En ocasiones, la urgencia de comentar cuanto antes los resultados electorales lleva a los medios de comunicación a hacer afirmaciones que resultan insostenibles tras un análisis más detenido de la información. Ceñirse tan solo a los datos agregados, abordados en forma descontextualizada, sin perspectiva geográfica o histórica alguna, puede llevar a conclusiones prematuras o a errores de interpretación, que luego son retomados por los actores políticos para atacar a sus rivales, ajustar cuentas internas o defenderse de supuestos fracasos.
Revisemos, pues algunas de las afirmaciones que se han dado por buenas y se han repetido a lo largo de estos días, pero que merecen mayor reflexión y debate porque, o bien son muy parciales, o bien son insostenibles a la luz de un estudio detenido de los resultados electorales.
((Para este análisis nos basamos principalmente en los resultados del cómputo distrital para la elección de diputados federales. No nos interesaremos tanto en los cargos y curules ganados por cada partido ni en el comportamiento de los electores individuales, sino en los porcentajes de votación (calculados sobre el total de los votos válidos) que obtuvieron los distintos candidatos en los 300 distritos uninominales, en comparación con diversas elecciones pasadas.
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Falacia 1: La concurrencia de las elecciones federales con las de gobernador explica la alta participación electoral
Todos han elogiado la alta participación (52.7%) alcanzada en estos comicios. Sin embargo, fue tan solo ligeramente superior a la de las elecciones intermedias de 2015 (47.7%), de 2009 (45%) y de 2003 (41.2%), pero inferior a las de 1997 (56%), que por primera vez le quitaron la mayoría en el congreso al PRI y, sobre todo, a las de “la recuperación salinista” de 1991 (62.4%). Por otra parte, la participación electoral en ocho de los quince estados que eligieron también gobernador fue más reducida. Es el caso, en efecto, de Baja California (38.5%), Sonora (43.8%), Chihuahua (46.7%), Sinaloa (49.1%), Michoacán (49.7%), Baja California Sur (49.8%), Nuevo León (51.2.3%) y Querétaro (52.1%), que contribuyeron más bien a incrementar el promedio nacional del abstencionismo.
Desde 2012, la participación electoral en México, a diferencia de lo que sucede por lo general en los países desarrollados, es mayor en los distritos más marginados que en los más prósperos. Esta relación volvió a acentuarse en esta cita electoral, con notables excepciones, como la Ciudad de México, Toluca y Tlaxcala. Sin duda, algunos querrán ver en este fenómeno el resultado de las prácticas de clientelismo y acarreo, descalificando así el voto de los grupos populares. Pero la lectura opuesta es igualmente posible: la participación en redes locales puede ser un indicador de un mayor interés y una mayor integración política, que impacta más directamente en las localidades de bajos recursos, sobre todo cuando están en juego cargos locales. En cambio, entre los sectores urbanos abundan los desafectos a los partidos políticos, que ignoran incluso los nombres de los candidatos a puestos locales de sus distritos y ciudades.
En 2021, esta relación se percibe fácilmente al comparar la distribución geográfica de los índices de bienestar material de los distritos electorales con la de la participación electoral. Mientras que, en 52 distritos (en color verde) y en 23 distritos (en verde oscuro) de las zonas más marginadas (entre las cuales se distinguen claramente varias regiones indígenas), los niveles más bajos de bienestar económico se asocian con tasas de participación que pueden rebasar el 70%, en 92 distritos con altos niveles de desarrollo ésta puede bajar hasta el 30% de los inscritos (como es el caso de Tijuana y Ciudad Juárez). Al respecto, llama la atención que los distritos chiapanecos de Las Margaritas, Ocosingo y Palenque (que cubren toda la Selva Lacandona, y en donde el EZLN, desde 1995, ha promovido el abstencionismo de sus bases de apoyo), son ahora de los más participativos de todo el país, con tasas superiores al 65%.
Esta regla general admite, sin embargo, algunas notables excepciones. Existe un conjunto importante de distritos en los cuales el nivel de desarrollo sí se relaciona positivamente con las tasas de participación, aquellos que en el mapa y en la gráfica aparecen en colores amarillo y violeta oscuro. Los primeros tienen menores niveles de desarrollo y bajas tasa de participación, como en el caso de Victoria (en Durango) y de Tulancingo (en Hidalgo). Los otros son distritos prósperos con elevadas tasas de participación, entre los que se encuentran los bastiones panistas de Monterrey y de la Ciudad de México.
Falacia 2: Morena es el partido de los pobres
La correlación entre el nivel de desarrollo de los distritos y el porcentaje de votos a favor de Morena no es la que suponen muchos comentaristas o dan por supuesta los dirigentes de ese partido.
Para empezar, esta relación ha variado fuertemente desde 2015. En aquel año, el nuevo partido obtuvo un 7.8% del voto y su electorado tenía un perfil más bien urbano, próspero y educado. Para 2018, el electorado se volvió de lo más heterogéneo, tanto en las legislativas (en las que obtuvo 38.8% del voto válido), como en las presidenciales (en las que obtuvo 45.8% y AMLO alcanzó el 54.8% del voto válido).
En 2021, Morena atrajo al 35.2% de los votantes, cuyas características sociodemográficas siguen siendo variopintas. Un buen ejemplo de esto es la relación existente entre el nivel de escolaridad y el porcentaje de voto a favor de Morena. A primera vista, en la gráfica, no se percibe una tendencia lineal y la curva se parece más bien a un elefante. Sin embargo, es posible proceder a algunas reagrupaciones significativas.
De entrada, llama la atención que los resultados de Morena son, en promedio, relativamente bajos en 33 distritos con bajos niveles de escolaridad (en color verde oscuro), que coinciden en parte con algunas regiones indígenas, pero son sorprendentemente elevados en los 33 distritos en color rosa (que se localizan en las zonas rurales del sureste y de Veracruz), en los 41 distritos en rojo (situados sobre la costa del Pacífico, en la Frontera Norte, Hidalgo, Tabasco, Campeche y Quintana Roo pero, sobre todo, en los 45 distritos en color café (Tijuana, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, Reynosa, el noreste de la CDMX y algunos distritos colindantes del estado de México), aunque estos tienen niveles muy distintos de escolaridad. Por otro lado, están (en verde claro) 47 distritos rurales de Jalisco, Nayarit, Zacatecas, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí, Guanajuato, Querétaro, El Estado de México y Morelos, con niveles medios-bajos de escolaridad, en los que Morena obtiene muy pocos votos.
Solo en los distritos que tienen en promedio 10.5 años o más de escolaridad se produce una clara correlación negativa entre niveles de educación y porcentaje de votación a favor de Morena, como se observa muy claramente en los 42 distritos en color azul, entre los que se encuentran las ciudades de Chihuahua, Durango, la zona conurbada de Monterrey, Guadalajara y Zapopan, Aguascalientes, San Luis Potosí, Morelia, Toluca, Cuernavaca, Mérida y la alcaldía de Benito Juárez, que destaca por un nivel excepcionalmente elevado de escolaridad (14.6 años en promedio). Pero incluso esta clara tendencia admite excepciones, como son Villahermosa, Tuxtla Gutiérrez, Oaxaca, Tepic, Culiacán, Hermosillo y la alcaldía de Gustavo A. Madero (32 distritos en color amarillo).
Lo más interesante es que, en promedio, Morena obtiene sus mejores resultados en distritos que tienen un nivel de escolaridad en torno a 10.3 años, (sobre la cabeza del elefante), en los cuales predominan los estratos bajos de las “clases medias”. Ello contrasta con lo que sucedía antes con el PRI, –cuya votación aumentaba fuertemente conforme la escolaridad de los votantes disminuía–, así como con el perfil del PAN –cuyo electorado se sigue concentrando en los estratos con mayores promedios de escolaridad–.
Hay que señalar que un estado tan notoriamente pobre como Chiapas no se cuenta entre los bastiones más sólidos de Morena, a pesar de que está gobernado por ese partido político. Es más, con la excepción de los distritos de Las Margaritas y Ocosingo, en todos los demás el porcentaje de votación a favor de Morena disminuyó en estos tres últimos años.
Los auténticos bastiones actuales del partido (más del 45% de los votos válidos a su favor) se ubican en Quintana Roo, Campeche, Tabasco, norte y sur de la costa de Veracruz, Oaxaca, Costa Grande de Guerrero, Sinaloa, Sonora, y en varios distritos que incluyen ciudades fronterizas (Tijuana, Ciudad Juárez y Reynosa). Es también el caso del distrito de Gómez Palacio, Durango (47.5%), que ha conocido en las últimas décadas un proceso de desindustrialización y pauperización, que ha provocado la migración de parte de las clases medias altas y altas a los nuevos fraccionamientos exclusivos de Torreón.
Esta distribución territorial del voto no es la que tuvo Morena en las elecciones legislativas de 2018. En estos tres años, el partido ha aumentado sus porcentajes de votación (más del 10%) en regiones con fuerte presencia indígena, como son los distritos que rodean Mérida (Yucatán), Ocosingo (Chiapas), Tuxtepec (Oaxaca), y Zacatlán (Puebla). Pero también en zonas altamente urbanizadas como Iztapalapa y Lázaro Cárdenas (Michoacán). Su porcentaje también ha crecido en Guanajuato, estado tradicionalmente panista, en los dos distritos de León, Irapuato, Uriangato y Valle de Santiago. Sus avances en el norte son también notables: Jerez en Zacatecas; San Luis Potosí; Hermosillo en Sinaloa; Durango y Gómez Palacio en Durango; Pánuco en Veracruz; Río Bravo, El Mante y Ciudad Laredo en Tamaulipas; y en dos ciudades fronterizas: Nuevo Laredo (Tamaulipas) y en un distrito de Ciudad Juárez (Chihuahua).
En cambio, tuvo un retroceso considerable (más del 10% del voto) en Chiapas, al igual que en Morelos, el oriente del Estado de México y Baja California Sur, entre otros distritos. De igual forma, perdió muchos electores en un buen número de ciudades. Estos cambios territoriales en su electorado contribuyen a difuminar la relación general entre nivel de escolaridad y distritos morenistas.
Falacia 3: El PAN se recuperó
La victoria de candidatos del PAN en muchas alcaldías de la Ciudad de México y en dos gubernaturas que ya tenía (Chihuahua y Querétaro) parece haber hecho olvidar que, si bien se trata del único partido que sigue contando con bases estables y territorialmente arraigadas, su crecimiento entre 2018 y 2021 fue de apenas un 0.3%. Este estancamiento se acompañó de una reconfiguración territorial importante, regresando a la que tuvieron Fox en el 2000 y Calderón en 2006.
Ciertamente, el partido sigue siendo fuerte (más del 25% del voto) en sus bastiones históricos de Yucatán, la zona metropolitana de Puebla, el oriente de la Ciudad de México y el llamado “Corredor Azul” del Estado de México, El Bajío en el sentido más amplio del término, Tamaulipas, Nuevo León y Chihuahua.
Ha tenido un crecimiento porcentual importante (más del 5%) en Cancún; Valladolid y el norte de Mérida en Yucatán; Cuernavaca y el oriente de Morelos; la Ciudad de México; el “Corredor Azul”, Tecámac y Teotihuacán en el estado de México; Ciudad Victoria en Tamaulipas; los tres distritos del centro de Chihuahua, la zona más urbanizada de Ciudad Juárez, y en Baja California Sur.
En cambio, ha sufrido un importante retroceso (más del 5%) en el sur de Quintana Roo, en Campeche —donde el alcalde de la capital, Eliseo Fernández, abandonó el partido para postularse a candidato a gobernador por Movimiento Ciudadano, arrastrando con él a muchos electores panistas—, en el sur del estado de Puebla y en Tenancingo, Estado de México. Sus resultados en Veracruz, con la única y muy relativa excepción del puerto, solo se pueden calificar de desastrosos, al igual que en casi todo Coahuila. La caída también fue brutal en Gómez Palacio, Durango, y menos fuerte, pero considerable, en Pachuca, el nororiente del Estado de México, San Luis Potosí, sur de Zacatecas, gran parte de los distritos de Sinaloa, Sonora y Baja California, en el sur de Tamaulipas y en el sur de Chihuahua.
Falacia 4: El PRI está en agonía
Ciertamente, para el PRI es una inmensa derrota haber perdido todas las gubernaturas que poseía y que estaban en juego, sobre todo porque los poderes estatales se habían vuelto su refugio tras su derrota en el año 2000. Sin embargo, aunque viene perdiendo electores desde 1997, ahora logró aumentar ligeramente su porcentaje de votos (1.2%). Este ligero incremento es el resultado de una profunda transformación de su electorado, la mayor y más decisiva entre los principales partidos. Sus últimos bastiones (por arriba del 25% de la votación) están principalmente en tres estados que siempre ha gobernado (Estado de México, Durango y Coahuila), desbordando a algunos distritos limítrofes de los estados vecinos (en Sinaloa, Chihuahua, la ciudad de Monterrey y Guerrero). Conserva una importante presencia en regiones indígenas, empezando por el distrito de San Cristóbal de Las Casas, donde recuperó fuerzas. También creció porcentualmente, aunque menos, en el vecino distrito de Bochil, también mayoritariamente indígena. De igual forma, tiene porcentajes de votación por arriba del 25% en distritos de Yucatán y Campeche, aunque inferiores a los que tenía hace tres años.
Los distritos en los que retrocede se extienden por amplísimas zonas del país, de tal forma que sería muy largo enumerarlos. Es más rápido señalar los pocos en los que logró aumentar su porcentaje de votos. Sobresale, en primer lugar, Coahuila, en donde lo mejoró en todos los distritos, en especial en los de Torreón y Saltillo. Ya que en ese estado PRI y PAN compitieron por separado, es muy probable que dicho incremento se deba al voto útil de muchos panistas que buscaron evitar el triunfo de Morena, y que, por lo tanto, sea efímero.
De 2018 a 2021, su presencia se acrecentó en forma significativa (más del 5%) en Gómez Palacio, Ciudad Altamirano, Chilpancingo y toda la Costa Chica, incluyendo el distrito de Puerto Escondido en Oaxaca, en todo el occidente del Estado de México desde Lerma hasta los límites con Guerrero y Michoacán, salvo el distrito de Tejupilco, en donde creció menos. También lo hizo en gran parte de Hidalgo. Mucho más sorprendente es el aumento del porcentaje de votos a su favor en muchas ciudades, empezando por distritos de la Ciudad de México y su zona conurbana del norte y occidente; en Monterrey, Toluca, Pachuca, Orizaba, Acapulco, Oaxaca, Villahermosa y Tuxtla Gutiérrez, además de otras más pequeñas, como San Miguel Allende.
En resumen, el PRI está perdiendo su famoso “voto verde”, al no poder competir exitosamente con Morena en el México rural. Si quiere sobrevivir tendrá que avanzar más decididamente por el camino que ha emprendido entre 2018 y 2021: arraigar con fuerza en las franjas pobres y de clase media del México urbano.
Falacia 5: La “chiquillada” no cuenta más que para completar mayorías en las cámaras
Algunos comentaristas políticos suelen despreciar a los partidos pequeños, pero no está de más recordar que en conjunto representan a más de la cuarta parte del electorado (27.4% de los votos), si incluimos al PRD y a los que no alcanzaron a conservar el registro. Todos ellos se caracterizan por tener una distribución territorial muy desigual, con presencia importante en regiones muy bien localizadas. A menudo han logrado avances, al apostar en elecciones locales por candidatos populares que no obtuvieron la postulación en otros partidos.
Así, Movimiento Ciudadano, después de haber conquistado Jalisco, ha extendido su fuerza a Nuevo León (donde se llevan la gubernatura) y ha logrado implantarse en Campeche. Ha sentado algunas bases en Chihuahua, Nayarit y Veracruz, que tal vez le permitan crecer en el futuro.
Desde hace años, el PVEM fue avanzando poco a poco en Chiapas, hasta arrasar en las elecciones para gobernador de 2012, llevando a Manuel Velasco Coello a la gubernatura. Aunque el estado es ahora gobernado por Morena y el PVEM ha visto disminuir su porcentaje de 55.4% a 19.3% del voto válido entre 2015 y 2021, sigue teniendo una fuerte presencia, sobre todo en los distritos de Ocosingo y Palenque (es decir, en gran parte de la Selva Lacandona) y en el de Villaflores, la principal región ganadera del estado. En 2021, en alianza con el PT, ha conquistado la gubernatura de San Luis Potosí, en donde también logró obtener, sin alianza, un distrito.
El PRD, con la deserción de gran parte de sus dirigentes, militantes y votantes hacia Morena, ha perdido casi totalmente su perfil urbano y solo conserva una fuerza significativa (más del 10%) en Michoacán y Guerrero, así como en regiones indígenas de Veracruz (Papantla, Tantoyuca, Zongolica) y en algunos distritos petroleros. como Minatitlán en Veracruz y Cárdenas en Tabasco.
Los bastiones del PT conforman un reducido archipiélago disperso a lo largo de la república. Provienen, en parte, de tiempos remotos, cuando el partido decía inspirarse en la doctrina maoísta (a pesar de mantener estrechos lazos con políticos priistas) y sus militantes hacían trabajo de base en regiones indígenas. Así, capta más del 10% en algunos distritos de Chiapas, la Mixteca oaxaqueña y la Montaña de Guerrero, al igual que en distritos más urbanos como San Martín Texmelucan (Puebla) y Guaymas (Sonora).
Además del peso regional que tienen, y de que sus votos pueden resultar indispensables para construir alianzas ganadoras, aprobar leyes y el presupuesto federal, la importancia de estos partidos pequeños radica en que, de acuerdo con las reformas aprobadas en 2014, solo se pueden crear nuevos partidos políticos en el año posterior a las elecciones presidenciales. Dadas las dificultades y limitaciones económicas para las candidaturas independientes, los aspirantes a la presidencia de la república tendrán que recurrir a alguno de los siete partidos existentes si quieren realmente tener alguna posibilidad de triunfar y de contar en con diputados y senadores que respalden sus iniciativas legislativas. En 2024, los partidos pequeños podrían lanzar a alguna figura pública importante que haya visto frustradas sus aspiraciones en su partido de origen.
Falacia 6: El retroceso de Morena en la Ciudad de México es un voto de castigo a la gestión de Sheinbaum
La disminución del porcentaje de votos a favor de Morena en la Ciudad de México y el triunfo de la alianza PAN-PRI-PRD en ocho de las dieciséis alcaldías y la del PAN en la Benito Juárez han sido interpretadas repetidamente como un voto de castigo a la gestión de la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum. Sin embargo, esta apresurada conclusión peca de una radical falta de perspectiva.
Recordemos que la disminución del porcentaje de votos a favor de Morena en la Ciudad de México (-5.5 puntos porcentuales) no es mucho mayor que la que registró en el resto del país (-3.6 puntos), y que el partido del presidente tiene más fuerza en la capital (39.6%) que en el interior de la república (35%). Además, aunque obtuvieron menos votos que la suma del PAN, PRI y PRD (42.4%), Morena y sus coaligados ganaron sobradamente la mayoría de las diputaciones locales (19 de 33) y tendrán la mayoría en el congreso local (35 de 66).
Pero el principal elemento que se pierde de vista al analizar el retroceso de Morena es que no se trata de un fenómeno exclusivo de la demarcación administrativa de la Ciudad de México, sino que abarca a una amplísima región del México central, que se extiende desde Puebla hasta Toluca e incluye todo Hidalgo y Morelos, con las únicas excepciones de Chimalhuacán y Tejupilco (Estado de México) y Cuautilulco (en Puebla).
Una reducción del porcentaje de votantes morenistas de la misma magnitud, o incluso mayor, se produjo también en distritos de otras ciudades, como Monterrey, Tijuana, Mexicali, Ciudad Obregón, Manzanillo, San Luis Potosí, Villahermosa, Ciudad del Carmen, Cancún, Tuxtla Gutiérrez y Tapachula. Si en la zona metropolitana de Guadalajara la caída de Morena no es tan grave, es solo porque su presencia era de por sí reducida.
Lo que sí parece específico de la Ciudad de México es que, a diferencia de la regla que impera a nivel nacional, la participación electoral aumentó con el nivel de desarrollo de los distritos, favoreciendo al voto panista.
Falacia 7: Morena no tendrá la mayoría absoluta en la cámara de diputados
Muchos comentaristas han especulado sobre el tamaño de las próximas bancadas en la cámara de diputados con base en las estimaciones del comité científico del conteo rápido, y han llegado a la conclusión que Morena no tendrá la mayoría absoluta y que, para la aprobación de las leyes y del presupuesto, va a necesitar de los votos de los diputados del PVEM.
El rigor y la precisión del comité que hizo esas proyecciones no está mínimamente en duda: todas sus estimaciones han resultado correctas. Pero para atribuir las diputaciones ganadas por los distintos partidos en los distritos en que se presentaron candidatos de la coalición Juntos Hacemos Historia, el comité tuvo que basarse en lo que decía el convenio que firmaron los tres partidos integrantes. Sin embargo, el acuerdo que tomó el INE, y que luego fue revalidado por el TEPJF, señala que la atribución de los escaños a los partidos políticos se hará no de acuerdo a lo que se indica en el convenio, sino a la “afiliación efectiva” de los candidatos ganadores.
Viendo el precedente de 2018, es muy probable que muchos de los candidatos ganadores de la coalición que se registraron bajo las siglas del PT o del PVEM tengan, en realidad, una “afiliación efectiva” a Morena, y así lo decida el Consejo General del INE. Con ello, el tamaño de las bancadas del PT y del PVEM disminuiría notablemente, mientras que la de Morena aumentaría.
Ciertamente, con el 38.1% del total de los votos obtenidos por los partidos que mantuvieron su registro y el límite constitucional de un 8% de sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados, Morena no podrá tener la mayoría absoluta cuando termine el reparto de las diputaciones plurinominales. En el mejor de los casos (para ese partido), le faltarían 14 diputados. Pero, visto lo que sucedió hace tres años, no es imposible que un buen número de diputados abandonen sus bancadas originales para sumarse a la de Morena al iniciarse la LXV legislatura o en los meses siguientes. Solo entonces sabremos realmente el peso de cada partido político en la cámara baja.
Nota final
Concluimos con una breve advertencia metodológica, para disipar las confusiones recurrentes asociadas con la famosa, pero mal comprendida, “falacia ecológica”. En efecto, si bien es cierto que los datos agregados no permiten hacer inferencias válidas hacia el nivel individual, ello no significa que los mapas no sirven para analizar el voto y las elecciones. Retomaremos esta cuestión en otro espacio, porque se trata de otro tipo de falacias.