I´m still here

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Ahora que podemos ver el producto final y ahora que todos los involucrados han declarado que se trataba de una farsa, ¿cómo definir I´m still here, el proyecto proto boratiano que durante más de un año cocinaron Casey Affleck y Joaquin Phoenix? Para quien no sepa de qué trata la cinta: en el 20008, Phoenix decidió “retirarse” de la actuación para buscar una carrera como cantante de hip hop. Durante meses, los medios y la blogósfera especularon los motivos detrás de esta decisión e intentaron verificar su autenticidad usando como pruebas las variadas –y desastrosas- apariciones en público del protagonista de Walk the line. Una de dos: o Phoenix se había vuelto loco, o el espectáculo que montaba pertenecía a un ejercicio digno de Sacha Baron Cohen, una interpretación de un año entero con el propósito de que su cuñado (Affleck) filmara un mockumentary. Ahora, a más de un mes del estreno limitado de la película en cuestión, los responsables han afirmado que se trataba de lo segundo. ¿El propósito? Examinar la definición de fama y el papel de la celebridad en el mundo a través de la transformación de Phoenix (o J.P., como le llama su tropa de asistentes).

Es imposible hablar de I´m still here sin compararla tanto con la serie como con las dos cintas protagonizadas por Baron Cohen. Tanto Borat y Bruno como la cinta de Affleck parten de una estrategia similar: usar un avatar ficticio en situaciones auténticas para exhibir el comportamiento de los individuos que se topan con él. Es, en el fondo, una premisa cuyo pariente más cercano son los chistes burdos de la tan sobada cámara escondida. Baron Cohen, el mayor exponente de esta nueva tendencia de documentales que son falsos aunque parezcan verdaderos, tuvo éxito porque, más allá de sus afinadísimos instintos cómicos, quería hablar de algo en específico. Borat, su mejor personaje, pretende ser extranjero y antisemita, y de esa manera logra que las personas con las que interactúa (en su mayoría: gente del sur de los Estados Unidos) se delaten como antisemitas. Las víctimas de su teatro no saben que están frente a un personaje sino frente a un hombre que, por más extraño que parezca, comparte su manera de pensar. Sin embargo, I´m still here carece de esta claridad crítica. Es difícil discernir qué pretenden develar Phoenix y Affleck: ¿el vacío y la volatilidad de la fama?, ¿la actuación misma?, ¿la celebridad como disfraz ponzoñoso?

Desgraciadamente, I´m still here es incapaz de responder ninguna pregunta. Su tono oscila entre la comedia palurda de Judd Apatow y la sabiduría de un libro de Deepak Chopra. Mientras que las cintas de Baron Cohen tocan temas profundos a través de la comedia, la cinta de Affleck se rebaja a la comedia a partir de su propia incapacidad para manejar la profundidad que pretende. Y a pesar de que la actuación de Phoenix es cautivadora, es difícil comprar la idea detrás de su metamorfosis. Está tan harto de la fama que quiere dedicarse a ser cantante de hip hop: una profesión que recibe la misma –si no es que más- atención que la pantalla grande. Pero quizás ese es el punto del documental: entender que el Phoenix de I´m still here es un idiota; una manifestación, no del actor que lo está interpretando, sino de todos aquellos que sólo buscan en la fama una panacea absoluta. O quizás el Phoenix de I´m still here –y la vorágine mediática que lo rodeó por un año entero- es una broma: una sonora mentada de madre para el espectador que pretendía pagar doce dólares para ver la implosión de un renombrado actor en una película de dos horas. En cualquier caso, la película es demasiado difusa como para ameritar el beneficio de la duda. Encontrarle sentido presupone, de entrada, una búsqueda inútil. ¿O alguien de verdad piensa que los chistes de gallegos realmente dicen algo auténtico acerca de Galicia?

-David Andreu

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