Nairy Baghramian, vistas de instalación de Maintainers, kurimanzutto, 2018. Cortesía de la artista y kurimanzutto. Fotos: Diego Pérez.

Jerarquía de los materiales

En Maintainers, su primera exposición en la galería kurimanzutto, la artista Nairy Baghramian también subvierte la jerarquía entre lo principal y lo secundario
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Hasta el repaso más breve es suficiente para cerciorarse del predominio del metal en el arte. Siguen ahí –solo por poner un ejemplo– las incontables esculturas y monumentos que, como plaga urbana, nos dejó el siglo xix –algo parecido puede decirse de la afición al metal de los minimalistas–. Ahora mismo, a mi alrededor, cuento: una escalera portátil, una docena de percheros para los abrigos, un número similar de juegos de cubiertos, un barandal que enmarca la ventana. El metal está ahí para sostener y sostenernos. Tampoco hace falta que cite la exorbitante cifra a la que debe ascender la producción anual metalúrgica en el mundo. La importancia del metal –y del aluminio, desde la Revolución industrial– está más que asentada.

Algo así pudo haber pensado Nairy Baghramian mientras pulía una pieza de metal con un trozo de parafina. Tallaba y el aluminio ganaba brillo y la cera se desgastaba. La conclusión es inevitable: la cera cede para que el metal luzca. Esta le sirve a aquel. Baghramian debe haberlo tomado como un indicio más de la jerarquía de los materiales, del estatus prioritario de algunos y el carácter subordinado de otros, y decidió invertir los roles: usar el aluminio como molde para una escultura de cera. De pronto, el metal quedó reducido a una función servil mientras la cera se elevaba como meta. Tampoco podía ser de este modo. De nuevo, Baghramian derritió la parafina para usarla como molde del aluminio, y así pasó de uno a otro, entre molde y resultado. La fotografía de ambas piezas –juntas, de la misma forma y tamaño– hace pensar en una utópica igualdad de materiales.

Eso fue hace un año. Con Maintainers, su primera exposición en la galería kurimanzutto, Baghramian rompe este equilibrio. Es cierto que el metal sigue siendo parte de sus esculturas, pero en ninguna de ellas tiene la característica de lo terminado. A primera vista, parece como si nadie se hubiera molestado en pulir las láminas de aluminio, que se quedaron como salieron de la fábrica: rugosas, llenas de inexplicables manchas blancuzcas, opacas, sucias. La artista les negó el brillo que habrían tenido a costa de la cera. Ahí están, todavía con la rebaba. De cierto modo, es como si el metal estuviera crudo –y vaya que es raro como bocado visual.

 

 

 

No es el aluminio, sino la cera la que fue trabajada, tan cuidadosamente pulida que la superficie brilla. Es mediodía y del tragaluz cae un resplandor que rebota en los bordes de las figuras de parafina. Nada refleja el metal, que apenas despide un brillo opaco, estático y estéril ante el dinamismo de la luz sobre la cera. Y es en esta donde hay cambios, donde están los ángulos y los juegos geométricos, que solían estar en el metal –al menos para el minimalismo del siglo pasado–. En una escultura, una acentuadísima curva distingue una pieza de parafina de las líneas rectas de la siguiente. Por su parte, las láminas de aluminio son tan similares que a primera vista parecen idénticas. Nada –ni el color, ni la figura, ni el tamaño– diferencia una de otra, lo que obliga a las siguiente preguntas: ¿cuál es el material que en el arte adquiere forma?, ¿cuál adquiere el estatus de “lo terminado”?, ¿cuál es el principal? Maintainers, el nombre de la exposición, es la combinación de dos palabras: la primera, main, significa “principal”.

El volumen también subvierte la jerarquía entre lo principal y lo secundario. Aquí el metal no es abrumador: las tres piezas son grandes en tamaño, pero delgadas, ligerísimas. Quiero tocarlas con las manos, descubrir si cederían a la presión de mis dedos (¿puede un humano, sin la fuerza de las máquinas, rasgar el aluminio?). Parecen, sí, hojas de papel, incapaces de sostenerse por sí mismas, podrían caerse y por eso dependen de los sólidos bloques de parafina. El metal pierde así su función convencional: no sostiene los objetos del mundo, deja de ser un soporte, un mantainer, el rol que asume la cera cuando adquiere la dureza que debería corresponderle al metal. Es como si uno invirtiera las funciones de la vela y el candelabro. El metal ya no está ahí para sostener ni para sostenernos. En Maintainers, el metal es casi… una cosa de nada.

 

Maintainers, de Nairy Baghramian, estará abierta al público en la galería kurimanzutto hasta el 3 de marzo.

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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