La foto, en la que están el gran actor Rex Harrison, admirable decidor del inglés, y la maravillosa y casi etérea Gene Tierney, corresponde a una de las auténticas aunque quizá no muy conocidas obras maestras del cine, la inmarcesible comedia romántica, fantástica y poética de Joseph Mankiewicz: The Ghost an Mrs. Muir (“El fantasma y la señora Muir”, 20th Century Fox, 1947), que contaba además con la perfecta showmanship de Georges Sanders (otra gran voz, otro gran decidor del inglés), con una encantadora Nathalie Wood niña (¡oh si la hubiera visto Lewis Carroll!), con la fotografía en espléndido negro-y-blanco y suaves claroscuros de Charles Lang (maestro siempre y aquí en encuadres de intimidad o de exaltado oleaje) y, last but not least, la música poderosa, envolvente y embrujadora de Bernard Herrmann. ¿Y qué más decir? Ah, sí, lo que escribí en el capítulo “Mis personajes inolvidables” en mi ZigZag (ed. Aldus, México, 2005):
La señora Muir y el capitán Clegg
Este asunto también tiene fantasma. Es el asunto de la encantadora pareja amorosa en la bella comedia fantástica del cineasta hollywoodense Joseph Mankiewicz: El fantasma y la señora Muir (1947). El capitán inglés Daniel Clegg, lobo de mar trasbordado a una etérea condición espectral, aunque con la voz viril y la dicción british de Rex Harrison, espanta a los pretendientes fatuos y los parientes insoportables de la encantadora viudita Lucy Muir, delicadamente personificada en la mujer más bella y fina del cine de todos los países y todas las décadas: Gene Tierney. Lo que sucederá entre ellos en la casa con panorámica vista sobre el mar en Whitecliff-by-the Sea, y entre el rumor del oleaje y del otro oleaje, el de la música del gran Bernard Hermann (hay disco con orquesta no identificada y dirección de Elmer Bernstein: The Ghost and Mrs. Muir, Varése-Sarabande, Original Motion Picture Scores, VCD47254), es una historia de amor, de muerte, de soledad, de tiempo, de recuerdo y olvido. Una mujer y un fantasma se aman sin unión posible: ella es cuerpo y espíritu, él es mero espíritu sin cuerpo. Deberán los dos escribir un libro, deberá él volver al más allá tras despedirse de ella para un largo tiempo y con un espontáneo, melancólico y elegante discurso: “¡Ah, Lucía, cómo te habría gustado navegar por el Cabo del Norte y ver los acantilados bajo el sol de medianoche, y los arrecifes de los Barbados, donde el agua azul se torna verde, y las islas Falkland, donde la galerna del Sur desgarra el mar volviéndolo blanca espuma!… ¡Ah Lucía, lo que nos hemos perdido, lo que tú y yo no hemos vivido!”. Y deberá Lucy envejecer serenamente y morir, y a su vez afantasmarse, para por fin acudir a la definitiva cita con el capitan Clegg. Él entonces dice: Come, my dear, y se alejan los dos hechos unos felices fantasmas que, tomados de las manos y sonrientes, mirándose a los ojos, se encaminan hacia la Eternidad, en la gloriosa imagen de un The End a la vez melancólico y feliz, como hacia el mar siempre recomenzado.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.