El género de terror. El último en ser invitado a la fiesta. El patito feo. La oveja negra. Mientras las películas de drama se llevan los premios y las cintas de acción, comedia y dibujos animados se reparten la taquilla, el género de terror en Hollywood es una máquina que solo sabe hacer dos cosas: importar y fotocopiar. Los suecos producen Let the right one in, una cinta de terror prácticamente perfecta, y los norteamericanos aprueban el remake antes de que salga el DVD de la original. Fright Night, una de las joyas olvidadas de horror y comedia de los ochenta, ya prepara su refrito. En menos de cinco años hemos visto versiones técnicamente mejores pero en esencia mucho más pobres de Friday the 13th, Halloween y A nightmare on Elm street. No es descabellado afirmar que no hay género más lastimado por la reciente escasez de historias originales que este. Y, sin embargo, hay directores que sin mayores aspavientos producen sus propios guiones y le imprimen adrenalina al terror moderno. Es posible que el inglés Neil Marshall sea el mejor de esta reducida camada.
Si algo separa a Marshall del resto de sus colegas es su obsesión temática. En sus mejores cintas –Dog soldiers, The descent y, la más reciente, Centurion–, la premisa es similar: un grupo de personas, aparentemente bien preparadas, emprenden una tarea que fracasa estrepitosamente. En Dog soldiers el grupo está conformado por un pequeño pelotón de soldados que, tras ser enviados al bosque para una misión de entrenamiento, son atacados por una jauría de hombres lobo. En The descent, un grupo de mujeres espeleólogas desciende a una cueva inhóspita que está secretamente habitada por criaturas monstruosas. Y en Centurion, Marshall aborda la leyenda de la desaparición de la novena legión del ejército romano en tierras escocesas: los remanentes de un pelotón son literalmente cazados por un destacamento de fuerzas bárbaras inclementes.
El cine de Marshall es el hijo bastardo de Aliens de James Cameron: el hombre civilizado que es humillado a través de la barbarie, engullido por la naturaleza a la que estúpidamente cree conocer. Aunque el tono varía entre ellas (Dog soldiers tiene tintes cómicos, The descent es horror puro y Centurion se adhiere a las normas de una cinta de suspenso como The fugitive), lo cierto es que las tres cintas más importantes de su carrera se asemejan en algo esencial: todas ellas son las historias de fracasos colectivos. Tanto Dog soldiers como Centurion son críticas ácidas a la incompetencia militar. En ambas, los ejércitos responsables de la matanza terminan humillados en su derrota. Tras perder a la entera novena legión, el comandante romano comienza la construcción del muro de Adriano. A su regreso de la batalla, el único sobreviviente de la novena se encuentra con la pequeña muralla. Su rostro lo dice todo: ningún muro será capaz de contener el azote de las fuerzas que atentan contra la frágil civilización que se esconde detrás. Y en Dog soldiers la corrupción (la derrota) del pelotón es obvia: los que no son asesinados por los hombres lobo terminan convirtiéndose en ellos. Es obvio, también, que para Marshall los licántropos representan algo más que monstruos: son enemigos pasados o peligros latentes. No por nada contrapuntea la trama entera de su cinta con la expectativa de un marcador de futbol entre Inglaterra y Alemania en el que el equipo de la rosa le ganó a los teutones cinco a uno a domicilio.
No obstante, la obra maestra de Marshall es The descent, una cinta de terror pesimista, claustrofóbica e implacable. En ella seguimos a Sarah y a un grupo de compañeras espeleólogas mientras descienden dentro de una cueva. Un año antes de la aventura que compone la mayor parte de la cinta, Sarah perdió a su esposo y a su hija en un brutal accidente automovilístico. Y son los fantasmas de su vida pasada –aunados a las criaturas inasibles que viven bajo tierra– los que parecen acecharla en la profundidad de las cavernas. Como todo maestro del terror, Marshall entiende la potencia de la simbología. El descenso que le da título a su cinta no es solo el descenso a las cuevas sino el descenso a los rincones ignotos –los demonios escondidos– dentro de la psique de Sarah. Hablar más de la cinta, o dar indicio alguno del final que esconde, sería hacerle un desfavor a The descent. Basta con decir que es, quizás, una de las mejores cintas de terror de los últimos diez años.
Marshall –autor y obsesivo– es precisamente lo que necesita el género de horror hoy. Más Argentos y más Cronenbergs. Menos directores a sueldo, menos cazadores de historias ajenas.
– Daniel Krauze