquilizadoras. Su renegociación de la deuda externa en 1989 fue una buena cosa, pero la presentó en televisión como una hazaña digna del fervor patrio: México resurgía cantando el himno nacional, mientras ondeaba el pabellón tricolor. A un costo de muchos millones, produjo nuevos libros de texto de la historia oficial que se enseña a los niños, donde México, a través de los siglos, había llegado a su punto culminante en la gloriosa era salinista.
El Grupo Compacto de Salinas discutía en privado, pero una vez adoptada una línea formaba un bloque sin fisuras y procuraba que su decisión se impusiera como la verdad: no hay más línea que la nuestra. Víctor L. Urquidi me contó que, en repetidas ocasiones, privadamente le advirtió al gobernador del Banco de México qué peligrosa era la política monetaria que estaban siguiendo, pero fue ignorado olímpicamente. Lo que no me contó fue que al manifestar lo mismo como expositor invitado por el Centro de Investigaciones Econométricas de México, un funcionario del Banco lo vituperó con una falta de respeto que escandalizó a todos. Naturalmente, si algún empresario se atrevía a decir que el peso estaba sobrevaluado, recibía un sofocón. Si el boletín de una casa de bolsa manifestaba alguna duda, los dueños recibían una llamada. Y, si alguien recordaba que ahí estaba todavía la pobreza, era descalificado: "La pobreza es un mito genial". Todos los problemas habían sido resueltos. México era ya un país del Primer Mundo.
Las mentiras se presentaban con tanta seguridad y un aire tan profesional que muchos se las creían. Por ejemplo, la mentira de que la deuda externa había bajado en proporción al PIB. Para entender el tejemaneje de este caso admirable de How to lie with statistics, hay que recordar que la deuda externa está denominada en dólares y el PIB en pesos. Para dividir la deuda entre el PIB, hay que convertir la deuda a pesos o el PIB a dólares. ¿Pero con cuál tipo de cambio? Si el peso se sobrevalúa, resulta que el PIB "crece" (en dólares), aunque la producción real no haya crecido; y así parece que la deuda se reduce en proporción al PIB. Por eso, la proporción disminuyó maravillosamente, aunque, de hecho, la deuda externa total estaba creciendo más que el PIB. En el sexenio, el PIB creció 18% y la deuda externa total 38%. El cuento de hadas era un cuento.
Los años de aquel PRI fueron un festín de cuentas alegres que ocultaba el derrumbe. Se entiende que el PRI de hoy (deseoso de ser visto como una nueva opción) no quiera cargar con ese costo político, y haga como que Salinas sigue en Irlanda, haciendo estudios profundos en la Gaceta del Senado. Ni lo ve ni lo oye.
(Reforma, 1 mayo 2011)
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.