Era el invierno de 1971 y Frank Zappa sufría una de las peores giras de su vida. Parecía que el momento más terrible fue la noche del 3 de diciembre. El grupo del guitarrista tocaba en el Casino Montreux, en Suiza, y a un tarado del público se le ocurrió encender una bengala que terminó consumiendo casi todo el edificio. No murió nadie y el instante sirvió para que los integrantes de Deep Purple –Roger Glover e Ian Gillan– escribieran una canción sobre el incidente basándose en un sencillo riff de guitarra de Ritchie Blackmore. Pero esto no se trata de “Smoke on the water” y la historia ya conocida, sino de que Zappa y su grupo tuvieron que seguir su gira sin instrumentos y equipo porque se habían quemado junto al casino.
Parecía que lo peor había sucedido, pero en el concierto del teatro Rainbow de Inglaterra, justo al final un hombre enloquecido subió al escenario cuando los encargados de la seguridad estaban distraídos y golpeó a Zappa en el rostro; gracias a esto cayó más de cuatro metros al foso de la orquesta. Quienes vieron la caída pensaron que hasta ahí había llegado el guitarrista. Se sorprendieron cuando Frank despertó, tenía la “cabeza apoyada sobre el hombro, con el cuello torcido como si se hubiera roto. Tenía un corte profundo en la barbilla, una brecha en la parte posterior de la cabeza, una costilla rota y una pierna fracturada”. También se le había paralizado un brazo.
La recuperación fue larga y durante ese lapso, todavía convaleciente, Zappa se dedicó a producir tres discos: Just another band from L.A., Waka/Jawaka y The Grand Wazoo. Distintos críticos consideran a los dos últimos dentro de los mejores en la discografía zappiana.
Esta y otras historias aparecen en la biografía/memorias The real Frank Zappa book, originalmente publicado en 1989 y que apenas ve la luz en su edición en español con el título de La verdadera historia de Frank Zappa, producto de las tres semanas que Zappa platicó con el periodista y escritor Peter Occhiogrosso.
El resultado es un libro que no bucea demasiado en esa zona oscura adonde sí han ido los otros protagonistas del rock durante los sesenta y setenta en sus autobiografías. Aquí no veremos muchas drogas ni alcoholismo severo ni escenas desenfrenadas de sexo. Todo hace suponer que Zappa era una persona bastante cuerda y no debe sorprendernos su decisión de controlar el contenido de su libro. De ahí que estas memorias pasen con suavidad y ligereza sobre los asuntos más escabrosos, por ejemplo, el rompimiento con Don Van Vliet (mejor conocido como Captain Beefheart). Así, al estar liviano de anécdotas y cargado de reflexiones políticas, el libro no termina de convencer, aun cuando muestre al Zappa irónico, incisivo, inteligente, políticamente incorrecto.
La mejor parte de estas memorias es el análisis que Zappa realiza de su música y la de sus compositores favoritos. Es el caso de Edgar Varèse, de quien Zappa ha reconocido su amplia influencia. Escúchese, por ejemplo, “Turning up” de Varèse incluido en The complete works con The Royal Concertgebouw Orchestra. En dicha pieza es bastante clara la obsesión del compositor francés por las percusiones; compárese entonces con el primer track de Waka/Jawaka de Zappa: “Big swifty”. El guitarrista era bastante exigente con sus bateristas y esa canción es un ejemplo inmejorable. Tal pereciera que estamos ante dos versiones del mismo compositor, aunque los detalles nos explican, sin ninguna duda, que el alumno llevó su música hacia otros caminos sin nunca dejar de rendirle tributo al maestro que admiró tanto en la adolescencia.
Entre otras opiniones, Zappa critica la monotonía de la música popular. La mayoría de las personas, considera, no puede hacer abstracciones musicales y busca una melodía que sea lo más sencilla posible. Casi todos quieren un ritmo, uno que se pueda bailar y si no pueden bailarlo terminarán por desecharlo. Al final, concluye el guitarrista, esas personas que se conforman con sonidos repetitivos y aburridos son quienes afirman amar la música.
Frank buscaba lo contrario: amaba la composición pero prefería la libertad de un grupo de rock. Tal vez London Symphony Orchestra, vol. I & II sea el álbum que mejor ejemplifica la complejidad por la que Zappa abogaba. Una peculiaridad que también puede apreciarse en Sheik Yerbouti, sobre todo en los tracks en vivo.
Respecto a las posibilidades de un grupo de rock, nadie como él para llevar a sus músicos al límite interpretativo. En más de una ocasión declaró que se rodeaba de los mejores, porque todos tocaban un instrumento, memorizaban música con múltiples variaciones de tiempo y armonías y además actuaban y jugaban en el escenario. Cualquiera puede confirmar lo anterior en los videos que circulan por la red. Pero además, es revelador que Zappa improvisaba en vivo ciertos “Iconos Musicales Arquetípicos Norteamericanos”, elementos musicales que se tocaban en el momento en que el guitarrista lo señalara. Estos elementos le servían para crear texturas –como fragmentos de la música de La dimensión desconocida o Tiburón–, pero también podía valerse de un cambio de ritmo a ska o reggae, cambios que sugería con simples movimientos con el cuerpo. Para Zappa los músicos tenían que ser lo suficientemente hábiles para seguirlo hacia donde quisiera.
Al final, esta “historia verdadera” de Zappa debe revisarse como su discografía de los ochenta: con tiento y sin demasiada expectativa. ~
(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)