En 1791, Jeremy Bentham publicó An essay on political tactics, un pequeño tratado en el que detallaba las que para él eran las seis principales reglas que toda asamblea política debería seguir para tomar decisiones. El segundo capítulo está dedicado a “lo público”, es decir, a la transparencia gubernamental. Aquí presentamos una selección de los motivos con que el filósofo británico justifica la práctica de transparentar los asuntos de gobierno.
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1. Para forzar a los miembros de la asamblea a realizar su deber.
Entre más grande es el número de tentaciones a las cuales está expuesto el ejercicio del poder público, mayor es la necesidad de dar a aquellos que lo poseen los motivos más poderosos para resistir a dichas tentaciones. Pero no hay razón más constante ni más universal que la supervisión del pueblo. El pueblo se establece como un tribunal, más poderoso que todos los otros tribunales juntos. Un individuo tal vez puede intentar ignorar sus decretos, suponiéndolos compuestos de opiniones fluctuantes y opuestas que se anulan entre sí; pero todos sienten que, aunque ese tribunal puede cometer errores, es incorruptible; tiende continuamente a estar bien informado; concentra toda la sabiduría y toda la justicia de la nación; decide siempre sobre el destino de los hombres públicos; y las sentencias que pronuncia son inevitables. Aquellos que reniegan de sus juicios, solo apelan a él; y el hombre de virtud –aunque se resista a la opinión del momento, aunque se alce por encima del clamor generalizado–, en secreto mide y sopesa el sufragio de aquellos que se asemejan a él.
2. Para asegurar la confianza de la gente y su consentimiento ante las medidas de la legislatura.
La sospecha siempre se adhiere al misterio: cree ver un crimen cuando está percibiendo la afectación de un ocultamiento; y rara vez se le engaña. ¿Por qué habríamos de escondernos si no tememos ser vistos? En la misma medida en que la improbidad desea ocultarse en las tinieblas, la inocencia desea caminar a la luz del día por miedo a ser confundida con su adversaria. El mejor de los proyectos preparado en las tinieblas suscitará más alarma que el peor de ellos llevado a cabo bajo el auspicio de lo público.
Pero bajo una política abierta y libre, cuánta confianza y seguridad, no digo ya para la gente, ¡sino para los gobernantes mismos! Que sea imposible que cualquier cosa suceda con el desconocimiento de la nación: probémosle que no se intenta engañarla ni sorprenderla, así se le quitan todas sus armas al descontento. El pueblo retribuirá con creces la confianza que has depositado en él. La calumnia perderá su fuerza; esta reúne su veneno en las cavernas de la oscuridad, pero la luz del día la destruye.
No he de negar que una política secreta evita algunos inconvenientes; pero creo que a largo plazo crea más inconvenientes de los que evita; y que entre dos gobiernos, uno que se conduzca secretamente y otro de manera abierta, este último poseerá una fuerza, una determinación y una reputación que lo volverán superior a todas las disimulaciones del otro.
3. Permitir que los gobernantes conozcan los deseos de los gobernados.
En la misma medida en que es deseable para los gobernados conocer la conducta de sus gobernantes, también es importante para los gobernantes saber los verdaderos deseos de los gobernados. Bajo la guía de lo público, nada es más sencillo. El pueblo está en una situación en la que se forma una opinión informada, y el curso de esa opinión es fácil de trazar. En un régimen opuesto, ¿qué se puede saber con certeza? El pueblo siempre procederá hablando y juzgándolo todo, pero juzgará sin información e incluso a partir de falsa información: su opinión, al no estar basada en hechos, es del todo diferente de lo que debiera ser, de lo que sería si estuviera fundada en la verdad.
4. En una asamblea elegida por el pueblo y renovada cada cierto tiempo, su carácter público es necesario para permitir a los electores actuar a partir del conocimiento.
¿Con qué propósito renovar la asamblea si el pueblo siempre está obligado a elegir entre hombres de los que no sabe nada? Esconder del pueblo la conducta de sus representantes es agregar inconsistencia a la prevaricación. Es decir a los electores: “Deben elegir o rechazar a tal o cual de sus delegados sin saber por qué; tienen prohibido el uso de la razón; en el ejercicio de sus mayores poderes, deben guiarse solo por azar o capricho.”
5. Proveer a la asamblea los medios para aprovechar la información del pueblo.
Una nación demasiado numerosa para actuar por sí misma está sin duda obligada a confiar sus poderes a sus representantes. Pero, ¿poseerán ellos de manera concentrada toda la inteligencia nacional? ¿Es posible siquiera que los elegidos sean en todos aspectos los más iluminados, los más capaces, las personas más sabias de la nación? ¿Que posean entre ellos solos todo el conocimiento general y local que precisa la función de gobernar? Este prodigio de elección es una quimera. En tiempos de paz, la riqueza y la distinción de rango siempre serán las circunstancias más probables para hacerse del mayor número de votos. Los hombres cuyas condiciones en la vida los llevan a cultivar sus mentes rara vez tienen la oportunidad de iniciarse en una carrera política. Locke, Newton, Hume, Adam Smith y muchos otros hombres geniales nunca tuvieron un asiento en el parlamento. Los planes más útiles a menudo han provenido de individuos privados. Sin entrar en detalles, es fácil concebir lo efectivo que es lo público como medio para recolectar toda la información que existe en una nación y, en consecuencia, generar sugerencias útiles. ~
Traducción de Elisa Corona
(Londres, 1758-1832). Influyente filósofo y jurista, considerado el fundador de la doctrina del utilitarismo.