Danny Lyon

Danny Lyon traza el mapa de lo que fue

El museo ICO acoge "La destrucción del Bajo Manhattan", una serie de fotografías en blanco y negro hechas en 1967, mientras se demolían varias manzanas. Documentan la desaparición de un barrio y de unas formas de vida que no se ven pero se intuyen.
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La destrucción del Bajo Manhattan podría ser el título de un libro de poemas. Juraría que lo he leído. Es contundente y acumula toda la fuerza en la palabra “destrucción”, que es sonora y da un porrazo en tres golpes como la acción que describe. Y lo destruido, lo que ya no está, es el Bajo Manhattan, que se convierte al desaparecer en el Viejo Manhattan, que había sepultado a su vez al más viejo Mannahatta, tierra del pueblo lenape que cantó Walt Whitman: “El nombre noble y digno de mi ciudad, rescatado, / Exquisito nombre aborigen, lleno de maravillosa belleza. Significa: / Isla asentada sobre las rocas — playas en las que juegan eternamente las alegres olas presurosas que vienen, que se van”.

Manhattan: un lugar tan conocido que cada cual le asocia una imagen propia. Quiero decir que es un lugar mítico y alrededor de su nombre revolotean muchas polillas diferentes. El Bajo Manhattan: ¿quizá el más débil y menos brillante? En todo caso el primero y original, que a la vez, al estar abajo, es el que lo sostiene todo. Si se destruye la base todo se desmorona. Por eso la destrucción del Bajo Manhattan tiene esas resonancias metafóricas. La suya se suma a la destrucción de los imperios y trae recuerdos de P. B. Shelley (Ozymandias), de las cosas que se caen sin remedio, del coloso de Rodas y hasta de la Estatua de la Libertad emergiendo de la arena al final de El planeta de los simios. En todo caso, nos recuerda adónde no podemos volver, y que todos tenemos algo que echar de menos.

La destrucción del Bajo Manhattan es el título de la exposición que se puede ver hasta el 17 de enero en el museo ICO, dentro de la programación de PHotoEspaña. Es una serie de fotografías en blanco y negro que Danny Lyon tomó a los 25 años y que publicó dos años más tarde en forma de libro. En 1967 Lyon volvió de Chicago a su ciudad natal, Nueva York, y se instaló en casa de su amigo Mark di Suvero, que como tantos artistas de la época vivía y trabajaba en las calles alrededor del puente de Brooklyn y del Washington Market. Este fue el mercado más grande de los Estados Unidos, funcionaba desde 1770 y era el eje de la cadena de suministro que abastecía al nordeste del país. También es la zona donde se desarrolla Gangs of New York, la película de Scorsese.

En ese momento estaba ejecutándose el plan de demolición de varias manzanas comprendidas entre las calles William y Beekman. Los pequeños edificios del siglo anterior iban a ser sustituidos por rascacielos que conformarían el nuevo centro financiero. Los mercados futuros iban a ser de otra clase más volátil. Lyon venía de pasar cuatro años con los moteros del medio oeste y había publicado sus fotos en el libro The Bikeriders. Buscaba un nuevo tema para fotografiar. Y lo encontró mirando a través de la ventana de su amigo Mark, que dividía las horas de trabajo entre la escultura y la construcción y quizá por eso lo puso sobre la pista.

Así surgió la serie de setenta fotografías que documenta la desaparición de un barrio y evoca unas formas de vida que no se ven, pero que es posible imaginar gracias a los carteles de viejos negocios y en los interiores vacíos en los que solo queda el papel de las paredes descolorido por el sol. Las calles aparecen desiertas en los últimos días antes de la demolición de los edificios: apenas se distingue alguna figura perdida que cruza la retícula de manzanas. A las hileras de ventanas iguales ya no se asomará nadie.

Al principio Lyon salía a tomar fotos los fines de semana, cuando las demoliciones estaban paradas, pero no tardó en trabar contacto con los operarios, que le permitieron retratarlos mientras trabajaban. A medida que avanza la exposición las fotografías se van poblando de humanos y la historia se pone en marcha. Hay planos generales de hombres sin camiseta encima de escombros que parecen vistas de un pasado más antiguo, como fotos de hallazgos arqueológicos.

Hay también retratos de obreros que paran a fumar un cigarrillo y miran a la cámara con cierta sorna, seguros de que el verdadero trabajo es el que hacen ellos. En un vídeo grabado con motivo de la exposición y que se puede ver en la página del museo, Lyon recuerda a Dominick, un carismático capataz que aparece en varias fotos y que había luchado en la Segunda Guerra Mundial. Le decía al joven fotógrafo “¿Por qué vas a todas partes con esa cámara? ¡Deberías llevar un arma!”. También aparecen los niños del barrio, sonrientes y contentos de posar para el fotógrafo en mitad de sus aventuras entre los edificios en ruinas.

Las imágenes van acompañadas de fragmentos en que Lyon va contando los avances de su trabajo. A veces parece expresar una pulsión artística universal, consciente incluso de su impotencia: “espero que al final, cuando todo haya cambiado y los edificios hayan desaparecido, mis fotografías permitan volver a completar el antiguo mapa. […] Será un mapa de lo que fue, y las fotografías, del interior y exterior de los edificios y de los hombres que pasaron los últimos meses con ellos, serán una burda sustitución de aquello que se fue. En el mejor de los casos, este plan será un fracaso”.

Fracaso o no, los cruces de calles desiertas y los edificios abandonados que documenta Danny Lyon parecen contener las voces y las figuras que el tiempo se ha tragado. Se parecen a un poema de muchas voces, hay algo de Hart Crane y de Carl Sandburg en ellas, algo de lo urbano no asentado del todo. Muestran el momento en que la ciudad superpone un nuevo estrato y aplasta lo anterior. Y fotografían el viento espectral que al girar cualquier esquina de nuestra ciudad nos hará salir volando el sombrero.

*La traducción de Walt Whitman es de Francisco Alexander.

 

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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