Harmony Korine, cineasta casi ecléctico y precoz, fue el consentido de los años noventa. Su primera película, Gummo (1997), fue una bomba para el cine independiente de Estados Unidos y Julien Donkey Boy (1999) confirmó lo que muchos ya sabían: un niño nos está diciendo cómo hacer cine.
Si hoy Tod Browning hubiera filmado Freaks, seguramente sería muy parecida a las películas de Harmony Korine.
Después de escribir Kids (1995) y Ken Park (2002), Korine se especializó en el drama de los adolescentes que dan la impresión de haber vivido todo, o más bien, de estar asqueados de la vida. Antes de ser el retrato de un grupo de segregados, sus cintas son algo muy personal. En realidad lo que vemos son las angustias de Korine: lo difícil que es ser marginal o simplemente diferente en un mundo sin fantasía ni esperanza. Frente a esta cruda realidad, Harmony propone imágenes que se salen de lo ordinario (por ejemplo, comer espagueti en la tina) pero que de ninguna manera suavizan su fuerza.
Korine oscila entre el documental y la ficción, usando todos los recursos posibles. En donde no pasa nada, el vacío existencial es lo que le da vida a las historias. Todos los personajes tienen deseos y vidas esquizofrénicas –especialmente en Julien Donkey Boy, en donde la esquizofrenia es el tema central.
Si se trata de esquizofrenia, los cortes abruptos son otra cualidad en las películas de Harmony Korine: por un lado está la insoportable realidad y por el otro, un universo fantasmagórico; de repente escuchamos “Like a Prayer” de Madonna y luego Death Metal. De ahí que el tema escondido bajo las historias no se limite a la anécdota: hay una búsqueda de la diferencia en el otro para comprobar que existimos.
Tal vez las películas no cuentan nada desde un punto de vista dramático y a simple vista parecen estar ensambladas arbitrariamente. Pero ese caos aparente dice mucho sobre la ruptura de las convenciones narrativas. Korine retrata a estos jóvenes desencantados sin caer en el sentimentalismo, buscando el humor que se convierte en la ironía de la decepción. Si insiste en esto es para que el espectador se maree y se horrorice.
Después de un supuesto paréntesis (Mister Lonely), Harmony regresa con todo y fornicadores de basura, comprobándonos que su profunda perturbación estaba hibernando.
Trash Humpers —cuyo título tropicalizado y literal podría ser “Los fornicadores de basura”— es en apariencia una provocación completamente injustificada, llena de connotaciones absurdas. Korine insiste en aclarar que no es una película en el sentido estricto, sino más bien un artefacto hecho a partir de diferentes tipos de viñetas. Una ficción montada con material encontrado en una venta de garage o escondido en el clóset de una casa abandonada.
La “película” está filmada con una cámara VHS de baja definición, donde en cada corte vemos las molestas leyendas del tracking así como la información de la videocasetera. En corto, es un documento en VHS de una colección de gente muy extraña haciendo cosas muy extrañas. Y claro, esto le permite a Korine llevar lo escatológico de su concepto a otro nivel.
Una vez sobrepasada la estética, Trash Humpers se vuelve una película muy directa. Una familia psicótica (interpretada por Korine, su esposa Rachel, Travis Nicholson y Brian Kotzur), con máscaras arrugadas que nos recuerdan a Freddy Kruger, vive en un suburbio cualquiera de Estados Unidos. Son una banda de segregados dentro de un mundo que los ha rechazado, ya sea por su edad, sus deformaciones físicas o simplemente porque no encajan.
Los fornicadores deambulan por terrenos baldíos y callejones, se hacen amigos de trovadores pornográficos y de rednecks.
Al verlos por primera vez, copulando con basureros y árboles, el sentimiento de incomodidad es inevitable, pero en algún punto sabemos que no son peligrosos. Rompen cosas con martillos, o lanzándolas al aire y viéndolas caer al piso, cantan frases sin sentido (“make it, make it, don’t fake it”) que se repiten sin cesar acompañadas por una risa que podría desquiciar a varios.
Al igual que sus personajes, la narrativa de la película no es convencional. Pero en medio del caos, hay momentos sorprendentemente tiernos: cuando una prostituta obesa y en lencería canta “Noche de paz”, o cuando uno de los amigos dementes de los fornicadores se vuelve el centro de atención con un discurso sobre porqué el mundo sería mejor si la gente no tuviera cabeza.
Korine muestra imágenes que revelan cómo la gente fragmenta la realidad, ya sea cuando duerme o cuando está cansada o cuando sueña despierta. Los personajes funcionan afuera de lo que se considera el orden social civilizado. Son anti-burgueses, pero su mundo es un universo contenido que existe paralelamente a la norma.
Trash Humpers es un manifiesto acerca de los límites y de la libertad. Después de los 78 minutos que dura la película, acaba siendo, dentro de su locura desmedida, una pequeña revelación.
Debido a su naturaleza, es casi imposible que esta película tenga un lanzamiento comercial, pero se podrá ver en la sección “Corrientes Alternas” del Festival Internacional de Cine de Guadalajara que inicia el 12 de marzo.
-Tatiana Lipkes