Fish Tank

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La mejor película del año pasado trataba sobre el affaire entre una jovencita inglesa con un hombre mayor. En el transcurso de la historia, la protagonista –impulsada por las promesas del tipo- hacía lo posible por conseguir un futuro que se veía, a todas luces, tan inasequible como la posibilidad de entablar una relación estable con él. Y, no, la película en cuestión no se llama An Education. Aunque comparte trama casi nota por nota, Fish Tank –la cinta de la que hablo- es infinitamente superior: una historia contundente y desoladora, actuada a la perfección y dirigida con un soberbio ojo para el detalle por Andrea Arnold.

A pesar de sus numerosas similitudes, An Education y Fish Tank difieren en dos aspectos cruciales. Primero está la estética: mientras que la primera se siente como una cinta digna de Merchant/Ivory, la segunda luce por su estilo más bien propio de un documental; y después: ambas ocurren en momentos diferentes de la historia de Gran Bretaña. Mientras que An Education se lleva a cabo en la época previa a los Beatles, Fish Tank es una cinta que no podría haber salido de ninguna década que no fuera ésta en la que vivimos. Y dado que no está queriendo recrear, con dejos de preciosismo, una década más almidonada y quizás más inocente, la cinta de Arnold goza retratando a los suburbios ingleses sin un ápice de romanticismo. Pero esto no significa que Fish Tank carezca de belleza. Aunque a veces ocupan terrenos similares, la cinta de Arnold no es fría como Kids de Larry Clark, ni efectista como Precious de Lee Daniels.

A pesar de que el mundo en el que transcurre la historia no es particularmente hermoso, Arnold salpica su narrativa con imágenes extrañamente bellas y elocuentes. Mia –interpretada con una naturalidad deslumbrante por Katie Jarvis- vive en un complejo habitacional en donde privan los espacios confinados. Basta contar el número de tomas en las que aparecen rejas para entender lo anterior: el suburbio de Fish Tank está filmado para asemejarse a una cárcel. Por si el título no lo había dejado claro, aquí las rejas –aquello que constriñe y delimita- son clave. A lo largo de la cinta vemos a Mia brincar, abrir o saltar un sinnúmero de vallas y de puertas. Es ella –la transgresora, el pez que quiere libertad- la que tiene que invadir las “celdas” de otros para conectar con ellos: ya sea con la iracunda de su madre, con el joven que vive en un terreno baldío cuidando a un caballo moribundo que ella insiste en liberar o con Connor (Michael Fassbender), el novio de su madre, del que acaba enamorándose.

Este leit motif viene acompañado de otro, quizás más escondido, pero no menos potente. A lo largo de Fish Tank, Arnold detiene su cámara en dos imágenes recurrentes. La primera son animales atados o cercados. Estas tomas nos remiten a la escena en la que Connor le pregunta a Mia qué animal le gustaría ser y ella responde que un tigre. No hay que escarbar demasiado para entender que Mia es similar a ese caballo blanco: más que adolescente, la protagónica es un animal anclado a ese páramo de asfalto. La respuesta de Connor a su propia pregunta delata el otro leit motif: él dice querer ser un águila; y Arnold capta este contraste al filmar a una parvada de aves dando vueltas en el cielo (más extraviadas que libres) y, antes, a una elusiva libélula. Y es ahí, al quedar expuesta la diferencia entre las respuestas de ambos, que Mia comienza a desear a Connor y a verlo, no sólo como una muy eficaz venganza frente a su madre, sino como una posibilidad de escapar del laberinto de rejas en el que habita.

Como todo gran título, Fish Tank no sólo hace referencia a una cosa. Sí, tanto el suburbio como el condominio de Mia son peceras, pero la simbología va más allá. En el título está la clave para entender el final, para no dejarnos engañar con esa última toma del globo que flota libremente entre los edificios. Ya antes, en una espléndida secuencia frente al río, nos enteramos que Mia no puede nadar. Y ahora la vemos irse con un amigo rumbo a Gales, en busca de un mejor futuro. Pero sabemos –aunque ella no lo sepa- que la pecera de la que habla el título no es sólo el lugar en el que ha vivido toda su vida, sino la isla en la que nació. Porque, que no quepa duda, Fish Tank es una cinta que sólo podría haber salido de una isla, de la mentalidad que propicia el ser isleño: el saber que, a menos de que seas un pez (de que “sepas nadar”), escapar de ella es imposible. En suma, una cerca, esta última hecha de agua y sal (imposible de cruzar), la separa de su autonomía. Su destino no será muy distinto al de aquel caballo que, durante los primeros minutos de la cinta, intenta liberar. Ya que, de ser liberado, el caballo no podría haber ido a ningún otro lugar; habría quedado atrapado detrás de otra cerca, perdido para siempre en la pecera.

En An Education, Jenny, el personaje de Carey Mulligan, aprende que no hay atajos para conseguir la vida que quiere. En Fish Tank, Mia aprende que la vida que quiere simplemente no existe. Y para lecciones, me quedo con la segunda.

-Daniel Krauze

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