El independentismo catalán no ha fracasado del todo: ha conseguido vender el nacionalismo como algo progresista y emancipador y neutralizar ciertas palabras y retórica contra su proyecto. Ha etiquetado con éxito ciertas críticas o debates como clichés, memes. Haga usted como yo y no se meta a criticar el nacionalismo. Que ya lo hace la derecha de la caverna. A Artur Mas le viene bien que sea la derecha española la más crítica con él. Le permite jugar a ser progresista y comparar su desobediencia con la desobediencia contra la segregación racial en EEUU o en favor del voto de la mujer. La CUP, un partido antisistema y asambleario, aunque no lo nombra presidente con sus votos, defiende su proyecto de secesión.
El bloqueo ha sido muy exitoso. Cuando no ha conseguido polarizar a la sociedad y transformar el eje ideológico de izquierda-derecha a nacionalismo-antinacionalismo, rescatando la simpatía por los nacionalismos periféricos del antifranquismo, el independentismo ha exasperado y creado indiferentes. “Pues que se vayan”. Como si realmente fuera eso lo que quiere la mayoría de catalanes. El nacionalismo, como dice Félix Ovejero, se levanta sobre la negación de la posibilidad del debate. Le favorece esa indiferencia. Lleva años de ventaja a España: Pujol basó sus más de veinte años de gobierno en la construcción de una marcada identidad nacionalista. En eso España no ha sabido ir a la par, y menos mal. Los españoles, sobre todo los jóvenes, le tienen alergia al sentimiento nacionalista español. A pesar de que más de la mitad de ellos se siente orgulloso de la bandera, se exhibe con pudor, especialmente en la izquierda.
El independentismo reduce las críticas o a una broma o a una postura exaltada: el meme de los tanques por la Diagonal, el del antiindependentismo representado por un engominado facha que pide la intervención de la autonomía, el del antinacionalismo catalán como sinónimo de nacionalismo ultramontano español. La izquierda ni unionista ni independentista a veces le ayuda con esas acusaciones.
En El peso de la responsabilidad, Tony Judt dedica un capítulo a Albert Camus titulado “El moralista reticente”. En él, habla de que el escritor quería “condenar lo condenable sin recurrir al equilibrio o la comparación, invocar criterios y medidas de moralidad absolutos, sin mirar con miedo hacia atrás para comprobar que su línea de retirada moral estuviese cubierta”. Un periodista recientemente criticó las palabras de Forcadell, la nueva presidenta del Parlament de Cataluña, tras anunciar la declaración de independencia. Justo después, introdujo un matiz: que conste que no tengo ninguna simpatía por el Estado español ni por el gobierno. Es una equidistancia ridícula. Pero también la palabra “equidistancia”, como “políticamente incorrecto” o incluso “libertad de expresión”, está secuestrada ideológicamente.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).