roberto calasso obituario
Foto: Mirco Toniolo/Avalon via ZUMA Press

Roberto Calasso (1941-2021)

La obra del escritor que también fue editor se nutrió, desde el primero hasta el último de sus libros, de una insaciable curiosidad intelectual; de la manía de abarcarlo todo, de entenderlo todo.
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La mayoría de los textos que se han publicado a raíz de la muerte de Roberto Calasso ponderan, por encima de su faceta creativa, la labor editorial que desempeñó como cabeza de Adelphi durante al menos cuatro décadas. Me parece un error no entender que la obra editorial de Calasso es un desprendimiento natural de su obra de escritor, que se nutrió, desde el primero hasta el último de sus libros publicados, de una insaciable curiosidad intelectual. De hecho, la vida de Calasso podría dividirse en dos grandes ciclos. El primero estaría marcado por el profundo interés que despertó, en su juventud, el mundo de las ideas occidentales (la filosofía, el psicoanálisis, la teoría del capital); y la segunda, por el abanico inmensurable que despliega frente a nuestros ojos su obra como creador de paisajes fragmentados o en ruinas. Desde sus primeros libros se anuncia ya la voluntad, tan arraigada en él, tan legítima, proviniendo de una tradición que contaba entre sus miembros más distinguidos a Musil, a Canetti y al improbable Kafka; desde entonces se anunciaba la voluntad de abarcarlo todo mediante el procedimiento simultáneo de contarlo todo de nuevo, pero de una manera distinta: alterando el orden original de las cosas y proponiendo uno nuevo.

Detrás de la manía de la persona –o de la mente– que desea abarcarlo todo, se encuentra la manía –no menos perniciosa– de la mente que desea entenderlo todo. No resulta gratuito, en este sentido, que la primera novela de Calasso, El loco impuro, fuese un ensayo sobre los orígenes de la neurosis moderna (o de la modernidad como neurosis), que a su vez se despliega en una novela detectivesca donde el autor se identifica con el asesino. Lo que pudo haber sido en un principio el prefacio a una edición moderna de Las confesiones de un enfermo de nervios de Daniel Paul Schreber se convirtió en una novela sobre el caso Schreber y la muerte –o el asesinato– de nuestra idea de Dios. El examen minucioso de este conjunto de evidencias resultó algo ajustado para los alcances de una sensibilidad como la de Calasso, más próxima a la grafomanía que a la contención; así que Calasso emprendió la primera de sus grandes expediciones en la cultura de Occidente, con La ruina de Kasch. La publicación de este libro inclasificable, a principios de la década de los ochenta, supuso un acontecimiento en el panorama, algo neblinoso en ese momento, de la literatura europea. ¿Quién era el autor; quién era Roberto Calasso? Adorno lo había definido años atrás, cuando, frente al estupor que le provocó la conversación del joven Calasso, había dicho que ese joven había leído todos sus libros, los que había escrito y los que no. Calasso no solo era un acumulador de cultura (un editor, entre cuyas virtudes también debe contarse la de saber ordenar un catálogo, tarea nada sencilla si la editorial para la que trabajas está destinada a ser una de las más importantes del mundo) sino un elegido.

En su libro, Calasso derrumba y hace una serie de cortes transversales sobre el gran árbol de la cultura del Occidente moderno, y deja que la savia corra como sangre por las casi 400 páginas de su historia. Porque La ruina de Kasch, como poco más tarde Las bodas de Cadmo y Harmonía (el más bello de todos sus libros) cuenta una historia: la historia de la fragmentación de nuestra cultura. Con su gran estilo, con esa voluntad inagotable de abarcarlo y de contarlo todo, Calasso pone al descubierto lo que hay detrás, o lo que hay debajo, del Gran Árbol que ha derribado con la lujuria y la violencia de un leñador que no ha sabido renunciar a la piedad (el sacrificio, no lo olvidemos, es uno de los grandes temas en la obra narrativa de Calasso); y lo que hay debajo –o en el fondo– de un árbol no es otra cosa que raíces. Discernir en las raíces de lo que hasta hace muy poco estuvo vivo –“La cultura en Occidente ha muerto”, parece decir Calasso, junto a George Steiner, su par en más de un sentido– lo llevaría más tarde a cavar profundo en la mitología griega y en la india (Ka, otro hito en su vastísimo y nutrido universo bibliográfico); y lo hizo volver a sus orígenes –en La Folie Baudelaire–, pero de una manera mucho más sensual y mucho menos itinerante que en La ruina

En sus narraciones, Calasso no imita a su alter ego ensayista; tampoco podríamos decir que lo supera, sino que lo incorpora. Calasso interviene narrativamente en el cuerpo de la cultura acumulada a lo largo de años de voracidad lectora y entrega una serie de libros clave que dan cuenta de su temple –su vocación de absoluto. Después del Ulises de Joyce o de El hombre sin atributos de Musil era imposible volver a la novela del siglo xix para contar esas historias. Sin embargo, Calasso volvió y asumió el reto de convertirse en narrador en medio de un yermo. Al margen de su labor editorial, la obra narrativa de Calasso, la significación de su figura literaria, equivale a la resurrección después de una época de agotamiento supremo. “Tutto finisce in storia della letteratura”, había escrito en La literatura y los dioses. El lector de sus obras no acude a ellas, sin embargo, en busca de conocimientos o de citas, sino en busca de momentos de perplejidad y asombro. Sin duda, con él se ha ido uno de los escritores más significativos del fin de siglo.        

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