Primero vi el pico redondo, como un capullo;
después la cresta tiznada, con ojos avernales
vacilantes, consternados, después el peculiar
cuello largo cubriéndose y descubriéndose a sí mismo,
como la compasión o el amor, cuando retiré la tapa
de la tobera de la chimenea en la alcoba para liberar
lo que había allí y una pata se estrelló en la habitación
(yo estoy aquí en este estado caído), golpeando su cara,
retorciendo su garganta (mi amor, mi innato
túrbido deseo, en libertad toda la noche), yendo hacia atrás,
royendo su propio revestimiento del ala (el veneno de mi vida,
la bestia, el lobo), saltando por la ventana,
que mantuve abierta (ahora claro, sensato, sereno),
antes de subir de nuevo desnudo a la cama contigo. ~
Alfombra de guerra
El poni y el ciervo son atrapados por los tanques,
y la señora con la guitarra siente una tristeza más allá de las palabras.
Precipitándose a través del cielo, un misil ha confundido
a un vehículo con un helicóptero, haciéndolo estallar en una bola
de llamas blancas. Pájaros alrevesados –motas rojas
de lana anudada– resplandecen por encima de los árboles vecinos.
Escondido entre las plantas, un niño descalzo espera
–como el divino forense– apuntando con su rifle a algo,
disfrutando de las atenciones de un perrito gris, o tal vez
ya hay una bala en su cabeza. ~
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Versiones de Karen Villeda.
es poeta, miembro de la Academia de Ciencias y Artes de Estados Unidos. Actualmente enseña en la Universidad Estatal de Ohio y es el editor de poesía de The New Republic.